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experiencias | Num.332
06/2 Acompañamiento y ayuda al personal sanitario durante y después de la pandemia.

Gerardo Dueñas Pérez
Subdelegado episcopal de Pastoral de la salud.
Capellán. Hospital psiquiátrico Dr. Rodríguez Lafora.
Archidiócesis de Madrid.

01 | Marzo de 2020: llega la pandemia al hospital

La pandemia COVID-19 se introdujo en nuestra vida y nuestro trabajo en marzo de 2020 y continúa marcando la actividad diaria en todos los ámbitos, pero especialmente en el mundo sanitario. A mí, personalmente, me tocó asumir un doble rol: por un lado la capellanía del Hospital donde trabajo, que es el hospital psiquiátrico público de referencia de la Comunidad de Madrid, en España, el Hospital Dr. Rodríguez Lafora, donde me quedé algunos meses solo en el Servicio de Atención Espiritual y Religiosa (SAER), por problemas de salud de mis dos compañeros y, por otro lado, como Subdelegado de Pastoral de la Salud de Madrid, que fue el centro de la pandemia en la primera ola en España, me correspondió, junto con mi compañero José Luis Méndez, acompañar a los más de cien capellanes de los cincuenta hospitales de nuestra Archidiócesis, realizar numerosas sustituciones de algunos de ellos, por enfermedad, por fallecimiento en dos casos, y también varios de forma preventiva, además de coordinar la atención espiritual y religiosa del Hospital de campaña Ifema-COVID-19 que se inauguró el 23 de marzo de 2020, y otras tareas de responsabilidad diocesana. 

LH 332_pag 9-Fe y mision

En aquellos meses se puso de manifiesto algo en lo que había insistido un servidor con anterioridad, pero que con la pandemia ha resultado claro: la importancia del acompañamiento a los profesionales hospitalarios, que debe convertirse en una verdadera prioridad para los SAER de los hospitales.

02 | Cuidar al cuidador como prioridad pastoral.

Los primeros momentos de la crisis fueron de confusión, con protocolos que cambiaban constantemente, y con la ansiedad y, por qué no decirlo, el miedo que provocaba en todos el virus que estaba poniendo en jaque a nuestro sistema sanitario. Creíamos que lo controlábamos todo, que nada nos podía desestabilizar en nuestros hospitales modernos y extraordinariamente tecnologizados, y, de repente, vino el coronavirus. No estábamos preparados para ello, y no me refiero a material o clínicamente, sino a nivel personal: los profesionales de los hospitales nos vimos superados por una situación que nos desbordaba completamente, con tantas personas gravemente enfermas, problemas de distribución de recursos escasos y la obligación de decidir a quién priorizar, falta de equipos adecuados de protección, y la enfermedad, y consecuente baja laboral, de muchos compañeros, sanitarios y no sanitarios, contagiados. Fueron semanas de tensión, mucho trabajo, nerviosismo constante y ansiedad, en las que, junto a un comportamiento ejemplar general de los profesionales hospitalarios, brotaban las lágrimas en la soledad como signo de impotencia. Esas lágrimas era la señal de alerta: nos estaban diciendo que es prioritario el acompañamiento emocional y espiritual a los profesionales. Hay que cuidar al cuidador.

03 | El sanador herido.

En los últimos años, en la literatura especializada, médica, psicológica y teológica, ha tomado fuerza la figura del “sanador herido” que me parece especialmente sugerente, y que recuerda que todos los que trabajamos cuidando a los demás, que tenemos, pues, vocación de sanador, somos sanadores heridos, es decir, en nuestra historia personal hay heridas: momentos, situaciones, personas… que nos han hecho daño, que han quedado marcadas, pero que hemos logrado sanar, estamos en proceso de ello, o hemos aceptado como realidades que no podemos cambiar, y eso nos permite vivir sanamente el presente.

Esta imagen resulta para ello especialmente sugestiva; quiere representar el corazón de quien acompaña, que es capaz asumir su fragilidad, ser consciente de sus heridas: algunas que están reparadas y tienen cicatriz; otras se han “llevado”
un trozo del corazón, y algunas están en el momento presente en fase de reconstrucción:
El sanador herido es capaz de cuidar al sufriente, no ya “a pesar” de sus heridas, sino me atrevo a decir que “gracias” a sus heridas, que conectan la propia fragilidad del cuidador con la fragilidad de quien sufre la enfermedad.

04 | El acompañamiento espritual

Toda persona que se encuentra en contacto diario con el sufrimiento, la fragilidad, la enfermedad y la muerte sufre un desgaste personal que reclama ser acompañado. La cercanía con la vulnerabilidad del otro toca la propia vulnerabilidad y hace necesario cuidarse de forma integral, incluyendo también las dimensiones emocional y espiritual, y para ello el acompañamiento espiritual resulta fundamental.

Para cuidar al cuidador precisamos ser profesionales expertos en el acompañamiento espiritual, y dedicar tiempo a estudiar y formarnos para poder cuidar a nuestra primera comunidad que son los profesionales de los hospitales, junto a quienes trabajamos, y a quienes queremos servir. Acompañar es ponerse a caminar junto al otro, es compartir el pan, es, en cristiano, ver en quien sufre el rostro del Señor. Me permito dar algunas sencillas claves para acompañar.

Hay tres actitudes que son fundamentales a la hora de acompañar a quien sufre: la aceptación incondicional (aceptar al otro por ser quien es, no por lo que hace, que es reflejo y puesta en práctica de la dignidad ontológica que posee todo ser humano), la empatía (ser capaz de mirar la realidad como el otro la mira, hacer el esfuerzo de comprender su perspectiva) y la autenticidad (ser yo mismo, desde propia verdad, quien acompaña de persona a persona a otro que sufre). Junto a esas tres actitudes, la herramienta básica es la escucha activa: escuchar requiere hacer silencio interior y
hacer el esfuerzo de meterse en el mundo del otro, transmitiendo comprensión mediante respuestas empáticas, y ayudando así a quien se acompaña a poner orden en su historia. La escucha es terapéutica en sí misma; en nuestro mundo tan ruidoso requerimos de espacios de calidad donde ser escuchados en silencio por quien sabe acompañar la dimensión espiritual, acogiendo emociones, temores, sentimientos, dudas, en palabras del Concilio:

“Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo, [porque] nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (GS 1).

05 | Durante la pandemia: acompañar con creatividad.

Toda persona que se encuentra en contacto
diario con el sufrimiento, la fragilidad, la enfermedad y la muerte sufre un desgaste personal que reclama ser acompañado. La cercanía con la vulnerabilidad del otro toca la propia vulnerabilidad y hace necesario cuidarse de forma integral, incluyendo también las dimensiones emocional y espiritual, y para ello el acompañamiento espiritual resulta fundamental.

Para cuidar al cuidador precisamos ser profesionales expertos en el acompañamiento espiritual, y dedicar tiempo a estudiar y formarnos para poder cuidar a nuestra primera comunidad que son los profesionales de los hospitales, junto a quienes trabajamos, y a quienes queremos servir. Acompañar es ponerse a caminar junto al otro, es compartir el pan, es, en cristiano, ver en quien sufre el rostro del Señor. Me permito dar algunas sencillas claves para acompañar.

Hay tres actitudes que son fundamentales a la hora de acompañar a quien sufre: la aceptación incondicional (aceptar al otro por ser quien es, no por lo que hace, que es reflejo y puesta en práctica de la dignidad ontológica que posee todo ser humano), la empatía (ser capaz de mirar la realidad como el otro la mira, hacer el esfuerzo de comprender su perspectiva) y la autenticidad (ser yo mismo, desde propia verdad, quien acompaña de persona a persona a otro que sufre). Junto a esas tres actitudes, la herramienta básica es la escucha activa: escuchar requiere hacer silencio interior y
hacer el esfuerzo de meterse en el mundo del otro, transmitiendo comprensión mediante respuestas empáticas, y ayudando así a quien se acompaña a poner orden en su historia. La escucha es terapéutica en sí misma; en nuestro mundo tan ruidoso requerimos de espacios de calidad donde ser escuchados en silencio por quien sabe acompañar la dimensión espiritual, acogiendo emociones, temores, sentimientos, dudas, en palabras del Concilio:

“Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo, [porque] nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (GS 1).

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