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editorial | Num.331
Acompañamiento en el sufrimiento

Este es el panorama: el hombre frente al dolor se interroga, ¿qué es el hombre? ¿cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte que, a pesar de tan grandes progresos, subsisten todavía?

Pese a que muchas personas se sienten prisioneras de su forma de ser o de actuar, de sus nervios, de los errores que quieren evitar y con los que tropiezan una y otra vez, no hay nada que justifique ese encadenamiento, ese sufrimiento tan inútil como prolongado.

El sufrimiento psicológico, siempre ligado a la ansiedad por un futuro que se nos escapa, nunca se reduce a un dolor que pueda tratarse con medios farmacológicos. De modo paradójico –y para algunos insoportable– redescubrimos que somos cuerpo y relación, vida interior y vida social, afecto y esperanza, dimensiones conectadas entre sí. Cuando una de estas partes está sufriendo, este sufrimiento se difunde a todo nuestro ser.

De Clare Carlisle (2021), en su magnífica obra: El filósofo del corazón. La inquieta vida de Søren Kierkegaard, se destacan estas reflexiones:

“Nadie sabrá nunca, solo con mirar a otra persona, en qué anda su alma, cuáles son sus alegrías y sus penas”. Para Kierkegaard, “el cristianismo ha sido siempre tan seductor como inquietante […] Se siente atraído por una verdad que descansa en dos extremos opuestos a la vez, pues así es la experiencia humana real: en un solo día, incluso en una hora, un ser humano puede sufrir y gozar, desesperarse y tener fe, experimentar una angustia intensa y una profunda paz […] Está convencido de que la fe no debe evitar el sufrimiento ni dejarse anegar por él, sino atravesarlo para encontrar la alegría”.

Ante el sufrimiento humano la física o la química no han sabido dar una solución, únicamente han podido paliar. El propósito de la vida es ser útil, ser responsable, ser compasivo, comprensivo y con ello, progresar y ser feliz.

Encontramos personas que se sienten frustradas por la vida que llevan y se reprochan constantemente lo poco que la aprecian. Mantienen un permanente sentimiento de culpa y se minusvaloran sintiéndose fracasadas por los errores cometidos.

Casi siempre el pensamiento es la base del sufrimiento. Hay que vivir el presente sin pensar demasiado en el futuro. A nuestro cerebro le debemos enseñar y entrenar para que descubra los pensamientos racionales y los discrimine de los pensamientos automáticos y muchas veces irracionales.

La gestión de los pensamientos y de los sentimientos nos ayuda a relacionarnos de una manera más sana con los demás. Si logramos generar el entrenamiento de nuestros pensamientos, nos sentiremos más plenos y felices en nuestra vida.

El sufrimiento es la consecuencia, dinámica y cambiante, de la interacción entre la percepción de amenazas y recursos, modulada por el estado de ánimo (Arranz, Barbero, Barreto y Bayés, 2004, Bayés, 2006).

Ante el sufrimiento inevitable, los cuidados espirituales se convierten en una herramienta para el afrontamiento efectivo en la vida del hombre en su relación consigo mismo, con los demás, con el entorno y con un ser superior por el significado y sentido que da a su existencia concreta capacitándolo para el autocontrol de esta.

El acompañante que comprende su herida está llamado a ayudar a otros, para que no se queden paralizados con su dolor y heridas, sino que encuentren un sentido y una esperanza.

Alguien como Henri J.M. Nowen (1996) en El sanador herido. Madrid: PPC aporta estas reflexiones:

La soledad se ha convertido en una de las heridas humanas más dolorosas. Pero, la soledad es una fuente inagotable de belleza y de autocomprensión. Reconocer la soledad puede llegar a ser un hecho fundamental en nuestra existencia y lleno de promesas si se puede aguantar su dulce dolor. Ningún amor o amistad, ningún abrazo íntimo o beso tierno, ninguna comunidad, comuna o colectividad, ningún hombre o mujer serán capaces jamás de satisfacer nuestro deseo de vernos aliviados de nuestra condición de ser en esencia solos. Ello no nos impide que salgamos al encuentro de los otros y compartamos.

La interiorización y la hospitalidad sanan a uno mismo y ayudan a sanar: la hospitalidad es la habilidad para atender al otro. Se da muy difícilmente si estamos preocupados de nuestras propias necesidades y tensiones, que nos impiden distanciarnos de nosotros mismos para atender a los demás.

La hospitalidad es una actitud central, para quien quiere hacer de su propia condición de herido, algo útil para la curación de los demás. Esta hospitalidad exige que, quien acompaña, conozca sus heridas y las de aquellos también heridos, con quienes se encuentra.

01 | Aprendiendo a gestionar el sufrimiento

“Y viendo castigar los enfermos que estaban locos con él, decía: Iesu-Cristo me traiga a tiempo y me dé gracia para que yo tenga un hospital, donde pueda recoger los pobres desamparados y faltos de juicio, y servirles como yo deseo” (Castro, F. Historia de la vida y sanctas obras de Juan de Dios, cap. IX).

Así empezó a acompañar Juan de Dios a los que sufrían. Y había aprendido con su propio sufrimiento, en el hospital de Granada, ya que se identificó con quien sufría.

“El hombre está dispuesto incluso a sufrir a condición de que este sufrimiento tenga un sentido”
(Viktor Frankl)

“La felicidad es vivir de acuerdo con uno mismo, y esto te da tranquilidad” (Elena Poniatowska)

Aprender a cuidar y acompañar en la experiencia del sufrimiento, como lo hizo Juan de Dios, es saber que el dolor, el sufrimiento tiene varias dimensiones: emocionales, sociales y espirituales, contempladas de forma integral.

El acompañamiento ha de ser individual, se ha de saber escuchar, considerar a la persona única, con proximidad física.

Ni el sufrimiento ni la culpa ni la muerte pueden privar a la vida de su auténtico sentido. Si el sufrimiento, la muerte, la enfermedad no tuvieran un sentido más allá de nosotros mismos, la vida no merecería ser vivida. El hombre tiene que llegar a atreverse incluso a sufrir, a resistir. Hoy hablamos de resiliencia.

“He aquí mi testamento: Busca tu felicidad en las lágrimas” (Consejo de Zossima a Aliosha).

El conocimiento de la realidad trascendental de la persona, la valoración de su íntima realidad espiritual es la que nos permite sumergirnos en la interioridad de sus amarguras, y se ilumina su sentido: en el plano espiritual es donde podemos imaginar el sentido del sufrimiento. Plano que puede ayudarse de la opción religiosa.

02 | Respuestas al sufrimiento

La realidad del sufrimiento humano ha planteado un interrogante funda­mental al que los distintos sistemas filosóficos y creencias religiosas han inten­tado responder con diversas modalidades, sin lograr eliminar del todo el velo de misterio que la envuelve. En conjunto se pueden sintetizar en cinco perspectivas las respuestas funda­mentales a esta pregunta (cf. Carta de Identidad de la O.H., 2.1.1.):

  • La primera es mágica o misteriosa y hace referencia a la rea­lidad radicalmente incomprensible e ineludible del dolor. Este concepto aún presente entre los “pueblos primitivos” sigue siendo un residuo ancestral en muchos otros planteamientos religiosos.
  • Una segunda respuesta es la negación. Todas las realidades dolorosas de la vida constituyen un límite a la conquista del placer. En este substrato cultural del bienestar hunden sus raíces muchas formas de “desesperación” contemporánea que, al negar la realidad dolorosa, llegan a negar la vida misma cuando no se logra sostener su peso existencial. Suele decirse que nada se aprende del dolor.
  • Otra actitud, opuesta a la anterior, consiste en la aceptación heroica del dolor. Ha sido sistematizada filosóficamente por el estoicismo, que acepta, sin quejarse, grandes sufri­mientos.
  • Una cuarta modalidad de acercamiento al dolor consiste en su anulación me­diante un camino interior que lleva paulatinamente al abandono de toda pasión y de todo sufrimiento físico y psíquico. La espiritualidad india tiene tanto de bueno como de malo. El indio se siente al margen del bien y del mal o busca alcanzar este estado mediante la meditación o el yoga (cf. C.G. Jung).
  • La última modalidad, es la que constituye la más alta expresión en el cristianismo es la valorización. Sin desvelar completamente el misterio y sin quererlo transformar en una realidad de por sí positiva, el cris­tianismo ofrece “razones” al dolor, transformando su aspecto absurdo en posible instrumento de bien para uno mismo y para los demás, cuyo misterio más profundo no podrá ser desvelado nunca, ni tampoco reconducido a una racionalidad deseada.

La respuesta cristiana al dilema es que Dios puede y quiere acabar con el sufrimiento. Pero, al mismo tiempo, constata con sorpresa que no puede o no quiere acabar con él de cualquier manera. La imagen de Dios revelada en Jesucristo muestra el compromiso de Dios para acabar con el sufrimiento […] Dios asume el sufrimiento porque es la única forma en que puede superarlo […] No se trata de que, compartiendo su sufrimiento Dios logre consolar al hombre, sino que su libre decisión de compartir el sufrimiento humano es expresión de su propia esencia1. El dolor o la enfermedad se aceptan en cuanto no se pueden superar o quitar. No se trata sólo de aguantar o soportar porque no hay más remedio, sino de aprovechar el enfoque positivo.

El sufrimiento, a pesar de todo su sinsentido y su opacidad, no tiene capacidad para vaciar la experiencia religiosa, aunque pueda sacudirla hasta hacerle tambalearse. Al contrario, contribuye como quizá ninguna otra realidad a configurarla convirtiéndose así en lugar teológico privilegiado. Resulta entonces que el sufrimiento no necesariamente es la roca donde fundamentar la negación de Dios, sino que puede constituirse en uno de los lugares teológicos de la verdadera religión, por servir de sólido punto de apoyo para negar algunas de las falsas imágenes de Dios y edificar la imagen del verdadero rostro de Dios más próxima a su misterio incomprensible de amor, trascendencia y libertad.

Al término de la existencia terrena, el hombre se encuentra situado frente al misterio:

‘Ante el misterio de la muerte, el hombre se halla impotente, vacilan las certezas humanas. Pero, precisamente frente a ese desafío, la fe cristiana […] se presenta como fuente de serenidad y de paz’ […] Lo que parece carecer de significado puede adquirir sentido. Puede llegar a ser experiencia de participación en el misterio de la muerte y la resurrección de Cristo. Brindar una presencia de fe y de esperanza es para los agentes sanitarios y pastorales la más elevada forma de humanizar la muerte.

En el contexto en que nos movemos en Labor Hospitalaria y, desde diferentes ángulos, estas reflexiones nos pueden ayudar, personal y profesionalmente a ser acompañantes de las personas que experimentan el sufrimiento en sus diferentes facetas y teniendo en cuenta que tratamos el sufrimiento integralmente. Somos abanderados de la Hospitalidad que está en el corazón del que acoge, acompaña y cura con regalo.

 

Calixto Plumed Moreno O.H.
Director