Scroll Top
19th Ave New York, NY 95822, USA
LH_342_editorial
342 | Editorial
En la Esperanza, presente y futuro se diluyen .

La frase «presente y futuro se diluyen» tiene un tono poético y puede interpretarse de varias maneras, dependiendo del contexto. Algunas posibles interpretaciones:

  1. Disolución de los límites temporales: Podría sugerir que la distinción entre el presente y el futuro se vuelve borrosa. Es decir, que vivimos en un estado en el que el ahora y lo que vendrá se mezclan, quizás porque el presente está tan condicionado por el futuro (expectativas, planes, miedos) que ya no se vive plenamente. O que el futuro llega tan rápido que apenas hay tiempo para habitar el presente.
  2. Sensación de incertidumbre: También puede reflejar una pérdida de claridad o dirección. En tiempos de cambio o crisis, el presente puede parecer inestable y el futuro incierto, como si ambos se deshicieran en una niebla de dudas.
  3. Perspectiva filosófica o espiritual: Desde una mirada más existencial o espiritual, podría aludir a la idea de que el tiempo es una ilusión, y que solo existe el «ahora eterno», donde pasado y futuro son construcciones mentales que se desvanecen.
  4. Interpretación artística o literaria: En un contexto creativo, esta frase puede ser una metáfora para expresar la fluidez del tiempo en una narrativa. La transformación constante de la identidad o la realidad. La pérdida de control sobre el curso de la vida, etc. 

Aquí y ahora nos importa más esta otra imagen: «La esperanza es como echar el ancla a la otra orilla y agarrarse a la cuerda». Y ya que la Iglesia ha elegido vivir este año jubilar bajo la protección de la esperanza, es una oportunidad para que todos los cristianos y todos, actuemos especialmente en contextos de dolor y sufrimiento, viviendo la esperanza como una virtud activa y no como una expectativa pasiva de que las cosas mejorarán.

La Orden Hospitalaria, -que también celebra su año Jubilar con ocasión de los 475 años de la muerte de san Juan de Dios-, fiel a su carisma, entiende la hospitalidad como una expresión concreta de esperanza. Acoger, cuidar y promover la dignidad de las personas con sus vulnerabilidades, son actos que reflejan una profunda fe en el potencial humano y en la capacidad de superar barreras. Además, la esperanza se fortalece en la comunidad y con un espíritu sinodal.

Quizá la esperanza no deba buscarse sólo mirando hacia adelante, a veces el camino ya recorrido por otros pueda arrojarnos luz, ganas, conciencia, deseo y razón para seguir esperanzados. La esperanza es movimiento.

Javier Cercas narra su experiencia en el viaje a Mongolia del papa Francisco: “Entonces le puedo decir a mi madre que, cuando se muera, va a ver a mi padre. La reacción del papa es fulminante; no duda ni un segundo, ni una décima de segundo, ni una milésima de segundo; cierra los ojos mientras su cara se contrae en una expresión que parece de dolor y no es y, cuando vuelve a abrirlos dice: Con toda seguridad. Me oigo repetir: ¿con toda seguridad? Con toda seguridad. La sonrisa de Bergoglio transforma su falsa expresión de dolor en una expresión auténtica de alegría. Con toda seguridad” (El loco de Dios en el fin del mundo (2025) Barcelona: Penguin Random Hous Grupo Editorial, 476).

El papa León XIV sucesor del papa Francisco está enfatizando repetidamente la importancia de la esperanza cristiana en sus discursos y catequesis, especialmente en el contexto de este Jubileo de la Esperanza. Está abordando la esperanza desde diversas perspectivas:

  1. Ha destacado que la esperanza cristiana, basada en la promesa de Dios, es una certeza en el camino de la vida y que transforma el corazón humano en tierra fértil para la caridad. 
  2. Ha conectado la esperanza con el cuidado de la creación, subrayando que la justicia ambiental es una cuestión de justicia social, económica y antropológica, y que el cuidado de la creación se convierte en una cuestión de fe y humanidad. 
  3. Ha instado a los jóvenes a ser «faros de esperanza» y a promover la paz y la unidad, animándolos a superar los egoísmos y a buscar formas de conectar con los demás. 
  4. Ha utilizado parábolas como la de los obreros de la viña para alimentar la esperanza y recordar que el tiempo de cada uno es valioso y que Dios llama a todos a trabajar en su viña. 
  5. Ha señalado que las curaciones de Jesús son un signo de esperanza, mostrando que Él no solo sana la enfermedad, sino que también devuelve la vida, incluso de la muerte. 
  6. Ha enfatizado que el matrimonio, como modelo de amor total, fiel y fecundo, es fuente de esperanza para la sociedad. 
  7. Nos ha invitado a la oración como fuente de esperanza y a la práctica de la fe como confirmación de la gracia de Dios. 
  8. Ha abogado por la paz «desarmante y desarmada», llamando a la reconciliación y al cese de conflictos como un acto de esperanza. 

En resumen, León XIV está haciendo de la esperanza cristiana un tema central, animando a la humanidad a buscarla en diversos aspectos de la vida y a construir un mundo más justo, reconciliado y lleno de fe. Pero ya el papa Francisco en la bula Spes non confundit había pergeñado los hitos esenciales indicando: una palabra de esperanza; la esperanza… en los signos de los tiempos; esperanza en el futuro; esperanza para los que no la tienen; esperanza para los enfermos; esperanza para los jóvenes; esperanza para los migrantes; esperanza para los ancianos; esperanza para los pobres; esperanza para la tierra; la esperanza cristiana y la esperanza como la de María.

También en el reciente encuentro de los directivos de la Orden Hospitalaria en Barcelona, DIALOGA 25, se habló de una esperanza inconformista, participativa y transformadora, del carisma de la hospitalidad, como un legado vivo, no solo como una práctica, sino como una verdadera vocación, un camino de transformación personal y social. Lo cual implica desarrollar una espiritualidad profunda y reflexiva, promover una cultura de encuentro y de diálogo, e implementar respuestas innovadoras y sostenibles. De esta forma podemos contribuir a la construcción de un mundo más justo, más humano y más fraterno, donde cada persona sea reconocida en su dignidad y acompañada por la compasión. Así podremos encarnar la misión carismática de la hospitalidad como trasunto de la esperanza y la caridad.

Se trataría de una mirada que transforma, una mirada apreciativa, que sabe reconocer y valorar lo bueno, en las personas (compañeros de trabajo, de comunidad, aquellos a quienes curamos y cuidamos), o que se posa sobre la realidad haciéndose cargo de ella, demostrando fuerza para transformar el mundo. Porque el mundo será como somos nosotros, como lo miramos nosotros.

En el continuo diálogo, construyendo la hospitalidad participativa, implicando a todos, comprometiendo a todos podremos aceptar el gran reto de cambiar de mentalidad.  Esta es la esperanza que nos orientará el futuro inmediato, y juntos encontraremos la mejor manera de seguir avanzando.

Ahora bien, cuando se habla de esperanza ¿de qué estamos hablando? Podemos ser llevados a entenderla en referencia a algo bonito que deseamos, pero que puede realizarse o no. Esperamos que suceda, es como un deseo. Se dice, por ejemplo: “¡Espero que mañana haga buen tiempo!”, pero sabemos que al día siguiente sin embargo puede hacer malo. La esperanza cristiana no es así. La esperanza cristiana es la espera de algo que ya se ha cumplido; está la puerta allí, y yo espero llegar a la puerta. ¿Qué tengo que hacer? ¡Caminar hacia la puerta! Estoy seguro de que llegaré a la puerta. Así es la esperanza cristiana: tener la certeza de que yo estoy en camino hacia algo que es, no que yo quiero que sea.

La esperanza ha de ser contemplada como un elemento constitutivo de nuestra naturaleza, como algo innato, esperanza natural, pero que aguarda nuestra decisión y acción para convertirse en una gran posibilidad en nuestra existencia: la virtud de la esperanza. La esperanza es contemplar cómo la gracia actúa en nuestra naturaleza y, si nos abrimos a ella y la acogemos, realiza en nosotros nuestros más hondos deseos, llevándonos más allá de nuestras posibilidades: la esperanza teologal. Esta esperanza, a pesar de las apariencias, cuando se abre a los otros, no defrauda; y los lugares de sufrimiento y dolor, ruptura y disminución se convierten en los espacios más propios de la emergencia de esta esperanza.

Uno de los autores aporta fragmentos de las Cartas de San Juan de Dios, que están esencialmente relacionados con las tres virtudes teologales del cristianismo: fe, esperanza y caridad. Pero Juan de Dios tiene muy presentes las otras virtudes cardinales que enmarcan su vida ya que son las enseñanzas de la Iglesia, “y echo mi sello y cierro con mi llave”, como él mismo dice, pues resulta ser cuanto se le transmite, está convencido de ello y obedece con humildad. Y en Juan de Dios aparece muy claramente la esperanza como motor de caridad, la caridad que nace de la esperanza. Una esperanza viva de san Juan de Dios como una luz en medio del dolor.

Otros autores, en esta edición de Labor Hospitalaria proponen una reflexión sobre la pastoral como espacio de mediación de la esperanza, especialmente en contextos de vulnerabilidad existencial, ya sea en el ámbito de la pastoral de la salud o de la pastoral social. Se enfatiza la idea de que la verdadera eficacia de la presencia pastoral no reside en la resolución externa de los problemas, sino en la capacidad de caminar junto a la persona asistida, participando en su proceso de reconstrucción y re-significación. La pastoral, en este sentido, puede ofrecerse como motor de transformación, propiciando un espacio para convertir las experiencias de derrota en caminos de superación, mediante la confianza y la esperanza activa. La acción pastoral como motor de esperanza.

La esperanza, en contexto de vulnerabilidad física o psíquica, se convierte en un elemento vital. No es simplemente un deseo optimista, sino una fuerza activa que impulsa a seguir adelante, a buscar soluciones y a encontrar significado en medio de las dificultades. La esperanza capacita a las personas con alguna discapacidad para perseguir sus sueños y aspiraciones, a las familias para brindar un apoyo incondicional y a los profesionales para ofrecer una atención integral.

Mención especial merece acercarnos al sentimiento de esperanza y desesperanza en la población mayor, atendiendo a las peculiaridades vitales de los testimonios reales que se recogen. Tras una breve descripción de las cuestiones que se plantean, se da voz a los protagonistas para recoger después un aprendizaje personal y pragmático sobre el tema. Podemos encontrarnos muchos casos de soledad no deseada que habremos de saber acompañar a encontrar y vivir el camino en esperanza.

En tiempos donde la desesperanza parece extenderse, el acompañamiento espiritual es una herramienta poderosa de sanación y resistencia. No cambia mágicamente las circunstancias, pero transforma la manera de habitarlas. Y en esa transformación, se mueve la esperanza.

Una vez más precisamos introducir un enfoque de humanización, en el empleo de las herramientas y medios a nuestro alcance, para que no nos conduzca sin remedio a eliminar a la persona y su dignidad en el desempeño de nuestras tareas asistenciales. Siempre nos importa considerar la centralidad de la persona y su dignidad. Y es el contexto en que nos movemos en Labor Hospitalaria. Estas reflexiones nos pueden ayudar, personal y profesionalmente a saber acompañar a las personas que experimentan el sufrimiento en sus diferentes facetas y teniendo en cuenta que nos aproximamos al sufrimiento de tantas personas con Humanización y Hospitalidad que pueden llegar a ser la traducción de la Esperanza que está en el corazón del que acoge y acompaña, así como en el que se deja acompañar.