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03 | Num.334
¿Dosis de recuerdo
para la solidaridad?

Sebastián Mora Rosado
Doctor en sociología, licenciado en filosofía
Departamento de Teología moral y praxis de la vida cristiana.
Escuela Universitaria de Enfermería y Fisioterapia San Juan de Dios. Universidad Pontifica Comillas. Madrid.

Desde la marea negra del Prestige a la crisis de Ucrania muestran como la sociedad española reacciona al momento de catástrofe con responsabilidad, cercanía y solidaridad. La capacidad de movilización, los aportes personales y económicos dibujan para estos momentos de emergencia una capacidad relevante de compromiso. Ahora bien, qué ocurre una vez que este momento pierde intensidad, presencia mediática o surgen otras emergencias.
La fisonomía de la solidaridad en España parece que requiere dosis de recuerdo, en forma de nuevas emergencias, para poder desplegarse con “normalidad”. De ahí las preguntas constantes que nos hacemos, personal y comunitariamente: ¿son los tiempos postpandémicos más solidarios? ¿la pandemia nos ha enseñado el camino de la solidaridad? Aunque en el fondo sabemos que son preguntas sin una respuesta unívoca. El autor dibuja un breve recorrido por algunos análisis que entrevean la evolución de la solidaridad en estos tiempos postpandémicos, para posteriormente plantear algunas reflexiones que puedan ayudarnos a la acción en estos tiempos inciertos y complejos.
 
Palabras clave: solidaridad, emergencia, pandemia, ayuda.
Events ranging from the Prestige oil spill to the Ukrainian crisis show that, in the face of catastrophe, Spanish society reacts with responsibility, empathy and solidarity. In times of emergency, capability of mobilisation and personal and financial contributions evidence a notable capacity of commitment. What happens, however, when such times lose their intensity and media presence or when other emergencies arise?
The physiognomy of solidarity in Spain would appear to require booster shots in the form of new emergencies in order to develop with “normality”. Hence the constant personal and community queries that we pose ourselves: Are our post-pandemic times more solidary? Has the pandemic shown us the way to solidarity? Deep inside, though, we know that these questions lack a definite answer. In this article, the author makes a brief review of some of the analyses that offer a glimpse of the evolution of solidarity in the post-pandemic period, and then goes on to present some reflections that may help us to take action in these complex and uncertain times.
 
Keywords: solidarity, emergency, pandemic, help.

Hace veinte años el hundimiento del Prestige en las playas gallegas se convirtió en una de las mayores catástrofes ecológicas que hemos vivido en el España. La marea negra provocada por el vertido del fuel cubrió los 2.000 kilómetros de costa de Galicia.

Las imágenes del famoso “chapapote” llegando a las orillas de las playas, la impotencia de los vecinos de los pueblos costeros tratando de retirar las interminables galletas de fuel y la desastrosa gestión política y comunicativa de la catástrofe levantó una impresionante marea blanca de solidaridad. Más de 300.000 voluntarios y voluntarias llegaron a Galicia de todos los puntos de España, y muchas personas de países extranjeros, para quitar el chapapote con sus propias manos. Las cadenas de monos blancos en las costas se convirtieron en la ola de solidaridad más intensa y mediática de la historia del voluntariado.

Esta ola de solidaridad vino acompañada por el movimiento “Nunca Máis” que fue la primera movilización ciudadana, de carácter transversal y multiforme, que logró sin el concurso de las redes sociales generar un marco de protesta colectiva general. A golpe de SMS se llegaron a movilizar a más de 200.000 personas bajo un grito unánime. Estas movilizaciones generaron un creciente aumento de la conciencia ecológica e inauguraron un nuevo ciclo de protesta creativo y expresivo que culminaron en las manifestaciones del 15M.

Dos años después, el 11 de marzo de 2004, Madrid vivió uno de los días más tristes de su historia. Cuatro atentados terroristas segaron la vida de 192 personas y causaron más de 2.000 heridos. La sociedad madrileña, con el sustento de la ciudadanía española, se volcó con las víctimas de estos atentados. Los servicios de emergencia (bomberos, sanitarios, protección civil, policía) se volcaron de forma heroica en la atención de las víctimas mostrando una profesionalidad y humanidad desbordante.

También, miles de madrileños trataron de ayudar de forma organizada, en algunos casos, y sobre todo de manera informal. El colectivo de psicólogos prestó asistencia a miles de personas afectadas, los sacerdotes se volcaron para escuchar y acompañar a familiares en mitad del naufragio, los puntos de donaciones de sangre tenían colas interminables, etc. Cuentan algunos miembros de los servicios de emergencia que pedían mantas y caían de los balcones, necesitaban cinturones para torniquetes y aparecían como por arte de magia, estaban exhaustos y recibían bebidas, alimentos y aliento por parte de una ciudadanía que ante el inmenso dolor movilizó su solidaridad.

Pero no solo las catástrofes españolas movieron la solidaridad de la ciudadanía española. En el año 2010 el terremoto de Haití impacto en el fondo del corazón a la sociedad española. El seísmo provocó más de 300.000 víctimas y los afectados, de manera directa o indirecta, fueron innumerables. Todavía Haití sigue levantando escombros de aquel terremoto, además de los efectos de otras réplicas -especialmente en 2021- y el impacto de diversos huracanes.

Aquel terremoto de 2010 logró la recaudación de fondos mayor de la historia de la solidaridad internacional en España. Más de 100 millones de euros recaudaron las Organizaciones de Ayuda al Desarrollo Españolas, logrando en términos relativos ser uno de los países con mayor aportación a la catástrofe. El huracán Mitch y el Tsunami del sureste asiático que se habían convertido en las situaciones de emergencia humanitaria con mayor apoyo en España se vieron sobrepasadas por la solidaridad con Haití.

La pandemia por coronavirus ha sido otro de esos momentos de intensidad solidaria desbordante. La pandemia ha sido, y en cierta medida sigue siendo, “un hecho singular, excepcional y totalizante” (Mora, López-Ruiz y Blanco, 2021) que ha abierto nuevas incertidumbres y ha permitido que nos hagamos, con el trasfondo de un dolor inmenso, preguntas sociales, políticas, económicas y existenciales consideradas tabú hasta entonces. El retorno de la vulnerabilidad (De la Torre, 2020), la emergencia de la sociedad de los cuidados (Laguna, 2021), la necesidad de ralentizar el fenómeno de la globalización para volver a la economía de proximidad (Olivié y Gracia, 2021), la creciente conciencia ecológica, la importancia de la cobertura de los derechos sociales básicos, etc.

Las imágenes de los balcones aplaudiendo a las personas dedicadas a los trabajos esenciales en general y al personal sanitario en particular, se crearon bajo licencia open access múltiples aplicaciones digitales para la escucha y la ayuda mutua, se abrieron de forma gratuita bibliotecas digitales y se crearon multitud de redes vecinales de ayuda en proximidad. Paolo Giordano llegó a afirmar que “en tiempos de contagio somos parte de un único organismo; en tiempos de contagio volvemos a ser una comunidad»[1]

La emergencia de las redes vecinales en los tiempos pandémicos fueron un fenómeno muy destacado que desde la relacionalidad y proximidad se constituyó como “un patrimonio inmaterial que construye una necesaria riqueza no material”  (Navarro, 2021). Por ejemplo, en la Comunidad de Madrid se atendieron a más de 100.000 personas desde el primer confinamiento hasta mayo de 2021. Fueron 76 redes vecinales (de ellas 63 en la capital) las que, desde despensas comunitarias, aportaron ayuda en alimentos y productos de primera necesidad a unas 30.000 familias. Una labor gigantesca que fue desarrollada gracias al trabajo de más de 6.000 personas[2] y que en la actualidad siguen ayudando a más de 13.000 personas al mes[3]. Barcelona[4], como otra ciudad con gran densidad de población, la presencia de las Xarxes de suport veïnal (Navarro 2021) tuvieron una labor esencial.

La solidaridad, la ayuda mutua, la empatía y la intención de comprometerse en proyectos compartidos se palpaba en la vida de unas sociedades que vivían bajo una incertidumbre radical. Parece que la pandemia cambió el imaginario de los barrios haciéndonos más consciente de la realidad del mundo y posibilitó una mayor conciencia sobre el sufrimiento que padecían y padecen muchos vecinos y vecinas[5].

Cuando los sones de la pandemia comenzaban a acallarse estalló de manera inesperada, para la mayoría de la población, y anunciada por los analistas y politólogos la invasión rusa de Ucrania. Miles de personas se vieron obligadas a salir de su país, especialmente mujeres, niños y personas mayores, generando una ola intensa de solidaridad. En España miles de personas abrieron sus casas, las organizaciones sociales y religiosas abrieron programas específicos de acogida, las campañas de fundraising tuvieron mucha colaboración y algunas personas partieron para recoger a estas personas y traerlas a nuestro país, incluso en vehículos personales. Un movimiento intenso y amplio que mostraba como el músculo solidario no se había agotado durante la pandemia.

Desde la marea negra del Prestige a la crisis de Ucrania muestran como la sociedad española reacciona al moméntum catastróphicum con responsabilidad, cercanía y solidaridad. La capacidad de movilización, los aportes personales y económicos dibujan para estos momentos de emergencia una capacidad relevante de compromiso. Ahora bien, qué ocurre una vez que este moméntum catastróphicum pierde intensidad, presencia mediática o surgen otras emergencias. Podemos plantear la hipótesis de que España es un país intensamente solidario, pero con una temporalidad breve. En este sentido hago mías las palabras de Miguel Ángel Villena (2000) cuando afirmaba que España es solidaria, pero de manera compulsiva. El genial Forges siguió escribiendo en sus viñetas “¡No te olvides de Haití!” hasta mucho tiempo después del terremoto. El dibujante, desde su sociología desde el humor, conocía muy bien a la sociedad española y no quería que la catástrofe humanitaria que más apoyo había recibido se olvidase en los corazones de la ciudadanía española. La fisonomía de la solidaridad en España parece que requiere dosis de recuerdo, en forma de nuevas emergencias, para poder desplegarse con “normalidad”. De ahí las preguntas constantes que nos hacemos, personal y comunitariamente: ¿son los tiempos postpandémicos más solidarios? ¿la pandemia nos ha enseñado el camino de la solidaridad? Aunque en el fondo sabemos que son preguntas sin una respuesta unívoca.

Uno de los problemas para argumentar nuestra hipótesis, alta intensidad y temporalidad breve, reside en cómo medir la solidaridad. Los indicadores siempre son indirectos, parciales y, muchas veces, con intenciones políticas o publicitarias. Por ejemplo, como luego veremos, un indicador que se utiliza habitualmente para auscultar la solidaridad social es el volumen de donaciones a entidades no lucrativas. Dependiendo del volumen de donaciones podemos establecer un termómetro de la solidaridad[6], compararlo con otros países o ver la evolución en el tiempo. Pero ¿podemos reducir la solidaridad a una donación esporádica o periódica?, ¿es más solidaria la persona que más aporta en donaciones? A continuación, vamos a hacer un breve recorrido por algunos análisis que entrevean la evolución de la solidaridad en estos tiempos postpandémicos, para posteriormente plantear algunas reflexiones que puedan ayudarnos a la acción en estos tiempos inciertos y complejos.

[1] El País, 24 de marzo de 2020. Disponible en https://elpais.com/cultura/2020/03/23/babelia/1584986441_659231.html (consulta 22/11/2022)

[2] https://aavvmadrid.org/noticias/las-redes-vecinales-distribuyen-alimentos-a-mas-de-50-000-personas-en-toda-la-region/ (Consulta 25/11/2022)

[3] https://aavvmadrid.org/noticias/las-redes-vecinales-de-madrid-siguen-ayudando-con-alimentos-a-mas-de-13-000-personas-al-mes/ (Consulta25/11/2022)

[4] Se puede consultar  https://www.solivid.org/ (Consulta 25/11/2022)

[5] Según el Informe de la Cátedra Amoris Laeticia más del 70% de la población de barrios vulnerables ha tomado una mayor conciencia sobre la muerte y el sufrimiento.  https://www.comillas.edu/noticias/139-familia/amoris-laetitia/4269-los-barrios-vulnerables-cambian-de-actitud-tras-el-covid (Consulta 25/11/2022)

[6] Por ejemplo: Cruz Roja destaca que España es el país más solidario en la época del coronavirus: https://www.madridlowcost.es/cruz-roja-confirma-a-espana-como-el-pais-mas-solidario-en-esta-crisis/ o La Fundación Elosúa Rojo comentando un informe de la Asociación española de fundraising afirmaba que España era un país solidario por el volumen de donaciones monetarias y en especie: https://fundacionelosuarojo.org/espana-es-un-pais-solidario/

02 | Tendencias de la solidaridad en tiempos pandémicos.

A pesar del imaginario de que la pandemia ha reforzado la solidaridad, la tendencia parece mostrar una evolución decreciente según algunos estudios. La Fundación FOESSA (2022) en su estudio sobre el impacto de la COVID-19 muestra cómo la ayuda entre terceros -personas no familiares- presenta una tendencia a la debilidad comparándolo con el año 2018. Tal como se observa en la tabla 1, si en 2018 casi el 70% de la población obtenían ayuda por parte de terceros cuando lo necesitaban, este porcentaje se ha reducido 3,9 puntos. Esta tendencia supone que en torno a un tercio de los hogares que requieren de ayuda no la han recibido de terceros. Esta tendencia, aunque de menor intensidad, se muestra también en los hogares en exclusión que necesitan de una ayuda más urgente. Alrededor de un 32% de la población con una situación social vulnerable no recibieron ayuda durante el año 2021. Esta tendencia muestra que la pandemia no ha reforzado los lazos de ayuda entre terceros, más bien se han debilitado de una forma significativa.

Si analizamos esta realidad desde el punto de vista de la prestación de la ayuda nos encontramos con un descenso, si cabe, más acelerado.  Analizando el dato global de la población observamos un descenso de 11,2 puntos, entre el año 2018 y el 2021, de los hogares que prestaban ayudas a terceros en caso de necesidad. Tendencia de descenso que se corrobora en los hogares más vulnerables (con un descenso de 9,6 puntos) y en aquellos que tienen una situación social más desahogada (10,5 puntos). Este último dato es especialmente significativo porque muestra que los que han sido menos afectados por la pandemia, los que han mantenido cierta estabilidad social, no incrementan su ayuda a los menos favorecidos por la pandemia y sus consecuencias.

También, según este informe, se han reducido los hogares que prestan y reciben ayuda. Es decir, las dinámicas de ayuda mutua entre hogares con diversas necesidades también han sufrido un severo desgaste. Un 12,7% menos de hogares manifiestan desarrollar estas dinámicas de ayuda mutua. Esto implica pasar de más de la mitad de la población (52,2%) en el 2018, al 39,5% en el 2021 (cuatro de cada diez familias). El dato positivo lo encontramos en el mantenimiento de la intensidad de la ayuda recibida y prestada. En aquellas situaciones en las que la ayuda ha permanecido esta se realiza con una mayor periodicidad que con respecto al 2018.

Los barómetros del CIS, desde el inicio de la pandemia hasta diciembre del 2021, nos permiten un acercamiento dinámico al comportamiento de la solidaridad. A través de la pregunta por el civismo y la solidaridad [7] en los tiempos pandémicos más duros se refleja una fotografía muy sugerente. La pregunta por esta cuestión se realizó por primera vez en el barómetro de abril de 2020 para aparecer desde entonces, con algunos meses sin preguntar, hasta diciembre de 2021 (gráfico 1). En abril de 2020 apresados por el miedo y la incertidumbre un 93,5% de los entrevistados veían de forma nítida que la ciudadanía estaba dando un ejemplo sobresaliente de civismo y solidaridad. Sin embargo, en el barómetro de septiembre, tras un verano vivido con cierta apertura y libertad, pero iniciándose el despegue de la segunda ola y en un ambiente político que ya presenta rupturas relevantes el porcentaje de los que alaban el civismo y solidaridad cae hasta el 48,3% y no superará el 60% hasta el barómetro de octubre de 2021. Alcanzará su nivel más alto, después de abril de 2020, en diciembre de 2021 con un 69%.

[7] Esta pregunta se realizó por primera vez en abril de 2020, tras un parón de unos meses se volvió a realizar en septiembre de 2020. Desde este mes se realizó de manera ininterrumpida hasta diciembre de 2021, cuando la pandemia remitía de intensidad en la opinión pública y el CIS varió la serie en sus barómetros.
Esta serie parece corroborar nuestra hipótesis de partida. Somos especialmente solidarios en situaciones extremas, cuando el miedo, la incertidumbre y el sufrimiento nos desborda. Sin embargo, cuando parece amainar el temporal volvemos a nuestra tendencia habitual en el imaginario de la solidaridad. Los primeros meses, de marzo a septiembre, fueron los más intensos en experiencias y propuestas solidarias de todo tipo; sin embargo, el verano y la polarización política cambio la tendencia y empezamos a vivir la vuelta a la “nueva normalidad” que no era más que la “clásica normalidad”. En una investigación[8] que hemos realizado en la Cátedra José María Martín Patino de la Cultura del Encuentro, de la Universidad Pontificia Comillas, sobre la “cultura del encuentro” (López-Ruiz, Mora, Blanco y Lorenzo, 2022) tras la pandemia, hemos encontrado que las prácticas solidarias, entendidas en el modo clásico de participación en el voluntariado y donaciones a ONG, no han sufrido un gran cambio. La participación en el voluntariado (gráfico 2) suele implicar un grado de compromiso relevante que, junto a la contribución económica, conlleva la dedicación de un recurso casi siempre escaso: el tiempo. Mientras que el 5% de la población representada en la muestra colabora esporádicamente como voluntaria con este tipo de organizaciones, solo un 2,5% lo hace habitualmente. [8] El trabajo de campo se realizó en junio de 2021 con un universo para población general mayor de 18 años y una muestra de 1.209 entrevistas, con un margen de error +2,82 (nivel de confianza 95% y p/q=50/50). La muestra total incluye una cuota de 200 inmigrantes

La Plataforma para el Voluntariado en España cifra en torno al 7% las personas que colaboran como voluntarias, frente al 7,6% de la encuesta sobre la cultura del encuentro. La Plataforma no establece la diferencia entre voluntario esporádico o habitual. Además, se trata de magnitudes muy similares y, sobre todo, que no muestran cambios relevantes, en el caso de la Plataforma que tiene una serie más larga, con las tendencias previas al coronavirus.

El porcentaje de personas que ha colaborado económicamente con ONG (gráfico 3) en los anteriores 12 meses, ya sea de forma esporádica o habitual, es más del doble de las que lo hicieron solo como voluntarios (17,9% y 7,6%). La Asociación Española de Fundraising[9] afirma que el 37% de la población ha colaborado en los últimos 12 meses frente al casi 18% de la investigación que estamos citando. Prácticamente el doble porque la Asociación española abre su abanico a toda clase de organizaciones (culturales, cívicas, deportivas, etc.) mientras que en la cultura del encuentro se ciñe a la colaboración con las ONG. Lo relevante para nuestra reflexión es que no se han dado cambios significativos, fuera de la compulsión de ayuda de los primeros meses de coronavirus.

[9] https://www.aefundraising.org/

Siguiendo con los datos de la misma investigación y valorando la disposición que tienen las personas para ayudar a los demás, concluimos que la mayoría de las personas se sitúa en el término medio entre los polos de egoísmo y solidaridad (gráfico 4). En una escala que representa como posiciones extremas las afirmaciones “la mayoría de la gente intenta ayudar a los demás” -valor 10 – y “la mayoría de las veces la gente mira por sí misma” -valor 0 de la escala- la respuesta media se sitúa en 4,9.

Es casi la mitad de la escala y, además, se muestra como la distribución de las respuestas es bastante simétrica y responde a una curva normal, con cierta prevalencia hacia el polo positivo.

Es interesante observar que cuando se analizan prácticas y conductas concretas los resultados, tras el impacto de la pandemia, se sitúan en valores de la vieja normalidad o incluso con una tendencia a la baja, como se mostraba en el estudio de la Fundación FOESSA. Sin embargo, cuando se pregunta por percepciones las estimaciones son más positivas como observamos en esta pregunta por la propensión a la ayuda.

En esta misma línea, el CIS realizó un estudio en mayo de 2021[10] en el que la población se inclinaba a que la pandemia suponía un incremento de la solidaridad: los mayores de 65 y más años lo corroboraban en un 61%, los de 55 a 64 años en un 53% y los jóvenes entre 18 y 24 años el 49%. La percepción parece mostrase con un imaginario más positivo que la realidad encarnada en prácticas concretas. En el fondo, deseamos que la solidaridad se incremente y se haga más sólida en nuestras sociedades, aunque parece que la realidad dista de nuestros deseos, excepto en momentos de emergencia.

[10] CIS 3325 “Encuesta sobre relaciones sociales y afectivas en tiempos de la pandemia por COVID-19”. Mayo 2021. https://www.cis.es/cis/opencm/ES/1_encuestas/estudios/ver.jsp?estudio=14571

03 | ¿Un nuevo horizonte de la solidaridad?

En España desde la Gran Recesión (2009) hemos vivido con especial intensidad el crecimiento de la pobreza y la exclusión social es sus versiones más severas. La pandemia de la COVID19 ha acelerado estos procesos de empobrecimiento llegando a imágenes, como las llamadas colas del hambre, que eran desconocidas hace no muchos años.

Desde los años de la Gran Recesión las organizaciones sociales y los servicios públicos están soportando una presión asistencial continua y en incremento constante.  Por ejemplo, con la pandemia Cruz Roja desplegó el proyecto más ambicioso de la organización en territorio español[11] y Cáritas española llegó a atender en el año 2020 a 625.991 personas más que en 2015.  Si además de la crisis pandémica sumamos la crisis de Refugio de 2015 con la guerra de Siria y ahora la guerra de Ucrania nos damos cuenta que estamos desde hace años en “pie de emergencia”(García Roca, 2012). La pandemia se convirtió en un punto axial para comprendernos como sociedades vulnerables y vulneradas que requieren estar alerta, en situación de emergencia.

La narrativa de la acción humanitaria utilizada para las grandes catástrofes allende de nuestras fronteras se ha instalado en nuestras sociedades(Mora, 2021). Desde esta cosmovisión humanitaria parece que hemos reducido los derechos humanos al derecho a la supervivencia y el imaginario de la justicia social se ha confundido con el derecho a la asistencia humanitaria[12]. En definitiva, con la pandemia se ha culminado un giro acelerado del humanismo al humanitarismo (Pla, 2006) en la concepción de la solidaridad. Este giro se ejemplifica en una solidaridad alerta frente a las emergencias, anclada en el corto plazo y sostenida desde el horizonte de la supervivencia. En definitiva, una solidaridad compulsiva, desmemoriada y con un claro tinte emotivo e individualista.

Ya a finales de los años 90, tras las Olimpiadas y la EXPO de Sevilla, se reflexionó mucho sobre la solidaridad como espectáculo (Aranguren, 1998). La solidaridad, en tiempos postmodernos, se convirtió en un objeto de consumo y de expresividad personal. Ser solidario, en el horizonte del llamado altruismo indoloro (Lipovetsky, 1994), fue una moda que inundó los medios de comunicación de telemaratones para promocionar diversas situaciones sociales. En la actualidad, la solidaridad espectáculo ya no se sitúa desde el giro expresivo postmoderno, sino desde la heurística del miedo (Jonas), desde la conciencia de la vulnerabilidad y los límites. En este sentido, hablamos de solidaridad compulsiva y de su desvanecimiento cuando el miedo afloja su soberanía. Por eso, son compatibles momentos de intensa expresividad solidaria con las prácticas del sálvese quien pueda. Recordando los meses de confinamiento, fuimos capaces de aplaudir hasta la extenuación a los sanitarios y mostrar repulsa porque eran cómo vecinos y vecinas potenciales agentes de contagio.

En este sentido, es relevante otra característica de este nuevo horizonte de la solidaridad que consiste en su intensa capacidad de discriminar qué situaciones merecen la proximidad solidaria y cuáles están abocadas al olvido. Judit Butler (2010) explica cómo nuestro mundo tiene la capacidad de establecer qué vidas merecen ser lloradas y cuáles no merecen ninguna lágrima. Hay cementerios anónimos, vidas olvidadas sin ningún rito ni atención, mientras que existen otras inundadas de flores. La solidaridad es selectiva con el sufrimiento y plantea vías diversas para su despliegue. Hay procesos sociales y emergencias humanitarias que requieren de nuestra presencia y otras situaciones sobre la que construimos un muro de frialdad. Podemos recordar la distinta reacción con la crisis humanitaria de los refugiados provenientes de la guerra de Siria y las personas refugiadas por la invasión de Ucrania. Una Europa que cerró fronteras al sufrimiento sirio y se abrió de par en par a la situación de las personas provenientes de Ucrania. Unos representaban una amenaza de invasión y otros mostraban las raíces solidarias de Europa.

Conjugando frialdad y sentimentalismo somos capaces de cubrir situaciones dramáticas con nuestra indiferencia (Maiso, 2016). Poniendo en juego la “ignorancia indiferente” y la irresponsabilidad de los privilegiados (Tronto, 2005: 239-240) evitamos profundizar en algunas situaciones de injusticia y sufrimiento, para enaltecer otras causas que sí merecen nuestra energía solidaria. El sentimentalismo esporádico se convierte en un instrumento privilegiado para profundizar en la producción social de la frialdad. La solidaridad compulsiva es un estado del alma en el que la indiferencia es crónica, mientras que la sensiblería emerge tan solo de manera intermitente evidenciando una función compensatoria (Maiso, 2016:64). Cubiertos bajo un sentimentalismo sin piedad (Alba Rico) somos capaces de vivir con naturalidad la muerte en el mediterráneo de miles de personas, y al mismo tiempo, sentir una conmoción emocional desbordante participando en una campaña para niños con dificultades. Desde la solidaridad compulsiva edificamos un régimen atencional selectivo, proponiendo una emotividad discriminatoria, que marca las vidas que merecen ser lloradas, para levantar muros de indiferencia desde una compasión inocua (Sontag).

En este sentido, es más relevante la cualidad solidaria, que la cantidad solidaria. Tras la pandemia tenemos los resortes esenciales para construir una solidaridad como cultura del encuentro, solidaridad que permita construir paraísos desde el infierno, siempre que seamos capaces de derribar muros de indiferencia y apoyarnos en los vínculos comunitarios.

[11] Cruz Roja lanzó el Plan Responde en marzo del 2020 y lo catalogó como “la mayor movilización de recursos, capacidades y personas de Cruz Roja en nuestra historia, para brindar asistencia a personas en vulnerabilidad”. Ver: https://www2.cruzroja.es/-/lanzamos-el-plan-cruz-roja-responde-frente-al-covid-19 (consulta 25/11/2022)

[12] En este horizonte me parecen muy esclarecedoras las reflexiones de  (Raich, 2002)

04 | La solidaridad como encuentro.

Rebecca Solnit ha analizado la capacidad de resiliencia que brota tras los desastres (Solnit, 2020) y frente al imaginario común del egoísmo del sálvese quien pueda, en situaciones de catástrofes brota el altruismo por todos lados, emerge el paraíso en el infierno. Afirmaba que cuando la normalidad se ve interrumpida “la gente da un paso al frente –no toda, pero sí la gran mayoría– para hacerse guardián de su hermano” (Solnit, 2020: 25).

El papa Francisco, en Fratelli tutti, afirmaba en el mismo horizonte: “la pandemia despertó durante un tiempo la consciencia de ser una comunidad mundial que navega en una misma barca, donde el mal de uno perjudica a todos. Recordamos que nadie se salva solo, que únicamente es posible salvarse juntos. Por eso dije que la tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. […] Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa bendita pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos” (FT,32).

La pandemia, la crisis ecológica, la tercera guerra mundial a pedacitos (Francisco), la desigualdad creciente e intensa que vivimos, el retorno de hambrunas crónicas requiere verdaderamente un nuevo horizonte de la solidaridad. Una solidaridad que no se deja medir fácilmente por los resultados de su acción, ni por los indicadores indirectos de su desarrollo.

El análisis que hemos planteado muestra una solidaridad frágil necesitada de dosis de recuerdo para que el virus del egoísmo y el individualismo no infecte nuestra estimativa moral.

La mejor vacuna contra la indiferencia ética comienza por no vivir de espaldas al dolor y la injusticia del mundo, para, posteriormente, hacernos consiente que la única solidaridad permanente es la que se desarrolla desde la comunidad. Como dice el papa Francisco “no es una opción posible vivir indiferentes ante el dolor, no podemos dejar que nadie quede a un costado de la vida. Esto nos debe indignar, hasta hacernos bajar de nuestra serenidad para alterarnos por el sufrimiento humano. Eso es dignidad”. (FT, 68).

Bibliografía

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