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05 | Num.329
La ética entre
el "encuentro" y el "cuidado"

Julio L. Martínez S.J.
Rector y Profesor Ordinario de Teología Moral. Universidad Pontifi cia Comillas. Madrid.

La llamada del director de Labor Hospitalaria a participar en un número monográfico sobre la ética del cuidado me obliga, por amistad y por compromiso intelectual. Esa temática es para mí conocida y querida, sobre todo desde que hace ya años dirigí la magnífica tesis doctoral de Marta López, doctora en Teología y enfermera, en la cual descubrí la potencia inagotable de la materia. 
Aquí no quería reproducir sin más argumentos ya abordados en el pasado o volver a enfoques de escritos recientes con motivo de la pandemia2. La vertiente de novedad que he encontrado para este artículo consiste en vincular las categorías “cuidado” y “encuentro” y ver cuánto da de sí ese vínculo para la ética.
 
Palabras clave: Encuentro, Cuidado, Misericordia, Ética
The call of Labor Hospitalaria’s Director to take part in a monographic issue about ethics of care, obliges me because of friendship and intellectual compromise. This topic is well-known and loved for me, specially since I was the director of the wonderful Doctoral Thesis of Marta López, Doctor in Theology and nurse, many years ago. There, I discovered the inexhaustible power of this thematic.
In this article, I didn’t pretend to only reproduce argumentation already approached in the past, neither to return to recently written approaches, related to the pandemic. The novelty that I have found for this article is to connect the categories of “care” and “encounter” and to try to discover what this link can contribute to ethics.
 
Palabras clave: Encounter, Care, Mercy, Ethics.

01 | Dos categorías centrales en el pensamiento moral del papa Francisco

Al buscar las sinergias entre “cuidado” y “encuentro”, creo que se produce un aporte constructivo y novedoso, puesto que, por un lado, ambas se hallan entre las categorías centrales en el magisterio social del papa Francisco y, por otro, son dos de las grandes llamadas morales que el fenómeno totalizante de la pandemia está poniendo más intensamente sobre la mesa.

Me atrevo a decir que ambas se vuelven más importantes y significativas cuando más las complica y dificulta todo el deterioro de la salud y de las relaciones que causa de la Covid19.

La agresión tremenda perpetrada por esta enfermedad global está haciendo del cuidado de los enfermos una exigencia absoluta, pero también está situando el cuidado de los sanitarios como una de las prioridades que, si no se atiende debidamente, podría hacer colapsar el entero sistema de salud. Salta a la vista que la vulnerabilidad es condición de posibilidad del cuidado y también su límite, porque “quien cuida es también vulnerable y limitado y, por lo tanto, su acción de cuidar está limitada por sus condiciones ontológicas y por sus capacidades técnicas y humanas”.

La vulnerabilidad de nuestra condición humana nos adentra en la necesidad de ser cuidados y en la posibilidad de cuidar, y además hacerlo por elección libre y responsable nos mete en el reino de la ética.

A su vez, ver el cuidado de un modo integral lleva a considerar la importancia del encuentro como categoría nuclear: los encuentros interpersonales de cierta calidad como condición sine qua non del cuidar; el encuentro entre disciplinas, culturas y perspectivas diversas para afrontar adecuadamente la realidad del sufrimiento humano; y la cultura del encuentro a muchos niveles de la vida social como modo de humanizar las relaciones personales y de los pueblos. Esas ideas tienen que ver con lo que la Orden hospitalaria de San Juan de Dios lleva más de cuatro siglos haciendo por el carisma/valor/virtud de la hospitalidad que ha recibido del Espíritu.

La ética entre el encuentro y el cuidado

No es fácil de ignorar que la distancia social que impone la pandemia, junto a tantas medidas de precaución rayanas en la neurosis ante el hecho de tocar o acercarse a alguien, ponen en solfa eso de que para cuidar mínimamente bien sea imprescindible un digno encuentro entre personas.

Pero a mi juicio no debemos claudicar en establecer tal conexión: quien quiera vincular cuidado y encuentro tendrá que afrontar los golpes duros que entorpecen el ejercicio del cuidar y la acción de encontrarse, pero no renunciar de buenas a primeras a ponerlos juntos. No lo hace el papa Francisco, siguiendo la luz que proyecta el gran icono evangélico del Buen Samaritano, y yo propongo aquí que no lo hagamos tampoco nosotros. Eso sí, tendremos que ser creativos en la búsqueda de nuevas formas de aproximarnos a los que nos necesitan, para cuidar.

No podremos dejarlo de hacer, so pena de incurrir en desatender el amor al prójimo que viene “primereado” por el amor de y a Dios.

Me anima a buscar la relación entre ambas palabras el contenido del pasaje evangélico del Buen Samaritano, icono bíblico donde se condensa la entraña misma de la ética cristiana y que el papa Bergoglio ha vuelto a proponer en el capítulo 2º de su última encíclica Fratelli tutti sobre la fraternidad y la amistad social (FT, 2020). En pocos lugares como en ese texto se puede reconocer una expresión tan diáfana de la realidad de ambas acciones –encontrarse y cuidar—para el respeto y la promoción de la dignidad humana.

02 | La cultura del encuentro

Frente a la cultura del descarte y la indiferencia individualista del cada cual a lo suyo, la cultura del encuentro aspira a recuperar el sentido de la existencia humana, dando relieve a unas relaciones personales donde estén presentes la gratuidad y el diálogo, a un sentido de trabajo que dignifica la vida, a unas relaciones sociales que construyen pueblo y a unos valores que permitan pasar del “bien estar” individualista al “buen ser” personal y comunitario. Se trata de reconocerle al otro el derecho de ser él mismo y de ser diferente.

Una de las cosas que propone Francisco es un «pacto cultural» a favor de un acuerdo de respeto, tolerancia y diálogo entre los diferentes, que siente las bases para un pacto político para la construcción de pueblos entre todos y con todos y en el reconocimiento del otro como otro: con su propia cultura, es decir con su propio modo de ver la vida, de salir adelante, de opinar, de sentir y de soñar…

Nunca se olvida Bergoglio de decir que el símbolo geométrico que mejor representa la cultura del encuentro es el poliedro, a través del cual quiere expresar la realidad de una sociedad donde las diferencias puedan convivir complementándose, enriqueciéndose e iluminándose unas a otras; una sociedad donde de todos se puede aprender algo, donde nadie es inservible, descartable o prescindible.

Mientras que la esfera representa la uniformidad de la homogeneidad y la igualación de todos puntos equidistantes del centro, el poliedro representa la unidad en la pluralidad, unidad en la diversidad o “unidad reconciliada”. El encuentro, pues, posibilita la unidad respetuosa y atenta a la diversidad.

Ciertamente, con la cultura del encuentro se procura orientar las conductas hacia el acercamiento entre personas que comparten los espacios cercanos, pero ésta tiene también una dimensión universal, abierta a las relaciones internacionales y a la experiencia global, incorporando la interpretación de los signos de los tiempos contemporáneos, a saber, las migraciones, los efectos inicuos de la desigualdad creciente, el diálogo interreligioso, la apuesta para una política internacional mediadora del bien común o la integración en espacios transnacionales, entre otras cuestiones. La pandemia nos está enseñando con fuerza que “necesitamos desarrollar una consciencia de que hoy o nos salvamos todos o no se salva nadie. La pobreza, la decadencia, los sufrimientos de un lugar de la tierra son un silencioso caldo de cultivo de problemas que finalmente afectarán a todo el planeta” (FT, 137).

Fratelli tutti alerta frente a los “nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos” (FT, 11), al igual que ante los falsos universalismos que propugnan quienes no aman realmente a su propio pueblo (FT, 99) o al “universalismo autoritario y abstracto, digitado o planificado por algunos y presentado como un supuesto sueño en orden a homogeneizar, dominar y expoliar”, que termina “quitando al mundo su variado colorido, su belleza y en definitiva su humanidad” (FT, 100).

Y la encíclica dedica un capítulo a la conversación social, los consensos, la amabilidad, en orden a construir la “amistad social”, y otro capítulo al “reencuentro”, el perdón, la arquitectura y la artesanía de un camino de curación de heridas, la memoria social, y un firme rechazo de toda forma de guerra.

Francisco advierte sobre una comunicación virtual que tiende a exasperar, exacerbar y polarizar (FT, 15) y hace creer que una pantalla basta para estar integrados, o sobre la necesidad de consumir sin límites junto con la acentuación de muchas formas de individualismo sin contenidos, o sobre las grandes palabras (unidad, fraternidad, libertad, democracia) que se vacían de sentido o se manipulan a partir de nuevas formas de colonización cultural o “movimientos digitales de odio y destrucción” (FT, 43), donde además todo “puede ser espiado, vigilado, y la vida se expone a un control constante”. Así “el respeto al otro se hace pedazos” (FT, 42) y la cultura del encuentro no es más que una expresión vacía sin contenido real.

03 | El cuidado de la casa común del encuentro

La vertiente social del encuentro desemboca también en el cuidado propio de una “ecología integral” (Laudato si´, LS, 2015), siendo la creación la gran casa común del encuentro donde se desarrolla la vida humana en toda su extensión y profundidad, desde la civilización de los pueblos a la historia de la salvación.

La dignidad trascendente del ser humano, como parte y culmen de la creación, halla en la naturaleza el primer lugar para su trascendencia. Con razón a la creación la podemos llamar “nuestra casa”, y comprenderla incluso como parte de “nuestro cuerpo”, pues “también nosotros somos la tierra”.

La creación, manifestación de la bondad de Dios y reflejo de la belleza del Logos, es casa común creada y entregada al ser humano para que “la cultive y la cuide” (Gn 2,15), es decir, confiada a su responsabilidad para que haga de ella una fuente de vida digna para las generaciones presentes y futuras.

De ahí se desprenden una serie de consecuencias éticas:

  • El respeto a las leyes de la naturaleza en la utilización del poder humano, de lo contrario la acción humana se torna destructiva y produce caos.
  • La perspectiva de la creación como “nuestra casa” requiere un cambio de mentalidad en los hábitos de consumo: la creación no es una ‘cantera’ en la cual se sacian los caprichos humanos, sino un hogar en el que cada uno tiene su lugar y algo por hacer.
  • La relación con ella reclama un nuevo ethos que podemos resumir en el paso del poder al servicio.
  • Ese nuevo ethos reclama una “sabiduría ecológica”, compuesta tanto de conocimiento como de espiritualidad, para comprender el lugar del ser humano en el mundo y fomentar el respeto a su dignidad como parte de él.

04 | “Medicina de la misericordia” en un “hospital de campaña”

El acontecimiento de encuentro conduce al desafío de la “mística de acercarnos y de vivir juntos” (Cf. Evangelii gaudium, EG, 2013, 87, 272). El movimiento dinámico de saber encontrarse, consolida comunidades reconciliadas, serviciales y solidarias.

Es decir, comunidades que se convierten en semilla de un rico humanismo, al interior del alma de los pueblos, capaces de superar la cultura de la indiferencia y del egoísmo, y que se vuelven fuentes de reconstrucción social en un mundo donde las relaciones virtuales y digitales parecen dominar casi todo.

Comunidades deseosas de brindar misericordia al encuentro de los lejanos y excluidos, en un movimiento de “primerear”; comunidades que se involucran con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo; comunidades que acompañan con humildad y paciencia todos los procesos, por más duros y prolongados que sean, sin maltratar los límites; comunidades que fructifican siempre en vida nueva y, aunque sus frutos en apariencia sean humildes e imperfectos, festejan cada pequeña victoria, cada pequeño paso adelante, como expresión del crecimiento de las personas. La perspectiva del encuentro nos abre a un horizonte amplio en el cual “el tiempo es superior al espacio” y nos convoca a activar procesos de cambio, mejora y crecimiento, más que a controlar espacios.

La comunidad de comunidades que es la Iglesia “usa la medicina de la misericordia” haciéndose “hospital de campaña”.

Con metáforas así, Francisco llama a todas las comunidades y obras eclesiales a acoger a todos con los brazos abiertos para curar sus heridas con la misericordia de Dios y los mejores medios técnicos y profesionales; a salir a las periferias –físicas y existenciales—y a compadecerse de los últimos de la sociedad, llevándolos en sus hombros y haciéndoles experimentar el bálsamo de la misericordia, tal como muestran las dos grandes parábolas evangélicas elegidas por el papa.
La del Padre misericordioso que expresa cómo la Iglesia está llamada a ser siempre “la casa abierta del Padre […] no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas” (EG, 47); una casa de puertas abiertas en la cual todas las personas sin exclusiones puedan “sentirse acogidas, amadas, perdonadas y alentadas a vivir según la vida buena del Evangelio” (EG, 114).

La del Buen Samaritano que permite expresar las actitudes que la Iglesia ha de tener para ser signo de misericordia:

“La Iglesia “en salida” es una Iglesia con las puertas abiertas para mirar a los ojos y escuchar, o renunciar a las urgencias para acompañar al que se quedó al costado del camino” (EG, 46, 169).

La Iglesia ve a sus hijos con amor, se conmueve al conocer sus historias, se aproxima a ellos no para juzgarlos sino para acompañarlos, con paciencia (EG, 24) y sostenerlos con los sacramentos. De manera especial con la eucaristía, “un generoso remedio y un alimento para los débiles” (EG, 47).

05 | Una especial pedagogía para el encuentro: la parábola del Buen Samaritano

En los escritos del papa Francisco se percibe su convicción de que en el encuentro personal con Jesucristo nace una persona nueva, portadora de la novedad del Maestro en el mundo; una persona capaz de superar el moralismo, la superficialidad, el espiritualismo o la comodidad del “paso frívolamente de largo” y “no he hecho nada malo”, para pasar al obrar con amor respondiendo a la pregunta “¿quién es mi prójimo?” (Lc 10,29), no con discursos o palabras, sino con obras de vida. Esta persona nueva armoniza las dimensiones que la constituyen como hijo de Dios e hijo de la tierra, para transformar la realidad. Como pórtico de entrada a la parábola, encontramos un breve diálogo entre un doctor de la ley y Jesús (Lc 10, 25-28), en el que el letrado le pregunta al Maestro por lo que debe hacer para ganar la vida eterna, con intención de ponerlo a prueba, y él mismo acabará dando con la respuesta correcta al unir el amor a Dios y al prójimo y recibiendo la confirmación de su acierto por parte de Jesús. Lucas se concentra en la ortopraxis, en cómo vivir el amor para heredar la vida eterna (Lc 10,25). 

El amor a Dios y al prójimo constituye un solo mandamiento y su unidad se valida en el “hacer” del amor por el prójimo. Ese primer diálogo concluye con el interrogante sobre el prójimo (Lc 10,29), que prepara y abre un segundo momento de diálogo en el cual Jesús contesta con una historia realista (Lc 10,30-35), que constituye una de las llamadas parábolas de la misericordia para honra del género humano. Es una narración representada y contada infinidad de veces, que siempre está rebosante de significado y cargada de sentido.

La contrapregunta del jurista plantea los límites del amor pedido por Jesús hacia el prójimo. El amor al prójimo, según el contexto de la Alianza (cf. Ex 20,17), se refiere al propio compatriota, al miembro de la misma raza. 

Los paganos y los samaritanos, por su parte, eran excluidos de este amor y considerados hijos de la oscuridad. El interrogante del jurista no sólo significa la búsqueda de una definición según la Ley, sino que también cuestiona cuáles son los criterios y los límites entre prójimo y no prójimo, así como hasta dónde llega la obligación para con él.

La historia comienza con un solo hombre sin identidad determinada (v. 30), que tras haber caído en manos de salteadores está ‘medio muerto’, y continua con otros personajes pasando al lado de él. Los dos primeros llegan al lugar, pero con mirada vacía y actitud negligente, pasan de largo. 

El samaritano, con mirada atenta y tocado hasta las vísceras por la situación del hombre (v. 33), traduce su conmoción interior en cinco acciones: primeras curas, transporte, búsqueda de alojamiento, provisión de gastos y promesa de volver (vv. 34 -35). 

El sacerdote y el levita también hubieran podido ayudar al hombre herido, si no lo hicieron no fue tanto por la Ley, sino como por su falta de compasión y discernimiento. 

Cabe decir que su ideología de matriz religiosa les sirvió de excusa para no responder a la realidad del malherido. Francisco avisa que “la realidad es más importante que la idea”.

06 | Con entrañas de misericordia

Precisamente el verbo que utiliza para expresar la misericordia (splagcnizomai, v. 33) señala el corazón como lugar donde se experimenta el sentimiento y revela una actitud existencial dispuesta a ayudar al otro. La actitud de poner todos los medios necesarios, el tiempo, los esfuerzos o la misma vida para ayudar. 

La misericordia en Jesús une el ver al otro y el estar dispuesto a ayudarlo. Por tanto, la condición de prójimo no es una cualidad estática, sino que se manifiesta en actos concretos (v. 37). Las entrañas de misericordia expresan la actitud de quien trasciende el egocentrismo y abre su corazón a los demás, en particular a los que más le necesitan. 

Trascenderse e ir a los demás no es debilidad, sino fortaleza en la vulnerabilidad: porque somos vulnerables tenemos capacidad potencial de encuentro; porque dependemos unos de otros, somos tenemos que cuidarnos. No se trata de unas conductas autómatas o deterministas, sino de una libre autodeterminación y de una autorrealización en la fragilidad del bien (M. Nussbaum). La persona es tan libre que puede superarse, olvidarse de sí y sobrepasar los propios límites.

En la compasión del samaritano resplandece la misericordia de Dios (cf. Lc 1,78; 15,20) manifestada en Jesucristo (cf. Lc 7,13). En la tensión constructiva que se abre entre el amor al prójimo y el amor a Dios coloca el samaritano su quehacer de cuidar. 

Más aun, el texto propone una serie de acciones y actitudes que se ofrecen a modo de invitación y, paradójicamente, se formulan en imperativo. Así, el seguimiento implica activar los mecanismos de la acción que hacen el amor real. El énfasis de la narración de Lucas radica en la exhortación final a hacer lo mismo y realizar las mismas acciones marcadas con el sello del cuidado: “haz tú lo mismo”.

07 | “Haz tú lo mismo”: aproxímate con concreción y sentido universal

Ante la pregunta: ‘¿quién es mi prójimo?’ (o ¿a quién debo ayudar?) Jesús propone un cambio de paradigma: del prójimo como objeto de amor catalogado dentro del propio círculo de intereses religiosos, culturales, económicos o políticos, al prójimo como todo aquel que esté necesitado de ayuda. Por ello, la respuesta al prójimo será hacerse prójimo, ser capaz de superar toda clase prejuicios para acercarse y poner acciones de amor misericordioso. 

El prójimo como objeto de amor a un grupo determinado, primer paradigma, ha causado dramas y tragedias para la humanidad. 

Si como el levita y el sacerdote de la parábola no vemos al otro si no pertenece a nuestros círculos, lo que hacemos es pasar de largo y despreciar su humanidad.

Jesús amplía la concepción del prójimo. En el sentido objetivo, prójimo es aquella persona necesitada, real y concreta, con quien me encuentro en el camino.

A quienes piden la exclusión de los no-miembros, el papa responde con la “fuerza débil” de la “universalidad concreta”, siguiendo al Señor:

“Se entendía que la ayuda debía dirigirse en primer lugar al que pertenece al propio grupo, a la propia raza… El judío Jesús transforma completamente este planteamiento: no nos invita a preguntarnos quiénes son los que están cerca de nosotros, sino a volvernos nosotros cercanos” (FT, 80)

La propuesta es hacerse “presente ante el que necesita ayuda, sin importar si es parte del propio círculo de pertenencia” (FT, 81)

Nuestra común pertenencia humana no debe quedar supeditada a ninguna pertenencia parcial. El evangelio de Lucas muestra la paradoja de la recepción del mensaje de Jesús en los paganos, no en los judíos, al poner a un extranjero como ejemplo auténtico y perfecto de vivir la Ley. Por ello, el amor al prójimo desborda las fronteras de la religión y revela el querer de Dios.

08 | “Haz tú lo mismo”: cuida con preocupación activa y compasiva

En los versículos 34 y 35 se utiliza de forma diferenciada el término epiméleia en dos ocasiones según la traducción de los LXX, que la Vulgata expresa con el término latino cura.

El cuidado es parte esencial y constitutiva del amor-ágape. El amor requiere ciertos elementos básicos: cuidado, responsabilidad, respeto y reconocimiento. Cuando falta tal preocupación activa, no puede haber amor, por mucho que hablemos de él. 

El amor ejecutado en el cuidado con su perspectiva universalista es un elemento constitutivo del cristianismo. El cuidado que aparece en la parábola está incluido en una de esas “pocas ideas capitales y sencillas” que el Señor no se cansa de inculcar en el Evangelio: resume toda la ley y los profetas como expresión del mandamiento del amor, que genera “modos de relacionarse inéditos e inexplicables, recrea la existencia humana, fortalece a los débiles, hace sabios a los ignorantes y libera a los oprimidos”.

Ante el rostro del otro –el rostro que es “su epifanía” (E. Levinas)— conmoverse y cuidarle compasivamente nos hace humanos. No responderle, merma nuestra humanidad. El cuidado se torna respuesta a “la muda llamada del amor” (E. Jüngel), de ahí que desentrañar y percibir esa llamada radical forma parte sustancial de la respuesta ética del sujeto. 

Así entendemos que la parábola no quiera centrar nuestra atención sobre la desgracia del hombre malherido, sino llevarnos a ver las relaciones y las acciones para que los que contemplemos la escena nos sintamos llamados a hacer lo mismo –poner el amor en el cuidado y evitar el descuido— al modo de Jesús.

En suma, el cuidar de modo integral al que nos adentra esta parábola de la misericordia pide, por lo menos, la confluencia de cinco ces5: compasión, que implica el reconocimiento del otro como persona y una respuesta vivencial de solidaridad; competencia, que señala la capacidad profesional, científico-técnica para desarrollar las actividades necesarias del cuidado; confianza, que alude a la relación entre los involucrados; conciencia, como base de elaboración de los juicios morales y la responsabilidad moral ante los hechos que acontezcan; y compromiso, la convergencia del deseo personal y la obligación elegida.

09 | Principales implicaciones éticas

En escenarios tan inciertos y duros como estos con los que nos está tocando lidiar –sobre todo a los profesionales sanitarios— donde la enfermedad y la muerte acechan por doquier y las cautelas en las relaciones pugnan por instalarse, que la ética se enraíce en el encuentro y el cuidado es más necesario que nunca, y no únicamente para regir las relaciones interpersonales, sino para los grandes asuntos del poder planetario. La ética del cuidado ha de asumir la dimensión universal del encuentro entre los pueblos de la Tierra, sin olvidar los asuntos de carácter local y las distancias cortas, donde se produce el encuentro cara a cara.

Desde el encuentro, la virtud del cuidado engendra una responsabilidad que se dirige a las relaciones interpersonales y de cada uno consigo mismo, pero llega hasta la naturaleza no humana; por eso la conjunción de encuentro y cuidado nos pone delante de una “ecología integral”, donde se une lo social y lo ambiental. Encuentro y cuidado llaman al progreso de la tecnología y su uso, pero sobre la base de un humanismo donde está en el centro la persona y su dignidad.

La persona que todos y cada uno de los humanos somos es vulnerable y ello se vuelve condición de posibilidad para el auténtico encuentro y para el cuidado que surge de la responsabilidad por el otro (Levinas), la reciprocidad en la dependencia constitutiva (MacIntyre), el reconocimiento tanto interpersonal como político (Honneth y Taylor) y la compasión eficaz del Buen Samaritano que se acerca y cuida al malherido/medio muerto al borde del camino, con entrañas de misericordia, tal como lo narra Jesús en el evangelio de Lucas, poniendo palabras a su propio modo de actuar y vivir. Asimismo, la ética del cuidado pide encuentro entre disciplinas diversas para que juntas se complementen en perspectivas y conocimientos científicos, dando base al itinerario ético para un desarrollo humano integral. La metodología ha de incluir, pues, la deliberación, el diálogo y el discernimiento sobre qué debemos hacer o dejar de hacer.

La ética del encuentro/cuidado debería impregnar todas las respuestas a la pandemia y los procesos de reconstrucción/recuperación que necesitamos. En ello tiene que jugar un papel especial la política del bien común, como alta forma de la caridad, y los políticos, llamados a “preocuparse de la fragilidad de los pueblos y de las personas” (FT, 188), a “construir pueblo con todos”, teniendo “grandes objetivos y mirada amplia, realista y pragmática, más allá de su propio país” (FT, 190).

A todos nos toca la tarea de promover la cultura del encuentro desde una ética del cuidado, en nuestros contextos diarios, en los distintos niveles de las relaciones humanas, en los cuidados de la salud, en las conversaciones, en las redes sociales, en la vida cívica, en la formación de los niños y jóvenes, en la hospitalidad hacia los inmigrantes, en los mensajes que ponemos en circulación en la sociedad… 

“Cada uno de nosotros está llamado a ser un artesano de la paz, uniendo y no dividiendo, extinguiendo el odio y no conservándolo, abriendo las sendas del diálogo y no levantando nuevos muros” (FT, 284).

He querido proponer el encuentro y el cuidado como columnas que sostienen la clave de bóveda ética de un nuevo humanismo a la altura de los tiempos recios que nos toca vivir. Juntos nos llevan a la hospitalidad que da nombre a esta revista y sentido a los desvelos de muchos.