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04 | Num.342
La esperanza de san Juan de Dios
en sus cartas

Calixto Plumed Moreno, O.H.
Doctor en Psicología. Psicólogo Clínico. Escuela de Enfermería y Fisioterapia San Juan de Dios. Universidad Pontificia Comillas. Madrid.

El presente trabajo profundiza en la vivencia y expresión de la esperanza cristiana en las cartas de San Juan de Dios, destacando su coherencia entre palabra y acción, y su plena adhesión a las enseñanzas de la Iglesia.
A través del análisis de fragmentos epistolares y apoyado por fuentes doctrinales como el Catecismo de la Iglesia Católica, el autor explora cómo San Juan de Dios encarna de forma heroica las virtudes teologales —fe, esperanza y caridad— así como las virtudes cardinales.
La esperanza aparece, especialmente, como un eje transversal que sostiene su misión entre los más pobres, enfermos, marginados y necesitados, y lo impulsa a actuar con caridad heroica y confianza absoluta en la Providencia divina. Esta virtud se manifiesta tanto en su confianza escatológica como en su fortaleza para afrontar las dificultades cotidianas.
El hermano Calixto resalta también su devoción a la Virgen María y su papel de guía para los jóvenes, los enfermos y los excluidos, invitando a actualizar su legado como signo concreto de esperanza para el presente.
 
Palabras clave: Esperanza cristiana, Caridad, Providencia divina, san Juan de Dios
Artificial intelligence has taken hold today and affects all human dimensions. In this sense, it is important to reflect also on the influence of artificial intelligence on spirituality, in particular on how this influence may or may not affect the way we provide spiritual and religious assistance to those who come to our services.
The article presented is a reflection written by three authors, constructed dialectically (Hegel). It begins, in the form of a thesis, with the assertion that artificial intelligence is an intermediary in the success of the therapeutic approach to spirituality integrated into the multidisciplinary care. Then, in antithesis, it counters that the appearance of veracity and universality of artificial intelligence shows its incapacity to transcend, to emote, to hope, as essential elements in the act of caring. It concludes by summarising that artificial intelligence can be used as an accelerator and mediator in care, but it is far from, and very unlikely to replace, the healing emotional and spiritual bond that humans have perfected over years of evolution. As a dialectical process, the text thus invites reflection on the new theses surrounding the use of AI in health and social care.
Keywords: Artificial intelligence, spirituality, health and social care

Los fragmentos que se aportan de las cartas de San Juan de Dios[1] están esencialmente relacionados con las tres virtudes teologales del cristianismo: fe, esperanza y caridad. Pero Juan de Dios tiene muy presentes las otras virtudes cardinales que enmarcan su vida ya que son las enseñanzas de la Iglesia, “y echo mi sello y cierro con mi llave”, como él mismo dice, pues resulta ser cuanto se le transmite, está convencido de ello y obedece con humildad.

Por tanto, hermano mío en Jesucristo muy amado, no dejéis de rogar a Jesucristo por mí, que me dé gracia y esfuerzo para que pueda resistir y vencer al mundo y al diablo y a la carne, y me dé humildad y paciencia y caridad con mis prójimos, y me deje confesar con verdad todos mis pecados, y obedecer a mi confesor, y despreciarme a mí mismo, y amar a sólo Jesucristo, y tener y creer todo lo que tiene y cree la Madre Santa Iglesia, lo cual tengo y creo bien y verdaderamente, como lo tiene y cree la Santa Madre Iglesia, así lo tengo yo y creo, y de aquí no salgo, y echo mi sello y cierro con mi llave (2ª GL. líneas 49-60).

No solo resulta que él lo cumple, sino que lo recomienda a los que le rodean como un bien conveniente de practicar.

Cuando os fuereis a acostar, buena Duquesa, signaros y santiguaros y refirmaros en la fe, diciendo el Credo y Pater Noster y Avemaría y Salve Regina, que son las cuatro oraciones que manda decir la Santa Madre Iglesia, y mandad que las digan todas vuestras doncellas y criadas, como yo creo que siempre lo mandáis que las digan, que ya les vi decir la Doctrina Cristiana cuando estuve allá (1ª DS. líneas 38-43).

De las Anotaciones que Matías de Mina[2] hace a propósito de las Cartas de san Juan de Dios, destacamos algunos aspectos que nos ilustran en este momento.

Estas cartas lo personalizan de modo imperecedero como hombre de Dios que trae a la humanidad indefensa y dolorida en nombre de Jesucristo ejercitando con ella heroicamente las obras de misericordia promulgadas por su evangelio misericordioso.

La unción emotiva que consiguen en la sinceridad del estilo directo, las palabras de que se sirve para precisar sus deseos, sus súplicas son más para la meditación de sus alcances espirituales que necesariamente han de mezclar hasta en las vicisitudes suplicantes de su llamar al socorro material, agobiado por las necesidades de sus pobres que le angustian. La ejemplaridad de sus hechos como signos caritativos de la doctrina misericordiosa de Jesucristo, ya bien percibidos y adoptados por algunas generosas llamadas al servicio de los que sufren marginación y enfermedad, insta, persuade al corazón humano a que decididamente se abra en favor de sus hermanos, prometiéndole las recompensas infinitas y eternas tan claramente puntualizadas en las palabras del mismo Jesucristo.

Para aproximarse al conocimiento de la personalidad y figura histórica de Juan de Dios, intentando conocerlo, ampliar, profundizar ese conocimiento en propio provecho y con mayor razón si se busca transmitírselo a los demás, hoy, puede disponerse de respetuosa amplitud testifical que permite meditar y analizar sus hechos, ventaja que sobre todo no alcanzó su primer biógrafo, el privilegiado maestro Francisco de Castro. Casi con certeza histórica, puede admitirse que difícilmente logró alcanzar el conocimiento de su palabra escrita, de sus cartas, las que podrían haberle abierto caminos secretos de su espiritualidad, que, por su parte, aun sin tan esencial auxilio, pudo intuir, valorar acertadamente a la hora de ejercitar su privilegiado cometido, altamente responsabilizado, dando giros nuevos de distintos signos al hacer hagiográfico de la época.

Son cartas de expresión tan nítidas, sin redundancias ni rodeos, profundamente piadosas, plenamente acordes de intención, pensamiento que pedían respeto absoluto a cuantas equivalencias intentaran sustituirlas en palabras, en expresiones. Sin embargo, no dejan de ser el medio más auténtico y eficaz para gozar privilegiadas intimidades que, aun intentando ocultarlas, rezuman esencias de su proceso espiritual más acendrado, finezas de su corazón caritativo inagotable. Asimismo, no han podido impedir que, a través de su llano razonamiento y preciso vocabulario, por lo menos, lleguemos a conjeturar, deducir atisbos de lo que podía confiar a los que abría su espíritu sin restricciones, para confiarles los secretos de su alma, totalmente entregada a Jesucristo, sirviéndole en sus pobres y enfermos.

Sin temor a equivocación, si se intenta conocer al santo cual merece, sus hechos admirables depararán siempre sus intenciones, sus palabras advertirán las mociones internas del espíritu que los impulsa, la unión de ambos medios lleva a detectar, tal vez veladamente, los secretos íntimos que anidan en él como presencia permanente, singularmente cristocéntrica. Los hechos darán siempre la grandeza de su acción misericordiosa, de su celo evangélico y sus palabras advertirán, delatándolos, los privilegios del espíritu que los anima.

La publicidad de su inaudito apostolado, él mismo lo vocea por las calles. A estilo de pregón, llama a la misericordia con el que sufre enfermedad y marginación. Abre insospechados horizontes al amor humano ¡Todos hermanos! Posos de razas, de culturas, de vencedores y vencidos, todo queda borrado ante el que sufre ¡Haceos bien a vosotros mismos!

No solamente él se entrega por entero a su servicio, sino que les aporta toda clase de alivios que puede alcanzarles para curarlos y así busca sus médicos y boticarios a quienes les pide si quieren curárselos por amor de nuestro Señor Jesucristo. Pero como también las almas enferman por el pecado, con toda solicitud ruega a los sacerdotes, suplicándoles quieran curarles para que se salven.

La denominación, el título que ha preferido como frontispicio para su hospital fue: «Casa de Dios», bajo la protección de la Virgen María, siempre entera, a la que invocan en el rezo común de todo el hospital, encabezado por él mismo y hecho con toda sumisión a lo mandado por la Santa Madre Iglesia, cuya doctrina enseña para invocar el perdón de los pecados y conseguir su aceptación y la de cuantos le ayudan con su bendita limosna.

La plena realización de su vida consagrada en el hospital, por fin, va a dejar una herencia a la Iglesia y a la humanidad unidas, una forma de acoger, de valorar la porción más desventurada: los pobres que sufren enfermedad y pobreza. Él por su parte les ha advertido las abnegadas exigencias de su entrega total, pero les ha alentado con sus seguridades que tiene en Jesucristo, al que han de amar sobre todas las cosas del mundo porque Él es la perfecta certidumbre, que, aunque todos los abandonen, Él no los olvidará jamás que, ayudados por la Virgen María, siempre entera, alcanzarán los beneficios de la Santa Madre Iglesia, que los cobijará constantemente.

En las cartas, agazapados entre sus renglones, con los ardientes latidos de su corazón, los fulgores de su fe luminosa, su inquebrantable esperanza, quedan ocultos secretos insondables de su unión con Jesucristo. De igual manera son testimonio fidedigno de las pruebas que hubo de afrontar al entregarse totalmente a esa causa santa.

Como última y definitiva consecuencia de su paso por la tierra, en estas cartas puede comprobarse la plena realización de su personalidad total, no solamente en su interpretación del mensaje evangélico, cumbre de su llamada, sino en lo humano y social que con tantos atractivos y vacilaciones hubo de acometer, que le salieron al paso en sus ilusionantes aspiraciones.

La bien patente presencia en su conducta de las virtudes cristianas afianzadas en su proceso ascético, singularmente manifestado en su fe luminosa, en su ardiente caridad, su generosa penitencia, filial devoción a la Virgen Maria, ciega obediencia a la Iglesia, representada cerca de él en los tres privilegiados pastores: Juan de Ávila, Miguel Muñoz y Pedro Guerrero lo muestran plenamente realizado en sus facultades y condiciones humanas en el cumplimiento de su carisma misericordioso con los más necesitados y marginados.

La infinita caridad del Cristo crucificado, cuya imagen, aún muerto, estrechaba entre sus manos yertas, su actitud de «un tanto inclinada la cabeza a los pies del Cristo, como que los iba a besar» les señalaba muy claro el ideal evangélico que habían de seguir puesto que habían decidido acompañarle en su camino hospitalario. De hecho, se lo había resumido en sus inmortales palabras: «Darlo todo por el Todo que es Jesucristo».

Estas cartas ratifican y magnifican el gran compromiso que su autor contrae con la sociedad si ella acepta la necesidad de generoso desprendimiento del poseer para dar la «bendita limosna» en socorro de los pobres y descartados. Sus desvelos para acogerlos a todos, sin exclusiones, manifestaban la sinceridad de su entrega incondicional. «¡Quién hace bien para sí mismo!» pregonaba en alta voz por las calles. Su fe, su esperanza gozan de la plena seguridad en las promesas evangélicas, confesión que ninguno podía poner en duda al oírle sus distintas fórmulas de invitación: «¿Hacéis bien, por amor de Dios, hermanos en Jesucristo?»

Las intensas vivencias y comunicaciones, esencialmente cristocéntricas, que su espíritu ha ido descubriendo en los secretos misericordiosos de la limosna, despiertan en su alma y en todo su ser una imperiosa necesidad de participar, de explicar a los demás, despertando toda su valoración, motivos para hacerla, ocasión de conseguir los grandes destinos y provechos eternos que ella encierra.

¿Qué pretende dar a entender por esa consolación y don supremo de Jesucristo? Es difícil entender lo que para él abarca, encierra esa consolación de Jesucristo, conseguida la cual no quiere ni desea para otros en esta vida otra consolación.

En estas sus cartas, de una u otra manera, bajo mil formas que pueden considerarse tantos y tantos indicios de sus comunicaciones con Jesucristo, impresiones, resultados de sus viajes a pedir limosna para sus pobres que nunca se sabrán explicar pero que verdaderamente pueden evocarse porque en esos periodos de su vida se realizaron y bajo unos u otros aspectos pueden llegar a nuestras almas sus rescoldos vivos, siguiendo su lectura y meditación. En ellas se nos confirma de manera óptima lo que podemos advertir en sus hechos, en sus decisiones. Son una predilección de su espíritu que nos la ofrece para nuestro provecho. La compenetración entre sus hechos y sus palabras queda autentificada, de tal manera que toda su personalidad, en unos y en otros, adquiere un relieve inconfundible histórico admirable de su humanidad y entrega misericordiosa en nombre de Jesucristo, mostrando sendas evangélicas con ideales de entrega al servicio caritativo de los que sufren enfermedad, pobreza y marginación.

04 | 01 El camino de las virtudes

Si nos detenemos en las virtudes, resulta interesante el orden de su enumeración por san Juan de Dios: la primera es la Fe, la segunda es Caridad y la tercera es Esperanza en sólo Jesucristo. Y la explicación-aplicación de cada una de ellas de manera sintética y muy sustanciosa, desde el punto de vista teórico y con su aplicación práctica:

Si Jesucristo fuese servido de llevarme de esta presente vida, aquí dejo mandado que cuando viniere mi compañero Angulo, que es ido a la Corte, el cual os encomiendo porque queda muy pobre él y su mujer, mándole que os lleve mis armas, que son tres letras de hilo de oro, las cuales están en raso colorado (3ª DS. líneas 27-30). Tres son las letras, porque tres son las virtudes que nos encaminan al cielo: la primera es la Fe, creyendo todo lo que cree y tiene la Santa Madre Iglesia y guardando sus Mandamientos y poniéndolos por obra; la segunda es Caridad, tener caridad primero de nuestras almas, limpiándolas con la confesión y con penitencia, y luego caridad con nuestros prójimos y hermanos queriendo para ellos lo que queremos para nosotros; la tercera es Esperanza en sólo Jesucristo, que por los trabajos y enfermedades que por su amor pasáremos en esta vida miserable, nos dará la gloria eterna por los méritos de su sagrada Pasión y por su gran misericordia (3ª DS. líneas 36-42).

En el Catecismo actual de la Iglesia Católica (CIC), las virtudes teologales que se mencionan son tres y se enumeran en el número 1813. Estas virtudes son infundidas por Dios en el alma del creyente para hacerlo capaz de actuar como hijo suyo y merecer la vida eterna. Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes morales. Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano.

Tres son las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad (cf.1 Co 13, 13):

  • Fe: Es la virtud por la que creemos en Dios y en todo lo que Él ha dicho y revelado, y que la Iglesia nos propone para creer (CIC 1814-1816). El discípulo de Cristo no debe sólo guardar la fe y vivir de ella sino también profesarla, testimoniarla con firmeza y difundirla: El servicio y el testimonio de la fe son requeridos para la salvación.
  • Esperanza: Es la virtud por la que deseamos y esperamos de Dios la vida eterna y las gracias necesarias para alcanzarla, confiando en sus promesas y en la ayuda del Espíritu Santo (CIC 1817-1821). Las bienaventuranzas elevan nuestra esperanza hacia el cielo como hacia la nueva tierra prometida; trazan el camino hacia ella a través de las pruebas que esperan a los discípulos de Jesús. La esperanza es “el ancla del alma”, segura y firme, que penetra… “a donde entró por nosotros como precursor Jesús” (Hb 6, 19-20). En la esperanza, la Iglesia implora que “todos los hombres […] se salven” (1Tm 2, 4). Espera estar en la gloria del cielo unida a Cristo, su esposo: Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora.
  • Caridad (o Amor): Es la virtud por la que amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo, y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. Es la mayor de las virtudes (CIC 1822-1829). Si no tengo caridad —dice san Pablo— “nada soy…”. Y todo lo que es privilegio, servicio, virtud misma… si no tengo caridad, “nada me aprovecha” (1 Co 13, 1-4). «La culminación de todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para conseguirlo, corremos; hacia él corremos; una vez llegados, en él reposamos» (San Agustín, In epistulam Ioannis tractatus, 10, 4).

Como san Juan de Dios se declara seguidor de la doctrina de la Iglesia en su momento histórico, así lo hace y aplica los aspectos que va trabajar. En su coherencia de planteamientos teológicos también sitúa las virtudes cardinales. Así las enumera en este orden para vivirlas diariamente: la Prudencia y Justicia y Templanza (Temperancia) y Fortaleza.

Cuatro esquinas tiene este paño que son las otras cuatro virtudes que acompañan a las tres que hemos dicho primero, y son estas: la Prudencia y Justicia y Templanza y Fortaleza. La Prudencia nos muestra qué prudente y sabiamente nos hayamos en todas las cosas que hubiéremos de hacer y pensar, tomando consejo con los más viejos y que saben más. La Justicia quiere decir ser justo y dar a cada uno lo que es suyo; lo que es de Dios darlo a Dios y lo que es del mundo darlo al mundo. La Temperancia nos enseña que templadamente y con regla tomemos el comer y el beber y el vestir y todas las otras cosas que son menester para servicio de los cuerpos humanos. Fortaleza nos dice que seamos fuertes y constantes en el servicio de Dios, mostrando alegre rostro a los trabajos y fatigas y enfermedades como a la prosperidad y consuelo; y por lo uno y por lo otro dar gracias a Jesucristo (3ª DS. líneas 48-57).

En el Catecismo de la Iglesia Católica, las virtudes cardinales se citan en el número 1805. Estas virtudes son fundamentales para la vida moral y constituyen los pilares sobre los que se apoyan las demás virtudes humanas. Son adquiridas por la educación, actos deliberados y perseverancia en el esfuerzo. Proporcionan facilidad, dominio y gozo para llevar una vida moralmente buena.

Estas cuatro virtudes cardinales son:

  • Prudencia: Es la virtud que dispone la razón práctica a discernir nuestro verdadero bien y a elegir los medios adecuados para realizarlo (CIC 1806). “El hombre cauto medita sus pasos” (Pr 14, 15). “Sed sensatos y sobrios para daros a la oración” (1 P 4, 7). La prudencia es la “regla recta de la acción”, escribe santo Tomás (Summa theologiae, 2-2, q. 47, a. 2, sed contra), siguiendo a Aristóteles. No se confunde ni con la timidez o el temor, ni con la doblez o la disimulación.
  • Justicia: Es la virtud que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido (CIC 1807). La justicia para con Dios es llamada “la virtud de la religión”. Para con los hombres, la justicia dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las personas y al bien común.
  • Fortaleza: Es la virtud que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien (CIC 1808). La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa justa.
  • Templanza: Es la virtud que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados (CIC 1809). La persona moderada orienta hacia el bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se deja arrastrar “para seguir la pasión de su corazón” (cf.  Si 5,2; 37, 27-31).

Las virtudes teologales y las virtudes cardinales se relacionan en la vida cristiana como dos dimensiones complementarias de la virtud: Las virtudes teologales orientan al cristiano hacia su fin último (Dios), mientras que las cardinales regulan su comportamiento en el mundo. Integran la unidad moral en la persona, ya que todas las virtudes deben integrarse en una vida coherente. Y así, la caridad (amor) da forma a todas las demás virtudes, incluyendo las cardinales; la fe ilumina la prudencia, ayudando a discernir el bien verdadero; la esperanza fortalece la fortaleza, dando sentido al sufrimiento y al esfuerzo. Se fusiona la gracia y la naturaleza.

Después de enmarcar las virtudes y, sabiendo que en su momento se constató en los procesos de beatificación y canonización, el grado de cada una de las virtudes en san Juan de Dios, nos centramos de manera especial en la esperanza y cómo la vive y transmite Juan de Dios en sus cartas a sus bienhechores y amigos intentando desglosar esta vivencia con algunos matices.

04 | 02 Virtud de la esperanza en Juan de Dios

La esperanza es la virtud más evidente en las cartas conservadas de Juan de Dios. Rezuma esperanza por todos sus ángulos y renglones escritos y queda muy patente en la biografía del santo escrita por Francisco de Castro a los pocos años de su muerte.

San Juan de Dios expresa una confianza firme en la misericordia de Dios, en la vida eterna y en la Providencia divina. Y así hace referencias continuas: «La gloria y bienaventuranza del paraíso». Es su esperanza escatológica: la certeza de que, tras la vida terrenal, hay una promesa de salvación para quienes aman a Dios. Es muy posible tenga en cuenta la carta a los Romanos 8:24: En este versículo, se establece que fuimos salvados en esperanza, pero la esperanza que se ve, ya no es esperanza, porque ¿quién espera lo que ya tiene? La esperanza se vislumbra como presente más que como futuro. En otras palabras, la salvación es algo que esperamos con anhelo, pero aún no la poseemos plenamente. Es una esperanza futura que nos motiva y nos da fuerzas para perseverar en la fe, pero es algo que ya estamos experimentando, aunque no en su totalidad, en este momento.

El versículo continúa en Romanos 8:25, diciendo que, si esperamos algo que no vemos, debemos esperarlo con paciencia. Esto implica que la vida cristiana está marcada por la perseverancia y la confianza en que Dios cumple sus promesas, aunque no veamos resultados inmediatos. Pero sí sospechamos y vislumbramos. El contexto de Romanos 8 es el de la esperanza y la liberación de la creación, incluyendo a los creyentes, de la corrupción y la muerte. Se habla de la gloria futura que será revelada en los hijos de Dios y de cómo el Espíritu Santo intercede por nosotros. En resumen, Romanos 8:24 nos recuerda que la salvación es una esperanza que nos impulsa a vivir en fe y paciencia, confiando en que Dios cumple sus promesas. 

Este versículo muestra que la esperanza cristiana se orienta hacia lo invisible, hacia la vida eterna. Juan de Dios se mueve en una esperanza que mira al Cielo. En una de sus cartas más conocidas, el santo exhorta:

Hermana mía muy amada y muy querida, por amor de Jesucristo os ruego que tengáis tres cosas en la memoria, y son estas: la primera la hora de la muerte, de la cual ninguno puede escapar, y las penas del infierno, y de la gloria y bienaventuranza del paraíso.

En la primera, pensar cómo la muerte consume y acaba todo lo que este miserable mundo nos da, y no nos deja llevar con nosotros sino un pedazo de lienzo roto y mal cosido. Y lo segundo, pensar cómo por tan breves deleites y pasatiempos, que presto se pasan, hemos de ir a pagarlos, si en pecado mortal morimos, al fuego del infierno que siempre dura. La tercera, considerar la gloria y bienaventuranza que Jesucristo tiene guardada para los que le sirven, las cuales nunca ojo vio ni oreja oyó ni corazón pudo pensar. Pues luego, hermana mía en Jesucristo, esforcémonos todos por amor de Jesucristo y no nos dejemos vencer de nuestros enemigos el mundo y el diablo y la carne. Sobre todo, hermana mía, tened siempre caridad, que esta es madre de todas las virtudes (3ª DS. líneas 77-90).

Esta llamada no es una evasión del sufrimiento, sino una invitación a vivir con los ojos puestos en la eternidad. La esperanza cristiana no niega el dolor, pero lo transfigura. Para san Juan de Dios, el paraíso no es un consuelo ilusorio, sino una meta real que da sentido a cada sacrificio.

La fe aparece como fundamento de su esperanza. Él cree firmemente en las promesas de Cristo, en la redención y en la eficacia de la oración cuando dice:

Muy bien lo habéis hecho siempre, como buenos mantenedores y caballeros de Jesucristo, y esto me hace escribiros, buena Duquesa, esta carta, porque no sé si os veré ni hablaré más: Jesucristo os vea y hable con vos. Es tan grande el dolor que me da este mi mal, que no puedo echar la habla del cuerpo; no sé si podré acabar de escribiros esta carta. Mucho quisiera veros, por tanto, rogad a Jesucristo que, si Él es servido, me dé la salud que Él sabe que yo he de menester para salvarme y para que haga penitencia de mis pecados; que, si Él fuere servido de darme salud, luego, en estando bueno, me quiero ir allá con vos, y llevaros las niñas que me habéis enviado a pedir (3ª DS. líneas 7-14).

Está mostrando una fe activa: cree que Dios escucha y actúa, aunque siempre según su voluntad. Encontramos un pasaje bíblico relacionado:  Hebreos 11:1 dice: «Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve». En otras palabras, la fe es la confianza en que lo que esperamos se hará realidad, incluso si no podemos verlo con nuestros ojos. En más detalle, la fe según este versículo implica: 1. Certeza de lo que se espera: 2. Tener la seguridad de que las promesas de Dios se cumplirán, aunque no veamos evidencia inmediata de ello; 3. Convicción de lo que no se ve: 4. Creer en la realidad de cosas que no son visibles a nuestros sentidos físicos. 

San Juan de Dios confía en que Dios sabe lo que necesita, aunque no lo vea ni lo entienda completamente, lo cual es una expresión clara de fe. San Juan de Dios no se aferra a sus propios planes, sino que se abandona a la voluntad de Dios, sabiendo que Él provee lo necesario para la salvación.

Que todos rueguen a nuestro Señor Jesucristo me dé gracia y favor para vencer al mundo y al diablo y la carne, y para guardar sus santos Mandamientos; y me deje tener y creer todo lo que tiene y cree la Santa Madre Iglesia, y confesar con verdad y contrición todos mis pecados y cumplir la penitencia que me fuere mandada hacer por mi confesor, y amar y servir a solo Jesucristo, que así haré yo por ellos; y a doña Isabel, la música, daréis mis encomiendas y le diréis que nuestro Señor Jesucristo la deje crecer de bien en mejor en virtudes (2ª DS. líneas 171-178).

Y así, si bien queremos mirar, buena Duquesa, esta vida no es otra cosa sino una muy continua guerra en que siempre vivimos, mientras estamos en este destierro y valle de lágrimas, combatidos siempre de tres enemigos mortales, que son el mundo y el diablo y la carne (2ª DS. líneas 66-69).

La caridad es el motor de su vida. Su entrega a los pobres y enfermos no es solo filantropía, sino expresión del amor cristiano. Aunque no lo dice explícitamente en los fragmentos que vamos citando, su vida y sus cartas están impregnadas de exhortaciones a amar a Dios y al prójimo: «Por amor a Jesucristo os ruego…» Este tipo de expresiones muestran cómo todo lo que hace y dice está motivado por el amor a Cristo y a los demás.

Contemplamos este pasaje bíblico relacionado: El versículo 1 Corintios 13:13 dice: «Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor; pero el mayor de ellos es el amor.» Este versículo enfatiza que la fe, la esperanza y el amor son virtudes permanentes, pero el amor es la más importante.

En este pasaje, el apóstol Pablo destaca la importancia del amor en la vida cristiana, incluso por encima de la fe y la esperanza. Aunque la fe y la esperanza son esenciales, el amor es la virtud que perdura y es la manifestación más completa del carácter de Dios. El versículo 1 Corintios 13:13 se encuentra en un pasaje más amplio (1 Corintios 13:1-13) donde Pablo describe las características del amor, destacando que es paciente, amable, no envidioso, no jactancioso, no orgulloso, no grosero, no egoísta, no se irrita fácilmente, no guarda rencor, no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad.

La caridad, como amor cristiano, es el centro de la vida de San Juan de Dios. Su servicio a los pobres y enfermos es una manifestación concreta de este amor.

San Juan de Dios, en sus cartas, interpreta y vive la esperanza como una virtud profundamente cristiana, enraizada en el amor a Dios y en la confianza en su misericordia. Aunque sólo se conservan seis cartas de su autoría, los escritos y testimonios posteriores a él, muestran cómo su esperanza se manifiesta en otros muchos aspectos.

04 | 03 Esperanza como confianza en la Providencia

San Juan de Dios vivía una entrega total a la voluntad de Dios. En sus cartas, se percibe una confianza absoluta en que Dios proveerá lo necesario, especialmente para los pobres y enfermos que él cuidaba. Esta esperanza no es pasiva, sino activa: lo impulsa a actuar con caridad, incluso en medio de la pobreza y la adversidad.

La presente será para haceros saber cómo yo estoy muy apasionado y con mucha necesidad, gracias a nuestro Señor Jesucristo por todo ello. Porque habéis de saber, hermano mío muy amado y muy querido en Cristo Jesús, que son tantos los pobres que aquí se allegan, que yo mismo muchas veces estoy espantado cómo se pueden sustentar; mas Jesucristo lo provee todo y les da de comer, porque solamente de leña es menester siete y ocho reales cada día, porque como la ciudad es grande y muy fría, especialmente ahora de invierno, son muchos los pobres que se llegan a esta casa de Dios; porque entre todos, enfermos y sanos y gente de servicio y peregrinos hay más de ciento y diez (2ª GL. líneas 4-15).

 […] y para todo esto no hay renta, mas Jesucristo lo provee todo, porque no hay día ninguno que no son menester, para provisión de la casa, cuatro ducados y medio, y a las veces cinco; esto para pan y carne y gallinas y leña, sin las medicinas y vestidos, que es otro gasto por sí. Y el día que no se halla tanta limosna que baste a proveer lo que dicho tengo, tómolo fiado y otras veces ayunan (2ª GL. líneas 20-26).

La esperanza cristiana, de hecho, no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino. En este sentido, el Papa Francisco en Spes non confundit señala que san Pablo es muy realista. Sabe que la vida está hecha de alegrías y dolores, que el amor se pone a prueba cuando aumentan las dificultades y la esperanza parece derrumbarse frente al sufrimiento. Y eso lleva a desarrollar una virtud “estrechamente relacionada con la esperanza: la paciencia”.

La esperanza cristiana consiste precisamente en esto: ante la muerte, donde parece que todo acaba, se recibe la certeza de que, gracias a Cristo, a su gracia, que nos ha sido comunicada en el Bautismo, ‘la vida no termina, sino que se transforma’ para siempre. ¿Qué será de nosotros, entonces, después de la muerte? Más allá de este umbral está la vida eterna con Jesús, que consiste en la plena comunión con Dios, en la contemplación y participación de su amor infinito.

El juicio de nuestra existencia, se refiere a la salvación que esperamos y que Jesús nos ha obtenido con su muerte y resurrección. Por lo tanto, está dirigido a abrirnos al encuentro definitivo con Él. Y dado que no es posible pensar en ese contexto que el mal realizado quede escondido, este necesita ser purificado por los avatares de la vida, para permitirnos el paso definitivo al amor de Dios.

04 | 04 Esperanza como motor de caridad. Caridad que nace de la esperanza.

La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad.

La esperanza de san Juan de Dios no es individualista. Lo lleva a entregarse por completo al servicio de los demás, especialmente de los más necesitados. En sus cartas, exhorta a otros a vivir con generosidad, confiando en que Dios recompensa incluso el más pequeño acto de amor.

Así que, hermano mío mucho amado y querido en Cristo Jesús, viéndome tan empeñado, que muchas veces no salgo de casa por las deudas que debo, y viendo padecer tantos pobres, mis hermanos y prójimos, y con tantas necesidades, así al cuerpo como al alma, como no los puedo socorrer, estoy muy triste; mas empero confío en solo Jesucristo, que Él me desempeñará, pues Él sabe mi corazón. Y así digo que maldito el hombre que confía de los hombres, sino de sólo Jesucristo. De los hombres has de ser desamparado, que quieras o no, mas Jesucristo es fiel y durable; y pues que Jesucristo lo provee todo, a Él sean dadas las gracias por siempre jamás, amén Jesús (2ª GL. líneas 31-42).

«Por amor a Jesucristo os ruego…» Toda la vida de Juan de Dios fue un acto de amor: hacia los pobres, los enfermos, los marginados. Su esperanza no lo encerró en sí mismo, sino que lo impulsó a salir al encuentro del otro. La esperanza de san Juan de Dios es fecunda porque está unida a la caridad. La esperanza se encarna en la caridad. No espera solo para sí, sino que se convierte en instrumento de esperanza para los demás.

Dios delante sobre todas las cosas del mundo, confiando sólo en Jesucristo, que es la perfecta certidumbre (1ª DS. líneas 26-27).

Confía sólo en Jesucristo: ¡Maldito el hombre que confía del hombre! De los hombres has de ser desamparado, que quieras o no, mas de Jesucristo no, que es fiel y durable. Todo perece sino las buenas obras (1ª DS. líneas 32-33).

Hermana mía, siempre os doy importunación y enojo, mas yo espero en Dios que algún día os será descanso para vuestra alma (1ª DS. líneas 88-89).

Vuestro menor y desobediente hermano, Juan de Dios, si Dios quisiere, muriendo, mas empero callando y en Dios esperando, el que desea la salvación de todos como la suya misma, amén Jesús (1ª DS. líneas 118-120).

Dios os salve, hermana mía muy amada en Jesucristo, la muy noble y virtuosa y generosa y humilde Duquesa de César; a vos y a vuestra compañía toda Jesucristo os salve y guarde, y a todos cuantos Dios quisiere y mandare, amen Jesús (2ª DS. líneas 2-5).

04 | 05 La esperanza viva de san Juan de Dios: una luz en medio del dolor

En sus escritos, anima a otros a no desanimarse ante las dificultades, recordando que el sufrimiento tiene sentido cuando se une al de Cristo. Su esperanza está anclada en la vida eterna y en la redención, lo que le permite afrontar el dolor con serenidad y fe. La cruz es necesaria en cualquier estado. La esperanza no es evasión del sufrimiento, sino que se vive a través de la aceptación de la cruz como camino hacia la salvación.

En la persona de san Juan de Dios, la esperanza no es una idea abstracta ni una emoción pasajera, sino una virtud encarnada en la acción, en la entrega y en la fe profunda. Sus cartas, aunque breves, son testimonio de una vida transformada por el amor de Dios y sostenida por la certeza de su promesa.

No estéis desconsolada; consolaos con solo Jesucristo. No queráis consuelo en esta vida, sino en el cielo; y lo que Dios os quisiere acá dar, dadle siempre gracias por ello. Cuando os sintiéreis apasionada, recurrid a la Pasión de Jesucristo, nuestro Señor, y a sus preciosas llagas, y sentiréis gran consolación (1ª DS. líneas 47-51).

Por su propia experiencia sabe acompañar el dolor de los demás y sabe ayudar en la elaboración de la pérdida sea de la índole que se presente:

Pues nuestro Señor Jesucristo quiso llevarse a una hija suya que tanto quería y amaba, doña Francisca, hija de don Bernardino, sobrino del Marqués de Mondéjar, pues nuestro Señor Jesucristo le dio tal gracia que, mientras vivió acá en la tierra, hizo mucho bien siempre a los pobres, y a todas las personas que por amor de Dios le pedían nunca le faltaba bendita limosna que darles, que ninguno se iba desconsolado de su posada, más allá de solas buenas palabras y buen ejemplo que daba, y buena doctrina esta bienaventurada doncella, que son tantas las cosas que hacía que para escribirlas era menester un gran libro, mas algún tiempo lo escribiré más largo las cosas que de esta bienaventurada doncella, doña Francisca, que nuestro Señor Jesucristo la quiso llevar ahora para sí, donde está viva y sana y con mucho placer y descanso, cuanto a nuestra fe, y a lo que hemos visto todas las personas que la conocíamos.

Mediante la voluntad de Dios y las buenas obras que Jesucristo obraba en ella y la gracia que le daba, con que a todos hacía bien, así consejo como limosna, para todo; para todos le daba Jesucristo gracia y, por tanto, cuanto a nuestra fe y a lo que acá en la tierra le hemos visto hacer todos los que la conocíamos, no podemos sino juzgar que está ahora descansando con nuestro Señor Jesucristo y con todos los ángeles de la corte del cielo (2ª DS. líneas 13-30).

Hermana mía en Jesucristo, yo pensé de irme allá con vos la Pascua de Navidad, mas Jesucristo lo ordenó mucho mejor que yo merecía. ¡O buena Duquesa!, Jesucristo os pague en el cielo la limosna y santa caridad que siempre me hicisteis y os traiga con bien al buen Duque, vuestro muy generoso y humilde marido, y os dé hijos de bendición, yo espero en Jesucristo que sí dará. Y acordaos viendo lo que yo os dije un día en Cabra: tened esperanza en solo Jesucristo que de Él seréis consolada, aunque ahora paséis trabajos, porque al fin han de ser para más consolación y gloria vuestra, si por Jesucristo los padecéis (3ª DS. líneas 14-21).

04 | 06 Esperanza para los que no la tienen, para los enfermos, para los migrantes, para los ancianos, para los pobres

No acabaríamos de hacer apartados en los que se fija la esperanza, sea en los momentos actuales, sea en los momentos de Juan de Dios. Y este sería el panorama aproximado y su enfoque existencial, tanto para la actualidad como para Juan Ciudad-Juan de Dios.

Estamos llamados a ser signos tangibles de esperanza para tantos hermanos y hermanas que viven en condiciones de penuria. Por ejemplo, para los presos, para los pobres que, privados de la libertad, o con sus limitaciones, experimentan cada día el vacío afectivo, las restricciones impuestas y, en bastantes casos, la falta de respeto.

No quiero pediros ahora aguinaldo porque sé que hay allá hartos pobres a quien hacer bien, sino que nuestro Señor os dé salvación para el alma, que en esta vida cuitada el buen vivir es la llave de aquél que salvarse sabe, que lo otro todo es nada. Vuestro desobediente y menor hermano, Juan de Dios, si Dios quisiere, muriendo, mas empero callando y en Dios esperando, el que desea la salvación de todos como la suya misma, amén Jesús (2ª GL. líneas 91-98).

Que se ofrezcan signos de esperanza a los enfermos que están en sus casas o en los hospitales. Que sus sufrimientos puedan ser aliviados con la cercanía de las personas que los visitan y el afecto que reciben. Las obras de misericordia son igualmente obras de esperanza, que despiertan en los corazones sentimientos de gratitud.

Que no falte una atención inclusiva hacia cuantos hallándose en condiciones de vida particularmente difíciles experimentan la propia debilidad, especialmente a los afectados por patologías o discapacidades que limitan notablemente la autonomía personal. Y es que cuidar de ellos es un himno a la dignidad humana, un canto de esperanza que requiere acciones concertadas por toda la sociedad.

No pueden faltar signos de esperanza hacia los migrantes, que abandonan su tierra en busca de una vida mejor para ellos y sus familias, señala el papa Francisco. Que sus esperanzas no se vean frustradas por prejuicios y cerrazones; que la acogida, que abre los brazos a cada uno en razón de su dignidad, vaya acompañada por la responsabilidad, para que a nadie se le niegue el derecho a construir un futuro mejor. Que, a los numerosos exiliados, desplazados y refugiados, a quienes los conflictivos sucesos internacionales obligan a huir para evitar guerras, violencia y discriminaciones, se les garantice la seguridad, el acceso al trabajo y a la instrucción, instrumentos necesarios para su inserción en el nuevo contexto social.

La presente será para haceros saber cómo yo estoy muy apasionado y con mucha necesidad, gracias a nuestro Señor Jesucristo por todo ello. Porque habéis de saber, hermano mío muy amado y muy querido en Cristo Jesús, que son tantos los pobres que aquí se allegan, que yo mismo muchas veces estoy espantado cómo se pueden sustentar; mas Jesucristo lo provee todo y les da de comer, porque solamente de leña es menester siete y ocho reales cada día, porque como la ciudad es grande y muy fría, especialmente ahora de invierno, son muchos los pobres que se llegan a esta casa de Dios; porque entre todos, enfermos y sanos y gente de servicio y peregrinos hay más de ciento y diez. Porque así como esta casa es general, así reciben en ella generalmente de todas enfermedades y suerte de gentes, así que aquí hay tullidos, mancos, leprosos, mudos, locos, paralíticos, tiñosos y otros muy viejos y muchos niños; y sin éstos, otros muchos peregrinos y viandantes que aquí se llegan y les dan fuego y agua y sal y vasijas para guisar de comer, y para todo esto no hay renta, mas Jesucristo lo provee todo, porque no hay día ninguno que no son menester, para provisión de la casa, cuatro ducados y medio, y a las veces cinco; esto para pan y carne y gallinas y leña, sin las medicinas y vestidos, que es otro gasto por sí (2ª GL. líneas 4-25).
Es preciso añadir el deseo de que la comunidad cristiana esté siempre dispuesta a defender el derecho de los más débiles. Que generosamente abra de par en par sus acogedoras puertas, para que a nadie le falte nunca la esperanza de una vida mejor. Y así también Juan de Dios: Hermana mía muy amada la buena duquesa de César, envíame otro anillo o cualquier cosa que sea de vuestra mano porque tenga que empeñar; que el otro bien empleado está, que ya lo tenéis en el cielo. Al ama, la muy humilde, y a todas las dueñas y doncellas, si tienen alguna cosita de oro o de plata que me envíen para los pobres y para enviar al cielo que me lo envíen porque me acuerde de ellas. Nuestro Señor Jesucristo os salve y guarde, buena duquesa. A vos y a toda vuestra compañía y a cuantos Dios quisiere y mandare, amén Jesús. Y sin ello, y con ello, estoy en gran obligación de rogar a Dios por todos y por todas las de vuestra casa y noble posada (2ª DS. líneas 180-189).

Es imperante apremiante transmitir esperanza para los millares de pobres, que carecen con frecuencia de lo necesario para vivir. Frente a la sucesión de oleadas de pobreza siempre nuevas, existe el riesgo de acostumbrarse y resignarse. Pero no podemos apartar la mirada de situaciones tan dramáticas, que hoy se constatan en todas partes y no sólo en determinadas zonas del mundo. Encontramos cada día personas pobres o empobrecidas que a veces pueden ser nuestros vecinos. A menudo no tienen una vivienda, ni la comida suficiente para cada jornada y no lo olvidemos: los pobres, casi siempre, son víctimas, no culpables.

La presente es para haceros saber cómo yo llegué muy bueno, a Dios gracias, y traje más de cincuenta ducados. Con lo que tenéis allá y lo que yo traje, pienso que allegarán a cien ducados; y después que vine, me he empeñado en treinta ducados, o más, que ni basta eso ni esotro, que tengo más de ciento y cincuenta personas que mantener y todo lo mantiene Dios cada día (1ª GL. líneas 4-10).
Si mirásemos cuán grande es la misericordia de Dios, nunca dejaríamos de hacer bien mientras pudiésemos; pues que dando nosotros, por su amor, a los pobres lo que Él propio nos da y nos promete ciento por uno en la bienaventuranza ¡O bienaventurado logro y usura! ¿Quién no da lo que tiene a este bendito mercader, pues hace con nosotros tan buena mercancía, y nos ruega, los brazos abiertos que nos convirtamos y lloremos nuestros pecados y hagamos caridad primero a nuestras almas y después a los prójimos? Porque así como el agua mata al fuego, así la caridad al pecado (1ª DS. líneas 73-81).
Pues ahora, hermana mía, perdóname que siempre soy prolijo en escribir, más aún no os escribo todo lo que yo quisiera, porque estoy muy apasionado y aun malo de los ojos y con mucha necesidad, lo cual nuestro Señor Jesucristo os aclare; que con esta obra que he comenzado no puedo valerme, porque estoy renovando todo el hospital, y son muchos los pobres y grande el gasto que aquí se hace, y se provee todo sin renta; mas Jesucristo lo provee todo, que yo no hago nada (2ª DS. líneas 132-139).
Hermana mía en Jesucristo, Jesucristo os pague en el cielo la limosna que disteis Angulo para aquellas pobres y para su camino que fue cuatro ducados (2ª DS. líneas 158-160).

04 | 07 Esperanza escatológica

Como muchos santos de su tiempo, san Juan de Dios tenía una fuerte conciencia del fin último del ser humano: la unión con Dios. Esta visión escatológica le daba una perspectiva de eternidad que impregnaba su vida diaria y sus decisiones.

¡Hermana mía en Jesucristo, la buena Duquesa! La limosna que me hicistéis ya los ángeles la tienen asentada en el cielo en el libro de la vida. El anillo está bien empleado, que dos pobres llagados hice vestir y compré una manta con lo que me dieron por él. Esta limosna está delante de Jesucristo rogando por vos. El alba y los candeleros puse luego en el altar en vuestro nombre, porque alcancéis parte en todas las misas y oraciones que aquí se dijeren. Plega a nuestro Señor Jesucristo de daros por todo ello el galardón en el cielo. Dios os lo pague, que tan buen recibimiento me hicisteis vos y todos los de vuestra casa. Dios reciba vuestra alma en el cielo y de todos cuantos hay en esa casa (1ª DS. líneas 11-20).
«Hermana mía muy amada y muy querida, por amor a Jesucristo os ruego que tengáis tres cosas en la memoria, que son: la hora de la muerte, de la cual ninguno puede escaparse; las penas del infierno; la gloria y bienaventuranza del Paraíso.» 

Este fragmento muestra cómo San Juan de Dios vivía la esperanza escatológica: recordando la muerte, pero también la gloria del Paraíso como destino final para quienes aman y sirven a Dios.

Nuestro Señor los reciba en el cielo sus almas y los lleve con bien a ojos de vuestra muy humilde madre doña María de Mendoza, la muy noble y virtuosa y generosa, la que siempre desea agradar y servir a nuestro Señor Jesucristo (2ª DS. líneas 105-108).
Envíame luego los veinticinco ducados, porque esos y muchos más debo, y los están esperando. Por señas que os los di en un talegoncillo de lienzo una noche en vuestra huerta de los naranjos, paseándonos entramos en el huerto. Yo espero en nuestro Señor Jesucristo que algún tiempo os pasearéis en el huerto celestial (1ª GL. líneas 13-18).
Nuestro Señor Jesucristo os pague en el cielo la buena obra que por Jesucristo hicisteis y por los pobres y por mí. Jesucristo os lo pague, amén Jesús (2ª GL. líneas 64-66).
Y perdóname que os doy tanto trabajo, que algún día os será descanso en el cielo (2ª GL. líneas 84-85).

04 | 08 Esperanza en el futuro

Mirar el futuro con esperanza también equivale a tener una visión de la vida llena de entusiasmo para compartir con los demás, apunta el papa Francisco. Sin embargo, debemos constatar con tristeza que en muchas situaciones falta esta perspectiva. La primera consecuencia de ello es la pérdida del deseo de transmitir la vida. Sin embargo, “a causa de los ritmos frenéticos de la vida, de los temores ante el futuro, de la falta de garantías laborales y tutelas sociales adecuadas, de modelos sociales cuya agenda está dictada por la búsqueda de beneficios más que por el cuidado de las relaciones, se asiste en varios países a una preocupante disminución de la natalidad”.

Y Juan de Dios con su sensibilidad a raudales, empatiza con quien contacta:

Nuestro Señor Jesucristo os lo pague en el cielo y os traiga con bien al buen Duque de César, vuestro muy humilde marido, y os dé hijos de bendición para con que le sirváis y le amáis sobre todas las cosas del mundo. Confía sólo en Jesucristo, que vendrá muy presto y con salud del cuerpo y del alma, y no estéis apasionada ni desconsolada, que de aquí adelante os sentiréis más alegre que hasta aquí habéis estado; y vos hallaréis por verdad lo que os dije, confiando sólo en Jesucristo, Dios delante sobre todas las cosas del mundo; que yo no sé nada. Jesucristo lo sabe todo, y con su ayuda habéis de ser consolada muy presto con la vista de vuestro muy humilde marido, al cual yo tanto quiero y amo y tanto soy en cargo a él y a todas sus cosas. ¡Y cuántas veces me ha sacado de cautivo y desempeñado y me ha consolado con su bendita limosna, la cual tienen los ángeles en el cielo asentada en el libro de la vida, donde tiene hecho un gran tesoro para cuando vayáis allá, buena Duquesa!
¡Que gocéis de él para siempre, vos y él, vuestro humilde marido, el buen Duque de César! (2ª DS. líneas 41-55).

La apertura a la vida con una maternidad y paternidad responsables es el proyecto que el Creador ha inscrito en el corazón y en el cuerpo de los hombres y las mujeres, una misión que el Señor confía a los esposos y a su amor. Por este motivo, es “urgente que, además del compromiso legislativo de los estados, haya un apoyo convencido por parte de las comunidades creyentes y de la comunidad civil tanto en su conjunto como en cada uno de sus miembros, porque el deseo de los jóvenes de engendrar nuevos hijos e hijas, como fruto de la fecundidad de su amor, da una perspectiva de futuro a toda sociedad y es un motivo de esperanza: porque depende de la esperanza y produce esperanza.

Juan de Dios insiste confiado y deseando lo mejor para los demás:

Dios se lo pague: ¡cuántas veces me ha sacado de cautivo y desempeñado! ¡Plega a nuestro Señor Jesucristo de traerle con bien y le dé hijos de bendición! (1ª DS. líneas 23-25).

En este sentido, Francisco señala que la comunidad cristiana, por tanto, no se puede quedar atrás en su apoyo a la necesidad de una alianza social para la esperanza, que sea inclusiva y no ideológica, y que trabaje por un porvenir que se caracterice por la sonrisa de muchos niños y niñas que vendrán a llenar las tantas cunas vacías que ya hay en numerosas partes del mundo. Pero todos necesitamos recuperar la alegría de vivir, porque el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, no puede conformarse con sobrevivir o subsistir mediocremente, amoldándose al momento presente y dejándose satisfacer solamente por realidades materiales. Eso nos encierra en el individualismo y corroe la esperanza, generando una tristeza que se anida en el corazón, volviéndonos desagradables e intolerantes.

04 | 09 Esperanza para los jóvenes

También necesitan signos de esperanza aquellos que en sí mismos la representan: los jóvenes. Ellos, lamentablemente, con frecuencia ven que sus sueños se derrumban. No podemos decepcionarlos; en su entusiasmo se fundamenta el porvenir, dice el papa Francisco. Es hermoso verlos liberar energías, por ejemplo, cuando se entregan con tesón y se comprometen voluntariamente en las situaciones de catástrofe o de inestabilidad social. Sin embargo, resulta triste ver jóvenes sin esperanza. Por otra parte, cuando el futuro se vuelve incierto e impermeable a los sueños; cuando los estudios no ofrecen oportunidades y la falta de trabajo o de una ocupación suficientemente estable amenazan con destruir los deseos, entonces es inevitable que el presente se viva en la melancolía y el aburrimiento.

Así, advierte que la ilusión de las drogas, el riesgo de caer en la delincuencia y la búsqueda de lo efímero crean en ellos, más que en otros, confusión y oscurecen la belleza y el sentido de la vida, abatiéndolos en abismos oscuros e induciéndolos a cometer gestos autodestructivos.

Juan de Dios gran conocedor del corazón humano, da muestras de ser un buen profesional para diagnosticar, formar y acompañar a los más jóvenes. Es realista y exigente para quien desea acompañarle en su misión de caridad:

Yo no sé cosa que os diga. Es tanto de rebato esta carta para que luego os envíe, dándome tanta prisa que casi no tengo lugar de encomendarlo a Dios, que es menester encomendarlo mucho a nuestro Señor Jesucristo y de más espacio que estoy yo. Y viendo como vos sois tan flaco muchas veces, ende más con esto de las mujeres, que no sé yo qué os diga para traeros acá porque Pedro no es ido ni sé cuándo se irá, mas él dice que se quiere ir, mas yo no sé de cierto cuándo será su ida (LB. líneas 9-16).
Si yo supiese de cierto que acá aprovecharíais para vuestra alma y para la de todos, luego os mandaría que os vinieseis, mas he miedo no sea otra cosa; mas paréceme que sería mejor correr ahora la crujía algunos días, hasta que viniéseis muy bien hecho, sujeto a trabajos y días de muy mucha mala ventura y de mucho bien a vueltas, mas por otro cabo me parece que si os habéis de ir a perder, que sería muy mejor volveros, mas en esto Dios sabe lo mejor y la verdad (LB. líneas 16-23).
Ya se va allegando el tiempo que habéis de tomar estado. Si habéis de venir acá habéis de hacer algún fruto a Dios y habéis de dejar el cuero y las correas. Acordaos de san Bartolomé, que lo desollaron y llevó el pellejo a cuestas, que, si acá venís, no habéis de venir sino para trabajar y no holgar, que al hijo más querido se le dan mayores trabajos (LB. líneas 50-58).
Así en ahora, mas ahora, nunca acabamos de salir de los embaucamientos del demonio hasta que viene la hora de la muerte, y queda todo falso lo que el mundo y el diablo prometen; pues que cual nos hallare el Señor, tal nos juzgará, bueno será enmendarnos con tiempo y no hacer como aquellos que dicen mañana, mas mañana y nunca comienzan (2ª DS. líneas 76-81).
Aquí no hay más que deciros, sino que Dios os salve y os guarde y os encamine en su santo servicio a vos y a todo el mundo (LB. líneas 77-79).
El menor hermano de todos, Juan de Dios, si Dios quisiere muriendo, mas empero callando y en Dios esperando, esclavo de nuestro Señor Jesucristo, deseoso de servirle, amén Jesús (LB. líneas 85-88).
Y, sin abandonar la esperanza que nos preocupa, así lo hace Juan de Dios a uno de sus bienhechores de confianza, brindando orientaciones para sus hijos: Vuestro hijo, el buen caballero, que me parece que es el mayorazgo, será como Dios quisiere, y nuestro Señor Jesucristo haga sus cosas y obras y hechos. Paréceme a mí que, si Dios quisiere, que será mejor casarlo lo más presto que pudiereis, si él dice que quiere ser casado; y aunque os digo lo más presto, por eso no os habéis de matar, que la matanza que habéis de tomar ha de ser en rogar a Dios que le dé buena mujer, porque él ahora me parece que es harto mancebo (1ª GL. líneas 41-49).
Plega a nuestro Señor Jesucristo que haga vuestros hechos como vos deseáis y como nuestro Señor Jesucristo sea más servido. Nuestro Señor Jesucristo sabe mejor lo que ha de hacer con vuestros hijos e hijas, y todo lo que nuestro Señor Jesucristo hiciere, lo habéis vos de dar por hecho y lo habéis de tener por bueno (1ª GL. líneas 57-62).
El vuestro menor hermano, Juan de Dios, si Dios quisiere, muriendo, mas empero callando y en Dios esperando, el que desea la salvación de todos como la suya misma, amén Jesús. Plega a nuestro Señor Jesucristo que lo que vos hiciereis y vuestros hijos e hijas, todo sea para servicio de nuestro Señor Jesucristo y de nuestra Señora la Virgen María. Que nuestro Señor Jesucristo no permita que hagáis cosa que a Él no sea agradable. Amén Jesús (1ª GL. líneas 66-73).

04 | 09 Esperanza como la de María

María, la Madre de Dios, está presente en la vida de Juan de Dios podríamos decir casi de manera obsesiva. De hecho, sus cartas siempre las empieza así:

En nombre de nuestro Señor Jesucristo y de nuestra Señora la Virgen María, siempre entera. Dios delante sobre todas las cosas del mundo (1ª GL. líneas 1-2).

“La esperanza encuentra en la Madre de Dios su testimonio más alto”, sentencia el papa Francisco. “En ella vemos que la esperanza no es un fútil optimismo, sino un don de gracia en el realismo de la vida. Como toda madre, cada vez que María miraba a su Hijo pensaba en el futuro, y ciertamente en su corazón permanecían grabadas esas palabras que Simeón le había dirigido en el templo: ‘Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón’. Por eso, al pie de la cruz, mientras veía a Jesús inocente sufrir y morir, aun atravesada por un dolor desgarrador, repetía su ‘sí’, sin perder la esperanza y la confianza en el Señor”.

Para Juan de Dios María es un ejemplo sencillo y claro a seguir:

¡O hermana mía muy amada, la buena y humilde Duquesa! ¡Como estáis sola y apartada en ese castillo de Baena, cercada de vuestras muy virtuosas doncellas y dueñas muy honradas y honestas, trabajando y labrando de noche y día por no estar ociosa ni gastar el tiempo en vano! Queréis tomar ejemplo de nuestra Señora la Virgen María, siempre entera, que, siendo madre de Dios y Reina de los ángeles y Señora del mundo, tejía y labraba todo el día para su sustento, y de noche, y parte del día, oraba en su retraimiento, para darnos a entender que, después del trabajo, hemos de dar gracias a nuestro Señor Jesucristo porque usa con nosotros de tanta misericordia en darnos de comer y beber y vestir, y todas las cosas sin merecerlo, que si Él no lo supliese, ¿qué valdría nuestro trabajo y astucia y diligencia? (2ª DS. líneas 113-124).

La devoción a María es una de las fortalezas que tuvo Juan de Dios. Por donde peregrinaba siempre se refugiaba en algún santuario mariano. Y, por descontado, practica y recomienda las devociones del momento a las personas a quienes dirige sus cartas, siempre con el trasfondo de la esperanza por la intercesión de la Virgen María.

Seos decir que me ha ido muy bien con el Rosario, que espero en Dios rezarlo cuantas veces pudiere y Dios quisiere. Ya os tengo dicho que, si viereis que os habéis de perder en esta ida, haced lo que mejor viereis. Primero que os mudéis de esa ciudad, decid algunas misas al Espíritu Santo y a los Reyes, si tuviereis con qué, y si no la voluntad buena basta; si esto no bastare, baste la gracia de Dios (LB. líneas 80-85).
Por amor de nuestro Señor Jesucristo, que me encomendéis a la muy noble y virtuosa y generosa esclava de nuestro Señor Jesucristo, vuestra mujer, la que tanto deseo servir, y agradar a nuestro Señor Jesucristo y a nuestra Señora la Virgen María, siempre entera; y, por amor de Dios, obedecer y servir a su marido Gutierre Laso, esclavo de nuestro Señor Jesucristo, deseoso de servirle, amén Jesús (1ª GL. líneas 22-29).
También daréis mis encomiendas a vuestro hijo, el arcediano, que anduvo a pedir conmigo la bendita limosna, que es el menor esclavo de los esclavos de nuestro Señor Jesucristo y de nuestra Señora la Virgen María, siempre entera, el que desea siempre servir y agradar a nuestro Señor Jesucristo y a su bendita madre nuestra Señora la Virgen María (1ª GL. líneas 30-34).

Conclusión

San Juan de Dios nos enseña que la esperanza cristiana no es ingenuidad ni resignación, sino una fuerza transformadora. Es la certeza de que Dios camina con nosotros, incluso en la noche del dolor. En un mundo marcado por la incertidumbre, su testimonio sigue siendo actual: vivir con los ojos puestos en el cielo, los pies firmes en la tierra, y el corazón abierto al amor.

Juan de Dios supo leer los signos de su tiempo. En este sentido, los signos de sus tiempos, se traducen en el anhelo del corazón humano, necesitado de la presencia salvífica de Dios, y requieren ser transformados en signos de esperanza. Además, supo disfrutar los momentos agradables que se le presentaron:

Vuestro desobediente y menor hermano Juan de Dios, si Dios quisiere, muriendo, mas empero callando y en Dios esperando, el que desea la salvación de todos como la suya misma, amen Jesús. Buena duquesa, muchas veces me acuerdo de los regalos que me hacíais en Cabra y en Baena y de aquellos migajones de mollete que me dábais. Dios os dé el cielo y Dios os dé de sus bienes, amén Jesús (2ª DS. líneas 190-195).

Y en cada momento, Juan rebosa esperanza en su biografía y en sus cartas, para la tierra y para todo ser humano, abogando por la justicia que devuelva la dignidad a las personas con las que trató sin hacer distinción de clases sociales.

Vivió las virtudes de manera heroica y de manera integral, pero, sabiéndose hombre de fe, vive en continua esperanza traduciendo su obra bajo el prisma de la caridad.

De esta manera podremos vencer a estos enemigos que dicho tengo; y no confiar en sí mismo porque caerá mil veces al día en pecado, sino confiando sólo en Jesucristo, y por solo su amor y bondad no pecar, ni murmurar, ni hacer mal ni daño al prójimo, sino querer para el prójimo aquello que querríamos que nos hiciesen a nosotros, y desear que todos se salven; y amar y servir a solo Jesucristo, por quien Él es, y no por temor al infierno (2ª DS. líneas 90-96).

Referencias
[1] Seguimos la edición De Mina y Salvador, M. (2006) Cartas de san Juan de Dios. Madrid: Fundación Juan Ciudad. Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. Las siglas utilizadas: LB (Luis Bautista), GL (Gutierre Laso), DS (Duquesa de Sesa). Los números de las líneas hacen referencia a la versión paleográfica y diplomática que coinciden con la disposición en los renglones originales.
[2] Cf. Ibídem, pp. 131ss.