
José Luis Méndez Jiménez
Director del Departamento para la Pastoral de la Salud. Subcomisión Episcopal para la Acción Caritativa y Social. Conferencia Episcopal Española. Madrid
El autor profundiza en la dimensión cristiana de la esperanza, especialmente en el contexto del Jubileo de la Esperanza 2025, inaugurado por el Papa Francisco. A través de sus catequesis y discursos, el Papa invita a redescubrir la esperanza como certeza activa, enraizada en la misericordia de Dios y en la persona de Cristo. La esperanza cristiana no es mero deseo u optimismo, sino la confianza firme en un destino de salvación que transforma la vida presente.
Aborda temas como la alegría en medio del sufrimiento, la oración como lugar privilegiado de esperanza, el testimonio de vida como instrumento de evangelización y la dimensión comunitaria de la esperanza. Asimismo, resalta el papel consolador de la Virgen María como Madre de esperanza.
El mensaje central es una exhortación a acoger este tiempo de gracia, sembrando esperanza en un mundo marcado por el dolor, la fragilidad y la incertidumbre.
Palabras clave: Esperanza cristiana, Jubileo 2025, Papa Francisco, Misericordia, Consuelo
Artificial intelligence has taken hold today and affects all human dimensions. In this sense, it is important to reflect also on the influence of artificial intelligence on spirituality, in particular on how this influence may or may not affect the way we provide spiritual and religious assistance to those who come to our services.
The article presented is a reflection written by three authors, constructed dialectically (Hegel). It begins, in the form of a thesis, with the assertion that artificial intelligence is an intermediary in the success of the therapeutic approach to spirituality integrated into the multidisciplinary care. Then, in antithesis, it counters that the appearance of veracity and universality of artificial intelligence shows its incapacity to transcend, to emote, to hope, as essential elements in the act of caring. It concludes by summarising that artificial intelligence can be used as an accelerator and mediator in care, but it is far from, and very unlikely to replace, the healing emotional and spiritual bond that humans have perfected over years of evolution. As a dialectical process, the text thus invites reflection on the new theses surrounding the use of AI in health and social care.
Keywords: Artificial intelligence, spirituality, health and social care
En este año jubilar, que el Papa Francisco nos ha regalado antes de irse a la casa del Padre, nos lleva a considerar que somos “peregrinos de esperanza”. En la Nochebuena de 2024, en vísperas de la Navidad, el Papa Francisco abrió la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro, iniciando oficialmente el Jubileo de la Esperanza 2025. En la ceremonia, el Santo Padre aseguró que al comenzar este año jubilar “entramos en el tiempo de la misericordia y del perdón, para que se revele a todo hombre y a toda mujer el camino de la esperanza que no defrauda […] Con la apertura de la Puerta Santa damos inicio a un nuevo Jubileo. Cada uno de nosotros puede entrar en el misterio de este anuncio de gracia […] Para acoger este regalo, estamos llamados a ponernos en camino con el asombro de los pastores de Belén. El Evangelio dice que ellos, habiendo recibido el anuncio del ángel, ‘fueron rápidamente’. Esta es la señal para recuperar la esperanza perdida: renovarla dentro de nosotros, sembrarla en las desolaciones de nuestro tiempo y de nuestro mundo rápidamente”.

Y queremos hacer este camino de adentrarnos en el misterio de la misericordia de la mano del Papa Francisco. Se trata de una invitación a adentrarnos en el misterio de gracia, de crecer en la intimidad con el Señor en la oración. Sólo así “cuanto más enraizados estamos en Cristo, cuanto más cercanos estamos a Jesús, más encontramos la serenidad interior”[1] y podremos ser instrumentos de esperanza, de alegría y consuelo para nuestros enfermos. Para ayudarles a ellos, y a cuantos les cuidan, a vivir este tiempo especial de gracia tendremos que dejarnos inundar de la Misericordia del “Padre de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que también nosotros seamos capaces de consolar a los que se encuentran en cualquier tribulación, mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios. Porque, así como abundan en nosotros los padecimientos de Cristo, así abunda también nuestra consolación por medio de Cristo. Pues, si somos atribulados, es para consuelo y salvación vuestra; si somos consolados, es para vuestro consuelo, que muestra su eficacia en la paciencia con que soportáis los mismos sufrimientos que nosotros. Y es firme nuestra esperanza acerca de vosotros, porque sabemos que, así como sois solidarios en los padecimientos, también lo seréis en la consolación”[2].
03 | 01 De qué esperanza hablamos
Cuando se habla de esperanza ¿de qué estamos hablando? “Podemos ser llevados a entenderla según la acepción común del término, es decir en referencia a algo bonito que deseamos, pero que puede realizarse o no. Esperamos que suceda, es como un deseo. Se dice, por ejemplo: “¡Espero que mañana haga buen tiempo!”, pero sabemos que al día siguiente sin embargo puede hacer malo (…) La esperanza cristiana no es así. La esperanza cristiana es la espera de algo que ya se ha cumplido; está la puerta allí, y yo espero llegar a la puerta. ¿Qué tengo que hacer? ¡Caminar hacia la puerta! Estoy seguro de que llegaré a la puerta. Así es la esperanza cristiana: tener la certeza de que yo estoy en camino hacia algo que es, no que yo quiero que sea” (Audiencia, 1-II-2017).
Esperanza la referimos muchas veces a lo que no está en el poder del hombre y que no es visible. “De hecho, lo que esperamos va más allá de nuestras fuerzas y nuestra mirada. Pero el Nacimiento de Cristo, inaugurando la redención, nos habla de una esperanza distinta, una esperanza segura, visible y comprensible, porque está fundada en Dios. Él entra en el mundo y nos dona la fuerza para caminar con Él: Dios camina con nosotros en Jesús, y caminar con Él hacia la plenitud de la vida, nos da la fuerza para estar de una manera nueva en el presente, a pesar de exigir esfuerzo. Esperar para el cristiano significa la certeza de estar en camino con Cristo hacia el Padre que nos espera. La esperanza jamás está detenida, la esperanza siempre está en camino y nos hace caminar. Esta esperanza, que el Niño de Belén nos dona, ofrece una meta, un destino bueno en el presente, la salvación para la humanidad, la bienaventuranza para quien se encomienda a Dios misericordioso. San Pablo resume todo esto con la expresión: “En la esperanza hemos sido salvados” (Rom 8,24). Es decir, caminando de este modo, con esperanza, somos salvados. Y aquí podemos hacernos una pregunta, cada uno de nosotros: ¿yo camino con esperanza o mi vida interior está detenida, cerrada? ¿Mi corazón es un cajón cerrado o es un cajón abierto a la esperanza que me hace caminar, no solo, sino con Jesús?” (Audiencia, 21-XII-2016).
Una esperanza que me permite superar las dificultades, aunque no las hace desaparecer. “Los cristianos, en el combatir el mal, no se desesperan. El cristianismo cultiva una incurable confianza: no cree que las fuerzas negativas y disgregantes puedan prevalecer. La última palabra sobre la historia del hombre no es el odio, no es la muerte, no es la guerra. En todo momento de la vida nos ayuda la mano de Dios, y también la discreta presencia de todos los creyentes que «nos han precedido con el signo de la fe» (Canon Romano)” (Audiencia, 21-VI-2017).
03 | 02 Alegría y esperanza
“Sabemos bien que el gran mandamiento que nos ha dejado el Señor Jesús es el de amar: amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente y amar al prójimo como a ti mismo (cf. Mateo 22,37-39), es decir estamos llamados al amor, a la caridad: y esta es nuestra vocación más alta, nuestra vocación por excelencia; y a esta está unida también la alegría de la esperanza cristiana. Quien ama tiene la alegría de la esperanza, de llegar a encontrar el gran amor que es el Señor” (Audiencia, 15-III-2017).
El Apóstol San Pablo no dejaba de exhortar a la alegría: “Estad alegres en la esperanza, pacientes en la tribulación; constantes en la oración” (Rm 12,12) y nos daba el motivo: la cercanía del Señor. “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres” (Flp 4, 4). “En una vida tan atormentada como era la suya, una vida llena de persecuciones, de hambre, de sufrimientos de todo tipo, sin embargo, una palabra clave queda siempre presente: «gaudete». Nace aquí la pregunta: ¿es posible ordenar la alegría? La alegría, quisiéramos decir, llega o no llega, pero no puede ser impuesta como un deber. (…) El motivo del por qué Pablo con todos sus sufrimientos, con todas sus tribulaciones sólo podía decir a los demás «gaudete»: lo podía decir porque en él mismo la alegría era presente «gaudete, Dominus enim prope est». Si el amado, el amor, el más grande don de mi vida, me es cercano, si puedo estar convencido que quien me ama está cerca de mí, aunque esté afligido, queda en el fondo del corazón la alegría que es más grande que todos los sufrimientos. El apóstol puede decir «gaudete» porque el Señor está cerca a cada uno de nosotros. Y así este imperativo, en realidad, es una invitación a darse cuenta de la presencia del Señor en nosotros. Es la conciencia de la presencia del Señor. El apóstol busca hacernos conscientes de esta presencia de Cristo – escondida pero bastante real – en cada uno de nosotros”[3].
“Esto que el apóstol Pablo nos ha recordado es el secreto —uso sus palabras— para estar «con la alegría de la esperanza», porque sabemos que, en toda circunstancia, también en la más adversa, y también a través de nuestros mismos fracasos, el amor de Dios nunca falla. Y entonces, con el corazón visitado y habitado por su gracia y su fidelidad, vivimos en la alegre esperanza de corresponder a los hermanos” (Audiencia, 15-III-2017). Una esperanza marcada por una alegría que hemos de pedir y Él nos concederá, como nos ha prometido: “os volveré a ver y se os alegrará el corazón, y nadie os quitará vuestra alegría” (Jn 16, 22). Nuestra alegría se sostiene sobre esta certeza. Si en cada momento se esconde algo propio y valioso, la alegría anticipada de algo aún mayor que está por venir hace aún más valioso el presente y nos impulsa como con una fuerza invisible más allá de los momentos. Es la forma propiamente cristiana de esperar y tener esperanza. Una esperanza marcada por el consuelo de su presencia. “Solamente mirando el amor de Dios que da a su Hijo el cual ofrece su vida por nosotros, puede indicar algún camino de consolación. Y por esto decimos que el Hijo de Dios ha entrado en el dolor de los hombres; ha compartido y ha acogido la muerte; su Palabra es definitivamente palabra de consolación, porque nace del llanto. Y sobre la cruz será Él, el Hijo moribundo, quien done una nueva fecundidad a su madre, dejándola en manos del discípulo Juan y haciéndola madre del pueblo de los creyentes. La muerte ha sido vencida, y así llega al cumplimiento de la profecía de Jeremías. También las lágrimas de María, como las de Raquel, han generado esperanza y nueva vida” (Audiencia, 4-I-2017).
Por tanto, “dejemos que la esperanza venza a nuestros temores. Fiarse de Dios quiere decir entrar en sus diseños sin pretender nada, también aceptando que su salvación y su ayuda lleguen a nosotros de forma diferente de nuestras expectativas. Nosotros pedimos al Señor vida, salud, afectos, felicidad; y es justo hacerlo, pero en la conciencia de que Dios sabe sacar vida incluso de la muerte, que se puede experimentar la paz también en la enfermedad, y que puede haber serenidad también en la soledad y felicidad también en el llanto. No somos nosotros los que podemos enseñar a Dios lo que debe hacer, es decir lo que necesitamos. Él lo sabe mejor que nosotros, y tenemos que fiarnos, porque sus caminos y sus pensamientos son muy diferentes a los nuestros […]. Sin resignaciones fáciles, haciendo todo lo que está en nuestras posibilidades, pero siempre permaneciendo en el camino de la voluntad del Señor” (Audiencia, 25-I-2017). El mal no triunfará para siempre, hay un fin al dolor, al sufrimiento y la desesperanza será vencida. “También el sufrimiento forma parte de la existencia humana […]. Es cierto que debemos hacer todo lo posible para superar el sufrimiento, pero extirparlo del mundo por completo no está en nuestras manos, simplemente porque no podemos desprendernos de nuestra limitación, y porque ninguno de nosotros es capaz de eliminar el poder del mal, de la culpa, que –lo vemos– es una fuente continua de sufrimiento. Esto sólo podría hacerlo Dios: y sólo un Dios que, haciéndose hombre, entrase personalmente en la historia y sufriese en ella”[4].
La enfermedad es también camino de esperanza. Los enfermos son fuente de una gran esperanza para el mundo. “Una última palabra deseo reservaros a vosotros, queridos enfermos. Vuestro silencioso testimonio es un signo eficaz e instrumento de evangelización para las personas que os atienden y para vuestras familias, en la certeza de que ninguna lágrima, ni de quien sufre ni de quien está a su lado, se pierde delante de Dios. Vosotros sois los hermanos de Cristo paciente, y con El, si queréis, salváis al mundo” [5]. No estáis solos ni abandonados ni sois inútiles, sois los llamados por Cristo, su viva y transparente imagen[6].
03 | 03 La oración, lugar de esperanza
“Un lugar primero y esencial de aprendizaje de la esperanza es la oración. Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme –cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar–, Él puede ayudarme. Si me veo relegado a la extrema soledad…; el que reza nunca está totalmente solo. De sus trece años de prisión, nueve de los cuales, en aislamiento, el inolvidable Cardenal Nguyen Van Thuan nos ha dejado un precioso opúsculo: Oraciones de esperanza. Durante trece años en la cárcel, en una situación de desesperación aparentemente total, la escucha de Dios, el poder hablarle, fue para él una fuerza creciente de esperanza, que después de su liberación le permitió ser para los hombres de todo el mundo un testigo de la esperanza, esa gran esperanza que no se apaga ni siquiera en las noches de la soledad”[7].
En la huida de Jonás, “durante la travesía en el mar, se desencadena una gran tormenta, y Jonás baja a la bodega del barco y se duerme. Los marineros, sin embargo, viéndose perdidos, «se pusieron a invocar cada uno a su dios»: eran paganos (Jonás 1, 5). El capitán del barco despierta a Jonás diciéndole: «Qué haces aquí dormido? ¡Levántate e invoca a tu dios! Quizás Dios se preocupe de nosotros y no perezcamos» (Jonás 1, 6) […]. Las reacciones de estos “paganos” es la justa reacción ante la muerte, ante el peligro; porque es entonces que el hombre hace experiencia completa de la propia fragilidad y de la propia necesidad de salvación. El horror instintivo de morir desvela la necesidad de esperar en el Dios de la vida. «Quizás Dios se preocupe de nosotros y no perezcamos»: son las palabras de la esperanza que se convierten en oración, esa súplica llena de angustia que sale de los labios del hombre ante un inminente peligro de muerte” (Audiencia, 18-I-2017).
Acudir a la oración de petición a Dios, nuestro Padre y superar las resistencias a “dirigirnos a Dios ante la necesidad como si fuera sólo una oración interesada, y por eso imperfecta. Pero Dios conoce nuestra debilidad, sabe que nos acordamos de Él para pedir ayuda, y con la sonrisa indulgente de un padre responde benévolamente […]. La esperanza, que les había llevado a rezar para no morir, se revela aún más poderosa y obra una realidad que va incluso más allá de lo que ellos esperaban: no solo no perecen durante la tempestad, sino que se abren al reconocimiento del verdadero y único Señor del cielo y de la tierra. […] Sucesivamente, también los habitantes de Nínive, ante la perspectiva de ser destruidos, rezarán, impulsados por la esperanza en el perdón de Dios. Harán penitencia, invocarán al Señor y se convertirán a Él, empezando por el rey, que, como el capitán de la nave, da voz a la esperanza diciendo: «¡Quizás vuelva Dios y se arrepienta, […] y no perezcamos»! (Jonás 3, 9). […] Que el Señor nos haga entender esta unión entre oración y esperanza. La oración te lleva adelante en la esperanza y cuando las cosas se vuelven oscuras, ¡se necesita más oración! Y habrá más esperanza” (Audiencia, 18-I-2017).
03 | 04 Testigos de esperanza
“La esperanza cristiana no tiene solo una respiración personal, individual, sino comunitaria, eclesial. Todos nosotros esperamos; todos nosotros tenemos esperanza, incluso comunitariamente. Por esto, la mirada se extiende enseguida desde Pablo a todas las realidades que componen la comunidad cristiana, pidiéndolas que recen las unas por las otras y que se apoyen mutuamente (cf. 1Ts 5, 12-22). Ayudarnos mutuamente. Pero no solo ayudarnos ante las necesidades, en las muchas necesidades de la vida cotidiana, sino en la esperanza, ayudarnos en la esperanza […] Llamados a alimentar la esperanza” (Audiencia, 8-II-2017).
Ayudarnos a llevar los unos las cargas de los otros son camino de esperanza. “El mismo Apóstol de las gentes, en la Carta a los Romanos, afirma con el corazón en la mano: «Nosotros, los fuertes —que tenemos la fe, la esperanza, o no tenemos muchas dificultades— debemos sobrellevar las flaquezas de los débiles, y no buscar nuestro propio agrado» (15, 1). Llevar, llevar las debilidades de otros. Este testimonio después no permanecerá cerrado dentro de los confines de la comunidad cristiana: resuena con todo su vigor incluso fuera, en el contexto social y civil, como un llamamiento a no crear muros sino puentes, a no recambiar el mal con el mal, a vencer al mal con el bien, la ofensa con el perdón —el cristiano nunca puede decir: ¡me la pagarás!, nunca; esto no es un gesto cristiano; la ofensa se vence con el perdón—, a vivir en paz con todos. ¡Esta es la Iglesia! Y esto es lo que obra la esperanza cristiana, cuando asume las líneas fuertes y al mismo tiempo tiernas del amor (…) Se comprende entonces que no se aprenda a esperar solos. Nadie aprende a esperar solo. No es posible. La esperanza, para alimentarse, necesita un “cuerpo”, en el cual los varios miembros se sostienen y se dan vida mutuamente. Esto entonces quiere decir que, si esperamos, es porque muchos de nuestros hermanos y hermanas nos han enseñado a esperar y han mantenido viva nuestra esperanza” (Audiencia, 8-II-2017).
Dar esperanza con el testimonio de nuestra propia vida. “He aquí entonces por qué el apóstol nos aconseja dar razón de la esperanza que hay en nosotros (cf 1 P 3, 16): nuestra esperanza no es un concepto, no es un sentimiento, no es un móvil, ¡una montaña de riquezas! Nuestra esperanza es una Persona, es el Señor Jesús que reconocemos vivo y presente en nosotros y en nuestros hermanos, porque Cristo ha resucitado […]. De esta esperanza no se debe tanto dar razón a nivel teórico, de palabra, sino sobre todo con el testimonio de la vida, y que esto sea tanto dentro de la comunidad cristiana, como fuera de ella” (Audiencia, 5-IV-2017). Los pequeños, los sometidos a diversas pruebas, como los enfermos, son testigos privilegiados de esperanza. “No conoce la esperanza quien se cierra en la propia gratificación, quien se siente siempre bien…; quienes esperan son en cambio los que experimentan cada día la prueba, la precariedad y el propio límite. Estos son nuestros hermanos que nos dan el testimonio más bonito, más fuerte, porque permanecen firmes en su confianza en el Señor, sabiendo que, más allá de la tristeza, de la opresión y de la ineluctabilidad de la muerte, la última palabra será suya, y será una palabra de misericordia, de vida y de paz. Quien espera, espera sentir un día esta palabra: “ven, ven a mí, hermano; ven, ven a mí, hermana, para toda la eternidad” (Audiencia, 8-II-2017). “Quien experimenta en su propia vida el amor fiel de Dios y su consolación es capaz, es más, tiene el deber de estar cerca de los hermanos más débiles y hacerse cargo de su fragilidad. Si nosotros estamos cerca del Señor tendremos esa fortaleza para estar cerca de los más débiles, de los más necesitados y consolarles y darles fuerza. Esto es lo que significa. Esto nosotros lo podemos hacer sin autocomplacencia, sintiéndose simplemente como un “canal” que transmite los dones del Señor; y así se convierte concretamente en un sembrador de esperanza. Esto es lo que el Señor nos pide, con esa fuerza y esa capacidad de consolar y ser sembradores de esperanza. Y hoy es necesario sembrar esperanza, pero no es fácil…” (Audiencia, 22-III-2017).
03 | 05 Un llamamiento a la esperanza
La esperanza no es mero optimismo voluntarista. “¡El optimismo defrauda, la esperanza no! La necesitamos mucho, en estos tiempos que aparecen oscuros, donde a veces nos sentimos perdidos frente al mal y la violencia que nos rodea, frente al dolor de tantos hermanos nuestros. ¡Necesitamos esperanza! Nos sentimos perdidos y también un poco desanimados, porque nos sentimos impotentes y nos parece que esta oscuridad no se acabe nunca” (Audiencia, 7-XII-2016). “Pero no hay que dejar que la esperanza nos abandone porque Dios con su amor camina con nosotros. «Yo espero porque Dios camina conmigo»: esto podemos decirlo todos. Cada uno de nosotros puede decir: «Yo espero, tengo esperanza, porque Dios camina conmigo». Camina y me lleva de la mano. Dios no nos deja solos y el Señor Jesús ha vencido al mal y nos ha abierto el camino de la vida” (Audiencia, 7-XII-2016).
Para vivir anclados en la esperanza hemos de poner el corazón en la gran esperanza. “A la esperanza en un Señor de la vida que con su Palabra ha creado el mundo y conduce nuestras existencias, se contrapone la confianza en ídolos mudos. Las ideologías con sus afirmaciones de absoluto, las riquezas —y esto es un gran ídolo—, el poder y el éxito, la vanidad, con su ilusión de eternidad y de omnipotencias, valores como la belleza física y la salud, cuando se convierten en ídolos a los que sacrificar cualquier cosa, son todo realidades que confunden la mente y el corazón, y en vez de favorecer la vida conducen a la muerte” (Audiencia, 11-I-2017).
03 | 06 María, Estrella de la esperanza
“María aparece en los Evangelios como una mujer silenciosa, que a menudo no comprende todo lo que le ocurre alrededor, pero que medita cada palabra y acontecimiento en su corazón. En esta disposición hay un rasgo bellísimo de la psicología de María: no es una mujer que se deprime ante las incertidumbres de la vida, especialmente cuando nada parece ir en la dirección correcta. […] Es una mujer que escucha: no os olvidéis de que siempre hay una gran relación entre la esperanza y la escucha, y María es una mujer que escucha. María acoge la existencia tal y como se nos entrega, con sus días felices, pero también con sus tragedias con las que nunca querríamos habernos cruzados. Hasta la noche suprema de María, cuando su Hijo está clavado en el madero de la cruz. […] La volveremos a encontrar en el primer día de la Iglesia, Ella, madre de esperanza, en medio de esa comunidad de discípulos tan frágiles: uno había renegado, muchos habían huido, todos habían tenido miedo (cf. Hechos de los Apóstoles 1, 14). Pero Ella simplemente estaba allí, en el más normal de los modos, como si fuera una cosa completamente normal: en la primera Iglesia envuelta por la luz de la Resurrección, pero también de los temblores de los primeros pasos que debía dar en el mundo. Por esto todos nosotros la amamos como Madre. No somos huérfanos: tenemos una Madre en el cielo, que es la Santa Madre de Dios. Porque nos enseña la virtud de la espera, incluso cuando todo parece sin sentido: Ella siempre confiada en el misterio de Dios, también cuando Él parece eclipsarse por culpa del mal del mundo. Que, en los momentos de dificultad, María, la Madre que Jesús nos ha regalado a todos nosotros, pueda siempre sostener nuestros pasos, pueda siempre decir a nuestro corazón: “¡levántate!, mira adelante, mira el horizonte”, porque Ella es Madre de esperanza” (Audiencia, 10-V-2017).