
ANTIQUA ET NOVA: nota sobre la relación entre la inteligencia artificial y la inteligencia humana
Calixto Plumed Moreno, O.H Director Labor Hospitalaria.
¿Qué es la Inteligencia Artificial?
El documento parte e insiste desarrollando las siguientes premisas: a partir de una visión integral de la persona y de la valoración de la llamada a «cultivar» y «custodiar» la tierra (cf. Gen 2,15), la Iglesia subraya que ese don debería encontrar su expresión a través de un uso responsable de la racionalidad y de la capacidad técnica al servicio del mundo creado.
La Iglesia promueve los progresos en la ciencia, en la tecnología, en las artes y en toda empresa humana, viéndolos como parte de la colaboración del hombre y de la mujer con Dios en el perfeccionamiento de la creación visible.
Según esta perspectiva la Nota afronta las cuestiones antropológicas y éticas planteadas por la IA, que son particularmente relevantes en cuanto que uno de los objetivos de esta tecnología es el de imitar la inteligencia humana que la ha diseñado.
Existe un amplio consenso en que la IA marca una nueva y significativa fase en la relación de la humanidad con la tecnología.
El documento está pensado para ser accesible un público amplio: aquellos que comparten la exigencia de un desarrollo científico y tecnológico que esté al servicio de la persona y del bien común.
Se intenta distinguir el concepto de “inteligencia” en referencia a la IA y al ser humano.
Con los siguientes apartados se aborda esta importante temática y sus implicaciones en los diversos campos poniendo el foco en la dignidad de la persona bajo el prisma de la ética y bioética.
«Inteligencia Artificial», definido como «hacer una máquina capaz de mostrar un comportamiento que se calificaría de inteligente si fuera un ser humano quien lo produjera».
La investigación en este sector ha progresado rápidamente, llevando al desarrollo de sistemas complejos capaces de llevar a cabo tareas muy sofisticadas. Debido a estos rápidos avances, muchos trabajos que antes se realizaban exclusivamente por personas se confían ahora a la IA.
Según muchas opiniones sobre el tema, existe una presunción implícita de que la palabra “inteligencia” debe utilizarse del mismo modo para referirse tanto a la inteligencia humana como la IA.
Y se va matizando y subrayando: en el caso de la IA, la “inteligencia” de un sistema se evalúa en función de su capacidad para producir respuestas adecuadas, es decir, las que se asocian a la razón humana, independientemente de la forma en que se generen dichas respuestas. Las características avanzadas confieren a la IA capacidades sofisticadas para llevar a cabo tareas, pero no la de pensar.
La inteligencia en la tradición filosófica y teológica
Racionalidad: Desde los albores de la reflexión de la humanidad sobre sí misma, la mente ha jugado un papel central en la comprensión de lo que significa ser “humanos”. La «palabra “racional” engloba todas las capacidades del ser humano: tanto la cognitiva como la volitiva, amar, elegir, desear.
Encarnación: El pensamiento cristiano considera las facultades intelectuales en el marco de una antropología integral que concibe el ser humano como un ser esencialmente encarnado. Y, las capacidades intelectuales del ser humano forman parte integrante de una antropología que reconoce que él es unidad de alma y cuerpo.
Relacionalidad: La inteligencia humana no es una facultad aislada, al contrario, se ejercita en las relaciones. La persona está llamada «a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios». Esta vocación a la comunión con Dios va necesariamente unida a una llamada a la comunión con nosotros. El amor a Dios no puede separarse del amor al prójimo.
Relación con la Verdad: La inteligencia humana es, en definitiva, un «don de Dios otorgado para captar la verdad» […] Aunque la Verdad en sí misma excede los límites del intelecto humano, éste se siente sin embargo irresistiblemente atraído hacia ella e impulsado por esta atracción, el ser humano se ve llevado a buscar «una verdad más profunda. Esta tensión innata a la búsqueda de la verdad se manifiesta de una manera especial en las capacidades típicamente humanas de comprensión semántica y de producción creativa. La persona se convierte en plenitud en aquello que está llamada a ser: inteligencia y voluntad desarrollan al máximo su naturaleza espiritual para permitir que el sujeto cumpla un acto en el cual la libertad personal se vive de modo pleno.
Custodia del mundo: El ser humano vive su identidad de ser una imagen de Dios “custodiando» y «cultivando» (cf. Gen 2,15) la creación, ejercitando su inteligencia y su pericia para ayudarla y desarrollarla según el plan del Padre.
Una comprensión integral de la inteligencia humana: La inteligencia humana se muestra más claramente como una facultad que es parte integrante del modo en el que toda la persona se involucra en la realidad como ser: espiritual, cognitivo, corporal y relacional. En el corazón de la visión cristiana de la inteligencia está la integración de la verdad en la vida moral y espiritual de la persona, orientando sus acciones a la luz de la bondad y la verdad de Dios. Una correcta concepción de la inteligencia humana, por tanto, no puede reducirse a la mera adquisición de hechos o a la capacidad de realizar determinadas tareas específicas; sino que implica la apertura de la persona a las cuestiones ultimas de la vida y refleja una orientación hacia lo Verdadero y lo Bueno.
Límites de la IA: Las diferencias entre la inteligencia humana y los actuales sistemas de IA parecen evidentes. La IA obra solamente realizando tareas, alcanzando objetivos o tomando decisiones basadas sobre datos cuantitativos y sobre la lógica computacional. Aunque la IA procesa y simula ciertas expresiones de la inteligencia, permanece fundamentalmente confinada en un ámbito lógico-matemático, que le impone ciertas limitaciones inherentes. Mientras que la inteligencia humana se desarrolla continuamente de forma orgánica en el transcurso del crecimiento físico y psicológico de una persona y es moldeada por una miríada de experiencias vividas en el cuerpo, la IA carece de la capacidad de evolucionar en este sentido. La inteligencia humana no consiste, principalmente, en realizar tareas funcionales, sino en comprender e implicarse activamente en la realidad en todos sus aspectos, y también es capaz de sorprendentes intuiciones. Establecer una equivalencia demasiado fuerte entre la inteligencia humana y la IA conlleva el riesgo de sucumbir a una visión funcionalista. El uso mismo de la palabra “inteligencia”» en referencia a la IA «es engañoso» y corre el riesgo de descuidar lo más valioso de la persona humana. La IA no debe verse como una forma artificial de la inteligencia, sino como uno de sus productos.
El papel de la ética para guiar el desarrollo y el uso de la IA
La actividad técnico-científica no tiene un carácter neutro, siendo una empresa humana que pone en cuestión las dimensiones humanísticas y culturales del ingenio humano. La tecnología ha remediado innumerables males que dañaban y limitaban al ser humano. Sin embargo, no todas las innovaciones tecnológicas representan en sí mismas un auténtico progreso. Existe una preocupación por las implicaciones éticas del desarrollo tecnológico.
Para responder a estos desafíos, hay que llamar la atención sobre la importancia de la responsabilidad moral basada en la dignidad y la vocación de la persona. Entre una máquina y un ser humano, sólo este último es verdaderamente un agente moral. Como cualquier producto del ingenio humano, la IA también puede orientarse hacia fines positivos o negativos.
Tanto los fines como los medios utilizados en una determinada aplicación de la IA, así como la visión global que encarna, deben evaluarse para garantizar que respetan la dignidad humana y promueven el bien común. Una ayuda a la libertad humana y a las decisiones: El compromiso de garantizar que la IA defienda y promueva siempre el valor supremo de la dignidad de todo ser humano y la plenitud de su vocación es un criterio de discernimiento que afecta a desarrolladores, propietarios, operadores y reguladores, así como a los usuarios finales.
Un análisis de las implicaciones de este principio, por tanto, podría comenzar tomando en consideración la importancia de la responsabilidad moral. Además de determinar las responsabilidades, se deben establecer los fines que se asignan a los sistemas de IA. Esto plantea el problema crítico de cómo garantizar que los sistemas de IA se ordenen para el bien de las personas y no contra ellas.
Si un uso ético de los sistemas de IA cuestiona, en primer lugar, a quienes los desarrollan, producen, gestionan y supervisan, también es compartida esta responsabilidad por los usuarios.
La enseñanza moral y social de la Iglesia ayuda a proponer un uso de la IA que preserve la capacidad humana de acción. En este contexto, el concepto de responsabilidad debe entenderse no sólo en su sentido más estricto, sino «hacerse cargo del otro, y no solo […] dar cuenta de aquello que se ha hecho».
Cuestiones específicas
Dentro de esta perspectiva general, se mencionan algunas observaciones que ilustran cómo los argumentos expuestos pueden contribuir a orientar en situaciones concretas. En consecuencia, se enumeran:
- La IA y la sociedad: La dignidad intrínseca de cada persona y la fraternidad que nos vincula como miembros de una única familia humana, deben estar en la base del desarrollo de las nuevas tecnologías y servir como criterios indiscutibles para valorarlas antes de su uso.
La IA podría introducir importantes innovaciones en la agricultura, la educación y la cultura, un mejoramiento del nivel de vida de enteras naciones y pueblos, el crecimiento de la fraternidad humana y de la amistad social», y por tanto ser «utilizada para promover el desarrollo humano integral.
Existe el riesgo de que la IA se utilice para promover el llamado «paradigma tecnocrático», que tiende a resolver todos los problemas del mundo sólo con medios tecnológicos. Pero la dignidad humana y el bien común nunca deben abandonarse en nombre de la eficacia. En lugar de perseguir únicamente objetivos económicos o tecnológicos, la IA debe utilizarse en favor del «bien común de toda la familia humana». - La IA y las relaciones humanas: El ser humano es un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás. Esta búsqueda, junto con otros aspectos de la comunicación humana, presupone el encuentro e intercambio mutuo entre personas que llevan dentro la impronta de las propias historias, de los propios pensamientos, convicciones y relaciones.
Es en este contexto, donde se pueden considerar los desafíos puestos por la IA a las relaciones. La IA tiene la capacidad de favorecer las conexiones dentro de la familia humana y también podría obstaculizar un verdadero encuentro con la realidad y llevar a las personas a una profunda y melancólica insatisfacción en las relaciones interpersonales, o un dañino aislamiento.
La antropomorfización de la IA plantea problemas particulares para el crecimiento de los niños, que pueden sentirse alentados a desarrollar patrones de interacción que entiendan las relaciones humanas de forma utilitaria, como es el caso de los chatbots. Ninguna aplicación de la IA es capaz de sentir de verdad empatía.
Se debería evitar representar, en modo equivocado, a la IA como una persona, y hacerlo con fines fraudulentos constituye una grave violación ética que podría erosionar la confianza social. En un mundo siempre más individualista, algunos recurren a la IA en busca de relaciones humanas profundas, de simple compañía o incluso de relaciones afectivas pero la IA solo puede simularlas. - IA, economía y trabajo: Dada su naturaleza transversal, la IA también encuentra una creciente aplicación en los sistemas económico-financieros. En el ámbito económico-financiero, hay aspectos más generales sobre los que la IA puede producir efectos que deben evaluarse cuidadosamente, vinculados sobre todo a la interacción entre la realidad concreta y el mundo digital. El impacto de la IA ya se deja sentir profundamente es el mundo del trabajo.
Sin embargo, mientras la IA promete impulsar la productividad haciéndose cargo de tareas ordinarias, a menudo los trabajadores se ven obligados a adaptarse a la velocidad y las exigencias de las máquinas. La IA está eliminando la necesidad de ciertas tareas que antes realizaban los seres humanos. Si se utiliza para sustituir a los trabajadores humanos en lugar de acompañarlos, existe el riesgo sustancial de un beneficio desproporcionado para unos pocos a costa del empobrecimiento de muchos.
Sin embargo, el trabajo humano debe estar no sólo al servicio del beneficio, sino del hombre, del hombre integral, teniendo en cuanta sus necesidades materiales y sus exigencias intelectuales, morales, espirituales y religiosas. Porque el trabajo es parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal. - La IA y la sanidad: En cuanto partícipes de la obra sanadora de Dios, los operadores sanitarios, tienen la vocación y la responsabilidad de ser custodios y servidores de la vida humana. Por eso, la profesión sanitaria tiene una intrínseca e imprescindible dimensión ética, tal y como reconoce el Juramento Hipocrático, que exige a los médicos y profesionales sanitarios que se comprometan a respetar absolutamente la vida humana y su carácter sagrado. Este compromiso, con el ejemplo del Buen Samaritano, debe desarrollarse por hombres y mujeres que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común.
Si la IA se utilizara no para mejorar, sino para sustituir por completo la relación entre pacientes y profesionales sanitarios, dejando que los primeros interactuasen con una máquina en lugar de con un ser humano, se verificaría la reducción de una estructura relacional humana muy importante en un sistema centralizado, impersonal y desigual.
La responsabilidad exige que el personal sanitario ejerza toda su capacidad e inteligencia para poner en práctica decisiones ponderadas y éticamente motivadas con respecto a las personas confiadas a su cuidado, respetando siempre la dignidad inviolable del paciente y el principio del consentimiento informado. La integración de la IA en la atención sanitaria plantea el riesgo de amplificar otras desigualdades ya existentes en el acceso a la atención. - IA y educación: La verdadera educación se propone la formación de la persona humana en orden a su fin último y al bien de las varias sociedades, de las que el hombre es miembro. La educación no es nunca un simple proceso de transmisión de conocimientos y de habilidades intelectuales, sino que pretende contribuir a la formación integral de la persona en sus diversas dimensiones (intelectual, cultural, espiritual…).
La IA presenta tanto oportunidades como desafíos. Si se utiliza con prudencia, dentro de una auténtica relación entre maestro y alumno y ordenada a los auténticos fines de la educación, puede convertirse en un valioso recurso educativo.
Mientras que algunos sistemas de IA han sido pensados específicamente para ayudar a las personas a desarrollar sus propias capacidades de pensamiento crítico y de resolución de problemas, muchos otros programas se limitan a proporcionar respuestas en lugar de incitar a los estudiantes a encontrarlas por sí mismos o a escribir textos por sí mismos.
En el mundo de hoy, caracterizado por unos progresos tan rápidos en la ciencia y en la tecnología, las tareas de la Universidad Católica asumen una importancia y una urgencia cada vez mayores. En clave inter y transdisciplinar, ejerciten con sabiduría y creatividad, una investigación precisa sobre este fenómeno; contribuyendo a poner de manifiesto las potencialidades saludables en los diversos campos de la ciencia y de la realidad; alcanzando nuevas fronteras del diálogo entre la Fe y la Razón. - IA, desinformación, deepfake y abusos: La IA es también un apoyo para la dignidad de la persona humana cuando se utiliza como ayuda para comprender hechos complejos o como guía hacia recursos válidos en la búsqueda de la verdad. También existe el grave riesgo de que la IA genere contenidos manipulados e informaciones falsas que, al ser muy difícil de distinguir de los datos reales, pueden inducir fácilmente al engaño y a la manipulación.
Combatir las falsificaciones alimentadas por la IA no es sólo trabajo de los expertos en la materia, sino que requiere los esfuerzos de todas las personas de buena voluntad y un cuidadoso discernimiento por parte de cada usuario respecto a su actividad en las redes. - IA, privacidad y control: Los seres humanos son intrínsecamente relacionales, por lo que los datos que cada persona crea en el mundo digital pueden considerarse una expresión objetivada de esa naturaleza relacional. La protección está vinculada a la defensa de la libertad religiosa, ya que la vigilancia digital también puede utilizarse para ejercer un control sobre la vida de los creyentes y la expresión de su fe.
Aunque puedan existir formas legítimas y correctas de utilizar la IA en conformidad con la dignidad humana y el bien común, no es justificable su uso con fines de control para la explotación, para restringir la libertad de las personas o para beneficiar a unos pocos a expensas de muchos. No podemos permitir que los algoritmos limiten o condicionen el respeto a la dignidad humana, ni que excluyan la compasión, la misericordia, el perdón y, sobre todo, la apertura a la esperanza de cambio en el individuo». - La IA y la protección de la casa común: La IA tiene numerosas y prometedoras aplicaciones para mejorar nuestra relación con la casa común que nos acoge.
Los modelos actuales de IA y el sistema de hardware que los sustenta requieren grandes cantidades de energía y agua y contribuyen significativamente a las emisiones de CO2, además de consumir recursos de manera intensiva. Es importante encontrar soluciones no sólo en la técnica sino en un cambio del ser humano. - La IA y la guerra: Nunca debe permitirse que los instrumentos destinados a mantener una cierta paz se utilicen con fines de injusticia, violencia u opresión, sino que deben estar siempre subordinados al firme propósito de respetar a los demás hombres y pueblos, así como su dignidad, y el apasionado ejercicio de la fraternidad.
Aunque las capacidades analíticas de la IA podrían utilizarse para ayudar a las naciones a buscar la paz y garantizar la seguridad, el uso bélico de la inteligencia artificial puede ser muy problemático. En particular, los sistemas de armas autónomas letales, capaces de identificar y atacar objetivos sin intervención humana directa, son gran motivo de preocupación ética, porque carecen de «la exclusiva capacidad humana de juicio moral y de decisión ética».
La humanidad posee hoy instrumentos de potencia inaudita. Puede hacer de este mundo un jardín, o reducirlo a un cúmulo de escombros. El desarrollo y el empleo de la IA en el armamento debería estar sujeto a los más altos niveles de control ético, velando que se respeten la dignidad humana y la sacralidad de la vida. - La IA y la relación de la humanidad con Dios: La tecnología ofrece medios eficaces para gestionar y desarrollar los recursos del planeta, aunque, en algunos casos, la humanidad cede cada vez más el control de estos recursos a las máquinas.
- La presunción de sustituir a Dios con una obra de las propias manos es idolatría, contra la que advierte la Sagrada Escritura (por ej. Ex 20,4; 32,1-5; 34,17). No es la IA quien es divinizada y adorada, sino el ser humano, para convertirse, de este modo, en esclavo de su propia obra.
Aunque puede ponerse al servicio de la humanidad y contribuir al bien común, la IA sigue siendo un producto de manos humanas, lo que conlleva «la destreza y la fantasía de un hombre» (Hch 17,29), al que nunca debe atribuirse un valor desproporcionado.
Reflexión final
Teniendo en cuenta todos los diversos desafíos que plantea el progreso tecnológico, se ha señalado la necesidad de un desarrollo en responsabilidad, valores, conciencia proporcional al aumento de posibilidades que ofrece esta tecnología, reconociendo que cuanto más se acrecienta el poder del hombre, más amplia es su responsabilidad.
Es decisivo, por consiguiente, saber valorar críticamente las distintas aplicaciones en los contextos particulares, con el fin de determinar si estas promueven, o no, la dignidad y la vocación humana, y el bien común.
Un desafío importante y una oportunidad para el bien común reside en considerar la tecnología dentro de un horizonte de inteligencia relacional, que hace hincapié en la interconexión de los individuos y de las comunidades y exalta la responsabilidad compartida para favorecer el bienestar integral del otro.
Hay que considerar la llamada, provocada por la aparición de la IA en la escena mundial, a renovar la valoración de todo lo que es humano.
- La verdadera sabiduría: Para impedir que los avances de la ciencia siguen siendo humana y espiritualmente estériles, hay que ir más allá de la mera acumulación de datos y aspirar a la verdadera sabiduría. Esta sabiduría es el don que más necesita la humanidad para abordar los profundos interrogantes y desafíos éticos que plantea la IA: Sólo dotándonos de una mirada espiritual, sólo recuperando una sabiduría del corazón, podremos leer e interpretar la novedad de nuestro tiempo.
Porque lo que mide la perfección de las personas es su grado de caridad, no la cantidad de datos y conocimientos que acumulen, el modo como se utilice la IA para incluir a los últimos, es decir, a los hermanos y las hermanas más débiles y necesitados, es la medida que revela nuestra humanidad.
En la perspectiva de la sabiduría, los creyentes podrán actuar como agentes responsables capaces de utilizar esta tecnología para promover una visión auténtica de la persona humana y de la sociedad, a partir de una comprensión del progreso tecnológico como parte del plan de Dios para la creación: una actividad que la humanidad está llamada a ordenar hacia el Misterio Pascual de Jesucristo, en la constante búsqueda de la Verdad y del Bien.
Dado en Roma, ante las sedes del Dicasterio para la Doctrina de la Fe y del Dicasterio para la Cultura y la Educación, el 28 de enero de 2025, Memoria Litúrgica de santo Tomás de Aquino, Doctor de la Iglesia.