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06 | Num.328
La comunicación en los diversos ámbitos de
la pastoral de la salud y social

Mercè Puig-Pey, Toni Boix, Jorge Bernabéu y Equipos SAER (Servicios Atención Espiritual y Religiosa)
Orden Hospitalaria San Juan de Dios. Provincia de Aragón – San Rafael. Sant Boi de Llobregat (Barcelona).

Todo en nosotros es comunicación, nuestra mirada, nuestro gesto, nuestra palabra, nuestro silencio, nuestra acción. No podemos no comunicar, no comunicarnos. Por ello es tan importante aquello que expresamos y el modo en que lo expresamos. Nuestro modo de comunicar puede ser asertivo, compasivo, incisivo, amoroso, violento, constructivo… Son matices todos ellos que se ponen en juego en función del tipo de relación que hemos establecido y de la finalidad que nos proponemos alcanzar. Ese cuidado de los bienes recibidos fue la apuesta de San Juan de Dios en el siglo XVI y sigue siendo su apuesta hoy tras cinco siglos de tradición hospitalaria.
Mercè Puig-Pey, coordinadora de Pastoral, junto a los responsables de los Servicios de Atención Espiritual y Religiosa (SAER) de la Provincia de Aragón-San Rafael, han elaborado este trabajo profundizando en la capacidad y modo de comunicar esa buena noticia generadora de espacios de relación, de acogida, de ternura, de bienaventuranza, de fraternidad, de salvación y de Vida.
 
Palabras clave: Comunicación, Responsabilidad, Redes sociales, Familia.
Everything in us – our gaze, our gestures, our words, our silence, our acts – is communication. We cannot not communicate ourselves. This is why it is so important what we express and the way we express. Our way to communicate can be assertive, compassionate, incisive, loving, violent, constructive… All of these shades are put on the line according to the type of the relationship that we have established and the purpose that we want to reach. This care of the received goods was the commitment of San Juan de Dios on the XVI century and it remains today, after five centuries of hospitality tradition.
Developed by Mercè Puig-Pey, Pastoral coordinator, together with the Spiritual and Religious Attention Services (SAER) responsibles of the Aragón – San Rafael Province, this work focuses on the capacity and the way to communicate this good news, generator of relationship, reception, tenderness, beatitude, fraternity, salvation and life spaces.
 
Keywords: Pastoral, Life, Communication, Word.

Todo en nosotros es comunicación, nuestra mirada, nuestro gesto, nuestra palabra, nuestro silencio, nuestra acción. No podemos no comunicar, no comunicarnos. Por ello es tan importante aquello que expresamos y el modo en que lo expresamos.

Nuestro modo de comunicar puede ser asertivo, compasivo, incisivo, amoroso, violento, constructivo… Son matices todos ellos que se ponen en juego en función del tipo de relación que hemos establecido y de la finalidad que nos proponemos alcanzar.

En los centros de la Orden Hospitalaria esa finalidad no es otra que la de colaborar en el advenimiento del Reino que proclaman las Bienaventuranzas. Es bueno anotar aquí las palabras del Papa Francisco

“como Iglesia que somos, hoy también estamos invitados a promover el desarrollo integral del hombre a la luz del Evangelio cuidando los inconmensurables bienes de la justicia, la paz y la protección de la creación”.

Ese cuidado de los bienes recibidos fue la apuesta de San Juan de Dios en el siglo XVI y sigue siendo nuestra apuesta hoy tras cinco siglos de tradición hospitalaria.

Jesús nos dice en el Evangelio que esta labor de protección, paz y justicia está en las manos de cada uno de nosotros en particular pero también está en las manos de las instituciones que deberían cuidar con esmero sus estructuras de poder como garantes de los fines últimos que se proponen.

Con su modo peculiar de comunicar, Jesús pone en evidencia esas posibilidades concretas que se abren ante cada uno de hacer el bien o hacer el mal, de salvar una vida o destruirla arropados por las estructuras que creamos con el objetivo de cuidar y sostener la vida. Lucas, en su Evangelio, nos lo muestra claramente cuando pone en boca de Jesús una pregunta incisiva y clara que dirige a Escribas y Fariseos en el seno de la Sinagoga. Es una pregunta que debería seguir interrogándonos hoy también a nosotros y a nuestras instituciones, en un momento de complejidad como el que vivimos y de desorientación en los valores:

“Yo os pregunto si en sábado es lícito hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla” (Lc 6,9).

La comunicación en la pastoral

Para Jesús el acto de sanar es siempre un acto de amor y de justicia. Para Jesús sanación y salvación están entrelazadas en su dimensión más profunda. Dos acciones que a lo largo de su caminar sintetiza magistralmente y por las que arriesga hasta el final la vida.

¿De qué hablamos, pues, cuando hablamos de Pastoral de la salud y social? Cuál es el mensaje que deseamos comunicar y cómo lo comunicamos a través de nuestros servicios y de la acción humanizadora de nuestros centros sanitarios y sociales? ¿Tenemos suficientemente en cuenta que “La expresión de la verdad puede ser multiforme, y la renovación de las formas de expresión se hace necesaria para transmitir al hombre de hoy el mensaje evangélico en su inmutable significado”?

Ante la fuerza y la radicalidad del mensaje y de los gestos de Jesús y de Juan de Dios, cada uno en el contexto propio de su tiempo, y ante los retos de comunicación que debemos abordar hoy en nuestra acción pastoral, quisiéramos reflexionar en este artículo, sobre nuestra aportación como profesionales del SAER a la misión evangelizadora de la Orden Hospitalaria focalizada en el cuidado del ser humano como parte de la creación. Para ello profundizaremos en nuestra capacidad y modo de comunicar esa buena noticia generadora de espacios de relación, de acogida, de ternura, de bienaventuranza, de fraternidad, de salvación y de Vida.

01 | La comunicación y el ámbito de la salud

De manera abrumadora en los tres evangelios sinópticos y más discretamente entre los signos del evangelio de Juan, la Buena Noticia de Jesús se expresa a través de su paso sanador por el mundo. El camino del Maestro de Nazaret desde su hogar en Galilea hasta la cruz del Gólgota queda conformado, sobre todo, por una sucesión de encuentros sanantes con diversidad de personas enfermas y sufrientes.

Dicha constatación nos remite a una obviedad olvidada durante varios siglos y que incluso hoy en día cuesta enormemente reconquistar: en el ser humano, carne, cuerpo, alma y espíritu están entrelazados. O, dicho en términos más contemporáneos, nuestro ser indiviso lo es desde lo biopsicosocial y espiritual.

Así, en los evangelios, fe, salvación y curación devienen vértices de un único y reiterado triángulo que permite la reinserción de la persona a la comunidad y hace posible una nueva existencia liberada.

Tanto ayer como hoy el encuentro con Jesús alienta esa confianza que sana el cuerpo y la mente y salva nuestras relaciones y nuestro espíritu, restablecida nuestra vida, previamente interrumpida y renovado nuestro aliento espiritual hasta entonces sofocado.

La enfermedad nunca apela solo al cuerpo o a la mente… y así tampoco nuestra sanación llegará únicamente por esas vías. Como reflexionan los benedictinos Anselm Grün y Meinrad Dufner, la salud es una tarea espiritual y la enfermedad puede ser “el lugar al que Dios nos cita para encontrarnos en la realidad de nuestro cuerpo y tocarnos en el lugar de la enfermedad con su amorosa mano”.

Veamos, pues, algunas consecuencias que se desprenden de lo dicho.

Nuestra vida es relación

Primeramente, percatémonos de que toda nuestra vida es relación como les recordaba a los griegos Pablo de Tarso en el Areópago de Atenas diciéndoles que “en Dios vivimos, nos movemos y existimos” (Ac 17,28).

Es importante, pues, tomar conciencia de la incesante sucesión de encuentros en los que nos hallamos sumergidos. Para Grün y Dufner,

“la salud (…) supone (…) una relación correcta del individuo consigo mismo, con los demás, con la creación y con su autor, Dios”.

Estando todos –y todo– siempre en relación, tanto si somos conscientes de ello como si no, hemos de caer en la cuenta de la importancia de esa relación que mantenemos ya que puede ser correcta o no, ser acogida o ser rechazada, ser constructiva o ser destructiva…, pudiendo honrar los dos polos que la componen y sembrar así salud o desmerecer alguno de ellos y alimentar la enfermedad. Hablamos de relación porqué es el sustrato de la comunicación y es bueno ser conscientes de que esa relación, al establecerse, puede llevarnos a la vida –y vida en abundancia (Jn 10,10), a la manera de Jesús–, pero también puede llevarnos a la enfermedad y a la muerte.

En nuestra relación con la persona enferma desconocemos muchas veces las experiencias vividas de incomunicación, de represión y de aniquilamiento que se encarnan en las heridas de su cuerpo y de su alma. Desde nuestra vocación de evangelizadores deseamos establecer con ella relaciones que sean vivificantes y no mortificantes, relaciones que sean de aceptación, de reconocimiento y de fraternidad antes que de juicio, de indiferencia o de lástima. Sólo partiendo de esa premisa básica nuestro encuentro, nuestra relación, comunicará Evangelio; la buena noticia de Jesús que sana y salva.

Diversidad de lenguajes

En segundo lugar, después de haber tomado ya conciencia de ese trasfondo relacional que media todo encuentro, en la pastoral de la salud es necesario que nos sepamos manejar entre diversidad de lenguajes. No hablamos aquí solamente de poner atención a las palabras y los gestos per se, in vitro. Queremos aludir, además, a otros lenguajes a través de los cuales la situación de la persona que sufre una enfermedad se muestra desapercibidamente y se despliega de manera sutil.

No nos basta solamente hablar en la misma lengua ni interpretar habilidosamente las posturas de nuestro interlocutor. Es también necesario que nos acerquemos a su código verbal concreto, a su argot particular, esa mezcla de influencias culturales, de creencias y experiencias altamente significativas para la persona.

Es importante que nos paremos, escuchemos y nos preguntemos ¿qué nos dicen, más allá de su literalidad, expresiones como “llevo a mi madre dentro”, “soy salvo en Cristo Jesús” o “prefiero tener paz que tener razón?

Es importante que nos preguntemos también ¿si somos capaces de acompasarnos con ellas para, no sólo entender mejor a cada persona, sino también para que cada una de ellas perciba que somos capaces de habitar su mismo imaginario? Y, dado que hablamos de salud, aparte de identificar y poder manejar el argot que a la persona le es propio, ¿somos suficientemente habilidosos para poder captar el lenguaje de su enfermedad y ayudarle a distinguirlo? En la misma línea, es crucial que tengamos en cuenta que el cuerpo, al quebrarse, se convierte en una poderosa interpelación para la persona que sufre la enfermedad y no sólo para ella, sino para todo su entorno a menudo olvidado por los profesionales.

Remitiéndonos a la trascendencia de nuestras vidas, nos recuerdan Grün y Dufner, que

“en la enfermedad puedo experimentar en mi cuerpo que lo propio de mi vida no es la fortaleza, ni la salud, ni mis logros, ni la duración de mis días, sino la permeabilidad a Dios”.

Nuestra carne y nuestra alma alzan la voz cada vez que enfermamos, a veces llegando incluso hasta el grito desgarrador. Como acompañantes del dolor humano, sanadores heridos también nosotros, podemos contemplar la enfermedad como una invitación a despertar a Dios-en-nosotros con mayor intensidad de tal modo que nuestra experiencia compartida sea fuente de salud y vida.

Comunicación Crística

Finalmente y de nuevo remitiéndonos al apóstol Pablo, sabiendo que “ya no vivo yo, sino que es Cristo que vive en mí” (Gal 2, 20), es importante que creamos confiadamente que cada encuentro verdadero entre nosotros y la persona que sufre la enfermedad tiene el potencial de manifestar la presencia salvadora de Jesucristo. En ese sentido es bueno constatar que estamos llamados a ser instrumentos de un encuentro crístico en sintonía con la experiencia paulina.

Es por ello que, cuando hablamos de comunicación en Pastoral de la Salud, no hablamos sólo de ese nivel de comunicación centrado en la escucha de lo que la persona nos quiera comunicar o en el intercambio de información profesionalizada que podamos transmitir. Se trata, ante todo, de comunicar a Cristo, cuyo espíritu habita en nosotros, en todos.

Comunicar a Cristo, muchas veces balbuceando, y siempre abriendo nuestro corazón permitiéndole salir con sus entrañas de misericordia al encuentro del otro que sufre y que está junto a nosotros. Creamos confiadamente en ello, con la humildad de quien se sabe herramienta frágil en las manos atentas de un alfarero que cuida con mimo de todo aquello traído a la vida por Él.

En las siguientes experiencias, veremos qué formas puede adoptar tal encuentro comunicativo y crístico en ámbitos tan dispares como la salud mental asociada a la discapacidad intelectual, la cronicidad y la pediatría.

02 | Experiencias

Nuestra vida es relación

Juan anda apesadumbrado por las circunstancias que está viviendo, echa mucho de menos a su familia que no puede visitarlo y se lamenta sobre cuánto está durando esta pandemia. Su familia es su anclaje a este mundo y siente un gran deseo de poder ir a casa. En nuestro encuentro centro mi escucha en sus preocupaciones y lamentos y, adaptándome a su lenguaje, intento transmitirle el máximo de comprensión y tranquilidad gracias al vínculo que nos une.

Con el objetivo de potenciar sus capacidades personales, recordamos algunas vivencias en las que supo reponerse del desánimo. ¡Y allí está Dios! Juan siente con emoción a Dios, lo siente cerca y siente que él lo ama sin condiciones, pase lo que pase. Le reconforta que hablemos de ello. Me habla de su tío, a quien quiso mucho y que es un referente para él; me enseña la medalla que le regaló antes de morir y que pidió que lleváramos a bendecir el año pasado. La medalla le de paz y le da fuerza.

En mi comunicación con él voy propiciando que tome conciencia de las experiencias de su cotidianidad, algunas gratificantes, y nos fijamos especialmente en las relaciones. Se da cuenta de que sus compañeros y algunos profesionales le han ayudado durante este tiempo a no sentirse solo y valora mucho los paseos por el recinto “respirando aire puro”. Su mayor descubrimiento ha sido sentir lo mucho que quiere a su familia. Tenerlos más lejos en estos momentos hace más evidente su sentir. Pasa que cuando los ves todo el rato no te das la misma cuenta, ahora son muchos meses y esto también es un descubrimiento…

Percibo que algo en su interior está despertando y le propongo recoger sus “descubrimientos” en un libro de testimonios que se está preparando sobre la pandemia. Le ilusiona mucho participar, al igual que a su familia, y ello le ayuda a sentir más positivamente lo que está viviendo.

A partir de esta vivencia quiere ir más allá y de forma poderosa brota en él la inquietud de hacer algo significativo por los demás. Su propósito es repartir alimentos por las casas, para que todas las personas tengan un plato de comida. Lo ajustamos a la realidad y contando con la colaboración de sus padres y del equipo le satisface participar en la campaña solidaria del centro. Reconocemos juntos su espíritu solidario, el no quererse quedar de brazos cruzados, el efecto que su gesto causa en los demás. También su adaptación y paciencia durante este tiempo complicado. Avivar su fe, resaltar de forma clara y sencilla sus valores, ayudándole a verse identificado en ellos, le ha permitido tener una percepción más positiva de sí mismo y descubrir semillas de crecimiento en la adversidad de lo vivido.

Dios se revela a los sencillos, no a los sabios, y constato, junto a Juan, que no hacen falta grandes razonamientos para experimentar su amor y dejarse movilizar por él.

Diversidad de lenguajes

El día a día de Miguel, desde hace unos meses, se ha convertido en un sinsentido. Ha pasado en cuestión de segundos de estar bien, en donde su bien significa vivir y compartir su vida en el trabajo, con la familia y los amigos, a vivir en un pozo de incomunicación. Cuando las palabras no aparecen, y cuando lo hacen no dan luz a lo que quiere trasmitir, cuando escribir ya no es una opción porque un garabato no es una palabra, cuando comunicarte con palabras se hace imposible, necesitas que el otro, el que escucha, entienda y comprenda lo que te pasa a través de otros medios comunicativos.

En este caso en donde la palabra de Jesús según el evangelista Marcos, “Effatá”, resuena con intensidad, ábrete, “hazte abierto” no sólo a los oídos sino a la persona en profundidad, escucha en profundidad.

Así comenzó el acompañamiento a Miguel en esta parte durísima de su camino. El código lo marcaba la limitación producida por su situación física, una limitación resiliente que, a través de su esfuerzo y constancia, se iba trasformando en destellos luminosos que alumbraban el camino, siendo capaz de encontrar sentido en el proceso que atravesaba.

Los encuentros transcurrían de múltiples maneras, ya que las emociones a veces eran el vehículo principal por el que Miguel se comunicaba, así como la intensidad y rapidez de sus movimientos, con los que intentaba trasmitir su pensar, su sentir, sus deseos. Todo ello formaba parte del significado que quería comunicar.

Si bien, el punto de encuentro profundo, de confianza y respeto era la mirada y la intensidad con la que te cogía la mano. Estos gestos permitían que la incertidumbre y la frustración dieran paso a momentos de paz, en los que desde el consuelo era posible el diálogo sobre sus preocupaciones, su sufrimiento y sus anhelos.

La mirada era un código en sí misma, puesto que además la imposición de la mascarilla no jugaba a nuestro favor. Su mirada era intensa, directa y profunda. Con ella te hablaba, te interpelaba y te conectaba directamente con su sufrimiento. Una mirada cuyos tintes de incomprensión, de dolor y de desesperación expresaban la sinrazón de lo que le ha pasado y vive. Su mirada, nuestras miradas, forjaban ese espacio de encuentro frúctifero con el otro. Un espacio comunicativo en donde se hacía posible una comprensión auténtica y compasiva, habitada por un silencio lleno de presencia. Aunque no era fácil, no. Para ninguno de los dos y principalmente para él. Sin embargo, también había momentos más ligeros, con cierta ilusión y esperanza.

La seriedad, la formalidad, el orden han formado siempre parte de lo que da significado a sus experiencias de vida, pero también el sentido del humor está presente y aflora en determinados momentos, como aire fresco que promueve un espacio y encuentro sanador. “Effatá”, “hazte abierto” pues la vida sigue fluyendo y vamos intuyendo y verbalizando su nuevo sentido haciendo realidad su deseo y su propósito de formar parte activa en el proyecto, resignificado, de su familia.

Comunicación Crística

Malena camina lentamente y pensativa de un lado al otro de la habitación de intensivos. La miro a través del cristal del box y pienso que quizás este vaivén entre cuatro paredes pueda ayudarla a pensar lo que todavía no puede creerse: su hijo Joaquín ha sufrido un sangrado tan grave que podría fallecer en las próximas horas.

Es cuando me acerco que puedo escucharla murmurar, agotada entre sollozos, un Padre Nuestro en italiano que, sin pretenderlo, acabo interrumpiendo.

– Hombre, Marcos: mírame cómo estamos, ni me sostengo en pie, toda la noche sin dormir, otra noche más sin dormir, no me lo creo… creo que me va a dar algo. Se nos va, se me muere, Marcos.

No sé qué decir y Malena entonces calla.

– No tengo ganas de hablar más, la verdad, no sé qué decir, pero no te vayas Marcos, quédate un ratito, me hace bien.

Tras unos minutos propongo salir de la habitación para que descanse un momento -tomar distancia, pienso para mis adentros- pero me dice que no tiene ganas de ir a ningún otro lado.

Le propongo que terminemos de rezar el Padrenuestro que interrumpí, en la capilla.

– Es el único lugar donde podría ir si no estoy al lado de mi hijo –dice Malena con los ojos despiertos pero agotados.

Entramos a la capilla y señala el tercer banco junto al mosaico que cubre la pared lateral:

– Este es mi sitio –dice- siempre me siento aquí. Lo que habré rezado en este banco…

Allí en el recogimiento, lleno de la Presencia rezamos pausadamente la única oración que nos enseñó el Resucitado y ambos tomamos conciencia de esa presencia que todo lo invade.

Rememoramos que una vez nos dijo: “venid a mi todos los que estáis afligidos y agobiados y yo os daré descanso” y nos quedamos en silencio, poniendo nuestras vidas en las manos del Padre, como Jesús nos enseñó.

Malena se queda profundamente dormida. Suspira. La dejo descansar.

Pienso que nos hemos hecho Uno con Jesús el Cristo al sentirnos acogidos en las manos del Padre y recuerdo: somos hijos en el Hijo.

– Malena -la despierto con suavidad- te he dejado descansar unos minutos, vamos, si quieres te acompaño de nuevo a la habitación y continuamos hablando…

03 | La comunicación y el ámbito social

Para comunicarnos, «hacen falta gestos físicos, expresiones del rostro, silencios, lenguaje corporal, y hasta el perfume, el temblor de las manos, el rubor, la transpiración, porque todo eso habla y forma parte de la comunicación humana» (Francisco 2020).

En la Pastoral social, la comunicación, adquiere una importancia especial por ser la herramienta base de nuestra labor, y porque el uso que le demos a la misma, o cómo utilicemos el lenguaje y demás elementos de los que disponemos, va a tener una profunda repercusión en la persona a la que acompañamos propiciando la recuperación de su itinerario vital así como su integración en la comunidad de la que se había sentido excluido.

La comunicación debida hacia las personas en situación de exclusión social es aquella que San Juan de Dios tanto practicaba. Esa en la que el interlocutor se siente importante para alguien como podemos comprobar en una de sus cartas dirigidas a Luis Bautista cuando afirma «pues todos vuestros males me afligen y todos vuestros bienes me alegran»; pero que también se aleja de falsas certezas o seguridades y que sitúa a ambos en un mismo plano:

«Estoy viendo que andáis como barca sin remo; también yo muchas veces me encuentro en duda, sin saber cómo orientarme. Total, que estamos los dos sin saber qué hacer, ni vos ni yo. Por tanto, Dios que lo sabe y lo remedia todo nos socorra e ilumine».

Comunicación es generar vida

Cuando nos relacionamos, generamos un impacto en el receptor, nos introducimos de alguna manera dentro de su esfera personal y esto exige que seamos cuidadosos en cómo lo hacemos. Porque quien va a recibirnos va a ser una persona o grupo que está atravesando una situación extremadamente vulnerable, que

«viven en unas condiciones de vida materiales y psíquicas que les impiden sentirse y desarrollarse plenamente como seres humanos»

y esto condiciona en gran medida el modo como debemos aproximarnos. Por tanto, con la comunicación podemos ser generadores de vida o generadores de muerte y de mayor exclusión social en nuestra vida diaria. Las dificultades que atraviesa la persona a la que dirigimos nuestra acción, nos exigen estar especialmente atentos dado que en nuestros centros buscamos cuidar y sanar a las personas en su integridad, facilitándoles una pronta recuperación que les permita recuperar el sendero de sus vidas y su dignidad.

Es bueno que nos preguntemos cómo podemos establecer una comunicación que genera vida en los otros así como también cómo debemos transmitir y recibir los mensajes que a su vez van a ir transformando la realidad en la que se producen haciendo cada vez más presente el Reino. Una comunicación que genera vida es aquella que acontece compasivamente en la historia de sufrimiento de la persona. Es aquella que se hace con profunda ternura al contemplar su vida frágil (incluso resquebrajada en ocasiones), sufriente, vulnerable y enferma; y que siente compasión de su momento vital. Tiene que ver con la pregunta formulada a María Magdalena ante el sepulcro: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» (Jn 20,15). Hay un dolor en María que a Jesús le toca el corazón, que no le deja indiferente. La pregunta va cargada de emoción y afecto, fruto de la conmoción interior por el encuentro.

Comunicación es respeto

Quien comunica se implica en la vida de la persona a la que acompaña y lo hace claramente en un movimiento de salida que le lleva a compartir la carga y el dolor, buscando siempre transmitir desde el respeto sosiego, ánimos, optimismo, sentido, cariño y dignidad. Es una comunicación cuyo objetivo se centra en reiniciar procesos que han sido truncados por las circunstancias no siempre buscadas ni queridas; una comunicación que alienta, renueva la marcha y sana.

El mensaje que ofrecemos será siempre una invitación a conectar con los anhelos profundos de la persona a la que acompañamos; una propuesta que le anima a seguir avanzando, siguiendo su propio itinerario vital, hacia una alternativa nueva que se abre ante un horizonte más amplio y lleno de luz. Fruto del diálogo, esta propuesta será consensuada y sabrá aceptar y respetar la decisión que más o menos libremente tome la persona que está atravesando esa situación de dificultad.

Nuestra comunicación tiene presente que el otro, allí donde está situado, es libre para tomar su propio camino, pues tiene otros valores diferentes a los míos, otro marco cultural y otras creencias que le orientan y sustentan, un mundo de relaciones del que desconocemos su riqueza y del que a menudo sólo vemos las heridas. Por todo ello puede disentir en los objetivos que nos hemos propuesto con él y cambiar, por cuenta propia, el rumbo pactado. Pero ¡qué importante resulta transmitirle que haga lo que haga, decida lo que decida, seguirá encontrando en nosotros un lugar donde apoyarse en los momentos de dificultad!

Son muchos los factores que llevan a sufrir una situación de exclusión social y por ello es importante encontrar y compartir signos de esperanza donde en apariencia no los hay. Por eso es importante que nuestra mirada, nuestros gestos, nuestro contacto, nuestras palabras y todo aquello que llene el espacio comunicativo que generemos en nuestra labor profesional sea capaz, desde el respeto y el amor, de manifestar los diversos aspectos de la inagotable riqueza del Evangelio.

Comunicación es igualdad

Cuando nos comunicamos podemos adoptar, entre otras, dos actitudes sobre las que conviene reflexionar, «desde arriba» o bien «en igualdad». Una comunicación «desde arriba» con quien está sufriendo la exclusión participa de la cultura del descarte, implica hacerlo desde la certidumbre, y normalmente esconde ciertos juicios de valor previos. Dificulta el crecimiento y el avance de la otra persona y es que «prestar ayuda requiere mucho tacto para que dicha ayuda no se convierta en motivo de vergüenza para el otro».

En cambio, con la comunicación que genera vida, alejamos la mirada superficial o simplista y conforme vamos interiorizando esta percepción, vamos a su vez transmitiendo la profunda compasión y ternura de Dios.

De este modo los espacios de nuestras casas serán lugares de encuentro donde hallar un refugio y una acogida que ensancha el corazón. Cumpliremos así con lo que el Papa Francisco nos propone porque

«los cristianos estamos llamados a cuidar a los más frágiles de la tierra. Pero en el vigente modelo “exitista” y “privatista” no parece tener sentido invertir para que los lentos, débiles o menos dotados puedan abrirse camino en la vida» (Francisco, 2013).

En definitiva, comunicar es también vivirse en igualdad, sabiendo que esa es la manera en la que me puedo relacionar con los demás fraternalmente, experimentando de ese modo la llamada a vivirnos, como San Juan de Dios, sabiendo que Dios es el Padre de todos (Ef 4,6) y como tal nos convoca en el seguimiento de Cristo en una invitación a hacerlo «junto a» quien peor lo está pasando.

Precisamente una comunicación que se expresa desde esta equidad, es la que viene a marcar el punto de partida para que la ayuda y el cuidado a quien peor lo está pasando se pueda materializar en la creación del Reino.

Ese espacio de fraternidad que dignifica a la persona que acompañamos, porque elimina cualquier pretensión de dominio.

Es un reto pastoral que pasa necesariamente por experimentar la conmoción profunda, aquella que se regala como don gratuito que como tal debemos acoger y agradecer; y que materializa la alegría de quien se sabe sostenido y acompañado.

Las siguientes experiencias de diversos centros de acogida a personas sin hogar de nuestra provincia nos ayudarán a iluminar estas reflexiones.

04 | Experiencias

Comunicación es generar vida

Durante estos años acompañando y cuidando familias hemos ido creando, casi sin darnos cuenta, espacios amorosos de acogida y aprendizaje mutuo. Muchas familias nos han ayudado a entender que en nuestra acogida, en nuestros abrazos, en los aromas de nuestro Huerto, en los vínculos tejidos a través de las miradas y las complicidades del cada día, poníamos en valor la hospitalidad esperanzada del que llega cansado a CASA para recuperarse y coger nuevas fuerzas para seguir el camino. Por todo ello queremos compartir aquí diversos testimonios que son también generadores de vida para nosotros.

“Gracias Adrián por ese abrazo con el que nos recibiste el primer día: sin saber dónde llegábamos sentimos que era un lugar seguro.”

“Fue sólo el inicio de volver a sentir el amor y el abrigo tras tanta incertidumbre hasta llegar al Centro.”

“Gracias a nuestra monitora Jenni, por estar siempre presente para nosotros y nuestros hijos, aunque no estuvieras de turno siempre sentimos que lo dejabas todo dispuesto para que fuéramos atendidos.”

“Júlia gracias por hacer sentir felicidad a nuestros hijos, a sentir calor de hogar. Por escucharlos, abrazarlos y alentarnos a continuar.”

“Núria, no tenemos palabras… tus consejos, tu amor por nuestros hijos y por la tierra que tanto nos has hecho trabajar!!!! Pero fíjate que han dado sus frutos en forma de calabazas, tomates, sofritos…cuánto hemos aprendido, ¡pero también cuánto nos hemos llevado de palpar la tierra y llorar por estar lejos de la nuestra…cuánto dolor y agradecimiento a la Vida!”

“¡Marta y Magda, menudos torbellinos de dulzura y cariño! Espejos de alegría y de sentaros un ratito que vamos a “platicar”. Sabíamos que si necesitábamos algo sólo había que pedirlo.”

“Kendra, siempre tuviste la puerta abierta para nosotros. Según nuestro caminar o muchas veces nuestro mirar sabíamos que iría continuado de

“Familia, por favor……pasad”.”

“Sabemos y somos conscientes que si Dios no nos hubiera permitido encontrarlos en nuestro destino hoy podríamos estar lamentando que perdimos todo, pero ahora tras todo este tiempo podemos decir que hemos encontrado una nueva CASA y FAMILIA.”

“Creyeron en nuestras posibilidades y virtudes, nos dieron Esperanza cuando ya la estábamos perdiendo y confiaron en nuestra familia sin límite alguno.”

“Gracias porque nos habéis permitido forjar nuestras alas con gran sostén y mucho empeño y en este día somos capaces de seguir el camino y continuar.”

“Es muy difícil expresar con palabras lo que siento en este momento, estoy triste pero a la vez muy feliz, aquí se queda una parte de mi vida, agradezco a Dios y a la Fundación san Juan de Dios, en especial a cada una de las personas que trabajan allí. Aquí hice una familia, mis lágrimas son de agradecimiento. Tuve frío y hallé abrigo, tuve hambre y siempre había un plato de comida, necesité abrazos y los encontré, llegué con el corazón roto y ahí lo empecé a pegar, mi hija volvió a sonreír, aquí volvimos a vivir, a soñar…”

Comunicación es respeto

La Sra. Amanda y su hija adolescente llegaron al centro de protección internacional huyendo de Venezuela, su tierra natal, expulsadas por la precariedad económica y por un entorno socio-familiar que les hacía sufrir. Estas circunstancias no les permitían desarrollarse en su plenitud y, probablemente, habían tenido gran influencia en los trastornos psicofísicos que arrastraban. Cuando las conocimos estaban confusas, abrumadas por la nueva situación y afectadas por trastornos derivados de años de maltrato, falta de reconocimiento y, sobre todo, de afecto, dignidad y “hogar”.

Cuando estas circunstancias se prolongan en el tiempo y, aun peor, si tienen lugar en la infancia, dejan heridas tan profundas que solo pueden ser curadas si añadimos a los abordajes técnicos la perspectiva humana y el sentido de las experiencias vitales.

Por eso, una vez pudimos evaluar su situación, el equipo enfocó su trabajo en acogerlas. Una acogida cuyo objetivo principal fue hacerlas “sentir en casa”. Una casa como la entendemos desde la perspectiva de San Juan de Dios, hospitalaria y respetuosa, en la que el corazón, los gestos y la escucha tuvieran un papel central en la recuperación de su valía personal, en hacerlas “sentirse vistas” y dignas de ser amadas y respetadas.

Es cierto que esto resulta fácil decirlo y no tan sencillo transmitirlo, pero, aun siendo intangible, todos resonamos cuando alguien nos ama desinteresadamente; y eso fue lo que como equipo les ofrecimos aportando luz y sentido a su caminar.

Poco a poco, Amanda y su hija fueron recuperándose y, sobretodo, fueron sintiendo que no estaban solas, que éramos una red que las podía sostener (probablemente como no habían tenido nunca), una referencia a la que acudir porque “en este hogar” no se las juzgaba y se podían sentir ellas mismas sin vergüenza ni temores. Sin embargo, cuando todo parecía encaminado, Amanda, a pesar de los problemas que tuvo en su país de origen, acepto alojar en casa a familiares por los que había sido agraviada y maltratada en su momento.

Con el fin de evitarlo se le ofreció otra vivienda social y se dedicaron muchos recursos humanos y materiales para reconducir la situación.

Oportunidad que, cuando estuvo a punto de materializarse, desechó por temor a las consecuencias que tendrían para el resto de involucrados.

A pesar de los esfuerzos realizados, las acompañamos en su elección que, aunque aparentemente no fuera conveniente, eran “sus” decisiones personales.

Aun cuando expresaron su vergüenza y temor ante su elección, e incluso mostraron una cierta actitud evitativa, nos mantuvimos a su lado, respetando su voluntad y libertad de decisión, sin juicios, y tratando de sostener su situación con el mayor amor posible. Intentando transmitir que no estaban solas y que, cualesquiera sean sus circunstancias, continuábamos a su lado, acompañándolas de forma incondicional, tratando de irradiar el mensaje de que nuestro respeto y amor, como el de San Juan de Dios, no está condicionado por nada.

Comunicación es igualdad

Cuando Seckou ingresó hace cinco años en nuestro centro se sentía terriblemente triste y angustiado. Acusaba la lejanía de su país de origen, Senegal, y la ausencia y el cariño de los suyos que había dejado atrás entre Senegal y Gambia hacía ya catorce años. Tras vivir unos años con compatriotas, a causa de un atraco violento sufrió un traumatismo que le dejó grandes secuelas y cambió su vida y sus ilusiones de futuro por completo.

A las dificultades propias derivadas de su condición de extranjero, se unieron la falta de esperanza y la incertidumbre de quien ha perdido el único recurso con el que contaba para ganarse la vida, su propia capacidad física, la cual quedó completamente mermada y limitada. Tras un tiempo a la deriva llegó a nuestro centro y poco a poco, gracias a la acogida humanizadora y al trato respetuoso de todos los profesionales, se fue recuperando y lentamente, fue capaz de recobrar las fuerzas y las ganas por salir adelante; sintiéndose y haciéndole sentir uno más entre nosotros. Poco a poco fue recobrando su identidad perdida y la ilusión por el futuro soñado que le trajo a nuestro país.

El día a día con él resulta siempre reconfortante, dada su gran disponibilidad que le hace estar siempre listo para ayudar a los demás en todo momento, ya sea colaborando con los Hermanos en la ropería o apoyando al equipo de cocina cuando algo necesitan.

Seckou es uno más entre nosotros, amable y agradecido con Alá, Dios misericordioso, así lo vivimos y sentimos. Experimentamos su cercanía cuando se preocupa por cómo nos encontramos y cuando compartimos con él nuestra jornada como podemos hacerlo con cualquier otro compañero/a; y esto se nota mucho a la hora de programar y formular juntos los avances y las dudas en su proceso de inclusión.

Son muchas las horas de convivencia y con ellas son muy numerosos los momentos de felicidad y de tristeza que compartimos, porque en el fondo compartir la vida no deja de ser una experiencia en la que nos comunicamos inquietudes, malestares, intimidades y alegrías.

Cuando vivimos esa comunicación desde la horizontalidad, desde la fraternidad, podemos descubrir la gran variedad de soluciones que tiene un problema al aportar cada uno su mejor punto de vista.

Desde esta realidad, podemos vivir la relación profesional con Seckou como un verdadero acompañamiento en el camino de la vida, compartiendo siempre las experiencias del día a día, y buscando juntos su proyecto vital, orientándolo en la toma de decisiones y compartiendo el ejercicio de su libertad. Esto hace que tratar con él se haga muy fácil, porque caminamos en la esperanza de ir construyendo un proyecto de vida compartida.

05 | Conclusión

Las reflexiones que hemos recogido en este artículo quieren ser una muestra de que

“nuestros hospitales, nuestros centros sociales, son instrumentos de evangelización, sabiendo respetar a todo el mundo pero promoviendo una Hospitalidad desde los valores de san Juan de Dios. En ocasiones será oportuno hablar de Dios a usuarios y a los mismos Colaboradores; en ocasiones será oportuno callar. Nosotros tenemos que calibrar y discernir la oportunidad o la inoportunidad de hablar de la salvación de Dios. Benedicto XVI (DCE 31c) nos dice: “la caridad, el bien bien hecho, en sí mismo ya evangeliza»